Un amigo que reside lejos, con el que me escribo desde hace más de 40 años, me mandó un texto muy bonito. Las noticias y el afecto, al principio, quedaban doblados en papeles, que volaban dentro de sobres ligeros sobre el océano Atlántico, cruzándose a veces con otros que provenían o marchaban hacia la casa de mi madre.
Cuando el silicio comenzó a dominar nuestras vidas, y el futuro trajo consigo enfermedades y ausencias, el silencio familiar comenzó a llamarse recuerdo.
Pero estábamos hablando, o mejor dicho tenía intención de hablar de un escrito relacionado, ¡asómbrense!, con el vuelo de los gansos.
No me detuve a comprobar si lo que exponía eran verdades en su totalidad o en parte, pero me dio la impresión de que sí lo era, íntegro, porque las cosas buenas suelen serlo.
En el mensaje se aseguraba que los gansos vuelan formando una “V” porque cuando cada pájaro bate sus alas produce un movimiento en el aire que ayuda al que va detrás. De ese modo, toda la bandada aumenta su poder de vuelo un 71 % más que si cada pájaro lo hiciera solo.
El autor del escrito, que no era mi amigo porque a él también le había llegado, obtenía una conclusión, que, de momento, me la voy a ahorrar.
Sigamos con la nota: “… cada vez que un ganso se sale de la formación y siente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de volar solo, y de inmediato se reincorpora a la fila para beneficiarse del poder del compañero que va adelante.
Obviamente, la segunda conclusión, era automática, pero no nos detengamos, sigamos batiendo alas.
Cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los puestos de atrás y otro toma su lugar. Precisamente allí, es donde producen un sonido propio, y lo hacen para motivar a los que van adelante a mantener la velocidad.
Finalmente: “Cuando un ganso enferma o cae herido dos de sus compañeros se salen de la formación y lo siguen para ayudar y protegerlo y se quedan con él hasta que esté nuevamente en condiciones de volar o hasta que muere, solo entonces los dos acompañantes vuelven a la bandada o se unen a otro grupo.”
No conocía el notable comportamiento de estos animales, tampoco las reflexiones del observador, recomendando a los humanos “copiar” esta lógica para obtener mejores resultados en la convivencia.
Justo cuando pretendía profundizar en los conceptos aerodinámicos del vuelo de los ánades -los sábados uno tiene más tiempo- tuve un problema con el teléfono, y el intento de hablar con la compañía me trasladó a la niñez, recordándome el cuento de la buena pipa, donde a cada pregunta surge una respuesta inconsistente.
Tras marcar los dígitos adecuados del servicio de atención al cliente de “Comunicator”, (me reservo el nombre de la empresa verdadera), me pidieron que dijese el motivo de la llamada.
Lo expliqué, pero mi interlocutor -un robot- no entendía lo solicitado. En realidad no me escuchaba, una vez tras otra quería que respondiese el motivo de mi llamado, y cuando se lo daba, “la necesidad de hablar con un operador, un ser humano, alguien de carne y esqueleto”, cortaba la comunicación.
A la cuarta frustración estaba clarísimo que estaba necesitando una especie de ganso líder, solidario, y una banda detrás que me diese aliento. Pensaba esto mientras me ayudaba con otros teléfonos, uno móvil, otro fijo, y un ordenador, con el objeto de escapar de las barreras, en las que, una vez tras otra, me hacía tropezar la máquina del infierno.
En la página web me advertían de las llamadas fraudulentas que suplantaban la identidad de “Comunicator” y que si eso ocurría debía ponerme en contacto con ellos, por supuesto, sin explicar el modo.
Arriba, a la derecha de la pantalla, ofrecían un chat y me sumergí con desesperación.
“Buenos días, tengo problemas con el teléfono y necesito hablar con alguien, llevo casi una hora discutiendo con un robot."
Raudo, mi interlocutor constató: “... Solo puedo ayudarte si te encuentras en un proceso de contratación, o acabes de realizar una baja reciente. Si tu consulta es por una línea diferente por favor contacta conmigo desde la línea móvil de “Comunicator” sobre la que aplique tu consulta.
Intenté explicar que no podía escribir con un teléfono que no escribía, que hiciese de cuenta que era ese, pero el engendro se quedó pensando, sin reaccionar, como si hubiese recibido una dosis suficiente de gas paralizante.
Insistí con el móvil y ya con los nervios a flor de piel, después de utilizar alfabetos distintos sin que mi interlocutor aceptase trasladarme a nivel humano, recordé una palabra mágica que me regaló un paciente: “Cuando le pregunten el motivo, diga que tiene una incidencia técnica.”
Comencé a responder a cada pregunta vocalizando como un tenor. “in.ci-den-cia; in-ci-dencia” hasta que la obtusa grabadora de frustraciones accedió a pasarme con un operador.
Le costó lo suyo al buen hombre dar con el problema y resolverlo, y cuando el agradecimiento estaba llegando a mi boca reapareció la actividad en el chat.
Era Carlos M, de Salamanca, que me dio la enésima bienvenida a “Comunicator” y se ofreció para a ayudarme.
Le agradecí, y me permitió dejar registrada mi profunda aversión hacia la inteligencia artificial, obtusa como ella sola, que no entiende nada más que el modo de atender sin atender, lo que significa una sorprendente perversión.
Si fuera ganso y empático, diría la respuesta, a cualquiera que necesite hablar con un servicio técnico, responder: “¡incidencia técnica!” y se ahorrará muchas gansadas.