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Ventana en silencio

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 06 de abril de 2024, 20:57h

He venido temprano a la ventana donde escribo, abro el ordenador y me tropiezo con el artículo de Antonio Muñoz Molina, donde habla del lugar en el que se sienta a su tarea diaria, muy parecido al mío. No es una metáfora, es una realidad, aunque bien podría serlo. Una ventana abierta al mundo para reflejar lo que vemos desde la atalaya de silencio y soledad que necesitamos para nuestras reflexiones.

Después leo las declaraciones del filósofo Javier Gomá. Dice que la cultura es la expresión de la vulgaridad. Bueno, esto es lo que extrae su entrevistador para la entradilla, pero lo que quiere decir es que hay que hablar más del mundo y menos de los libros que nos cuentan cómo es el mundo.

Antonio divaga sobre el silencio de Cervantes y de Juan Ramón. Se necesita mucho silencio para contar las aventuras de un destartalado soñador que se hace acompañar por la representación de la vulgaridad, como si no hubiera otros contrastes para describir la vida que vivimos; y mucho aplomo para controlar la melancolía que nos conduce a dialogar con un burro, y convertirlo en un ser entrañable y cariñoso. La vida es áspera y necesitamos las lanas suaves de un borrico para apoyar la cabeza sin que nos duela.

A esta hora todavía hay silencio. Solo escucho el tableteo de mis dedos sobre el teclado. Todavía no ha empezado a piar el pajarillo que le trae la comida a sus polluelos. Tampoco se han abierto estruendosamente las puertas de los depósitos del hipermercado. El trajín de este sábado está esperando a que salga el sol para mostrar su jolgorio. No sé qué hacer, si quedarme con la paz quieta de Muñoz Molina o identificarme con el ambiente de vulgaridad que normaliza Gomá. En el fondo, ahí es dónde me toca vivir.

No entiendo las guerras, ni cómo un cocinero se ha convertido en el protagonista de las noticias del frente, ni por qué un candidato se acerca a cincuenta kilómetros de la frontera para hacer la campaña, como queriendo decir que no fue él el que huyó sino que no lo dejan entrar, ni en qué se basa Juliana para decir que Feijóo se ha transformado en cuántico. Para algunos, lo cuántico se emparenta con lo incomprensible, porque se intenta ampliar la visión del mundo corpuscular a la realidad de todos los días. En esto parece que no le hacemos demasiado caso a Gomá.

Aún no se adivina esa fina línea naranja en el horizonte y creo que estoy en disposición de acabar este artículo antes de que amanezca. Alguien lo leerá y le parecerá disparatado, y se preguntará qué quiero decir con estos trazos dispersos. Pues exactamente lo mismo que acabo de leer en El País de Antonio Muñoz Molina sobre el Quijote y sus silencios, de venta en venta llenas de ruidos, y Gomá recomendándonos que nos adaptemos a la vulgaridad como el signo más fidedigno del ambiente en el que estamos. Solo le falta decir que así alcanzaremos el equilibrio que se logra con la seguridad de tener los pies pegados al suelo que pisamos, la salud mental tan necesaria para seguir adelante. Reconocernos vulgares es avanzar en ese camino que se empeña en conseguir la felicidad a retazos, porque tragársela toda de golpe, como pretenden algunos, provoca empacho e indigestión y hasta puede que nos duela la cabeza.

Seremos mitad Quijote y mitad Sancho que es lo que recomendaba Cervantes en su libro: En el fondo una denuncia del mal que acarrea leer demasiados libros, que es lo mismo que nos aconseja Gomá. Les confieso que no estoy seguro sobre si tienen o no la razón.

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