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Grandes almacenes con servicios no tan grandes

Por José Luis Azzollini García
lunes 25 de marzo de 2024, 12:24h

El primer gran almacén del que oí hablar en la isla de Tenerife, fue uno que llevaba por nombre “Galerías Herrera”. Por aquella época, mi madre ya tenía abierto su negocio de un pequeño estanco-bazar en la que vendía casi lo mismo, pero a su manera: algo más personalizada. En cualquier caso, la gran tienda, no le hacía daño al de mi madre y, por supuesto el pequeño negocio ni cosquillas le hacía al grande. Ambos subsistían cada uno en su segmento de clientela. De hecho las propiedades se conocían entre si y se respetaban. No obstante, eran del barrio.

Pasados los años, llegó a suelo isleño, un nuevo imperio comercial que vino de la mano de un grupo empresarial de España. Galerías Preciados, había decidido abrir una tienda -así llamaban a toda una edificación de varios pisos dedicados al mundo de la moda, Juguetería, complementos y perfumería y droguería-. Nuevamente, el fantasma de la competencia, volvió a aparecer en el horizonte para todos los pequeños comercios que vendiendo lo mismo veían cómo podían hacer zozobrar muchas ilusiones. La venta se producía por captación de la clientela a través de precios ventajosos y el poder conseguirlo todo, o casi todo, sin salir a la calle. ¡El poder siempre atrae! ¿Triunfó esa nueva forma de vender? Ya les digo que mi madre, no cerró las puertas en esa etapa. De hecho, las cerró cuando se jubiló. Su sistema personalizado de ventas, adquirido en sus comienzos como joven vendedora en una tienda de su época, le permitía llegar a su público tratándolo de forma familiar. El servicio que se ofrecía en el pequeño comercio, nada tenía que ver con aquel otro que rezumaba altivez y prepotencia con muchas dosis de formación sobre técnicas de venta. ¿Señorita, no tiene el champú “marilú” que deja el pelo sedoso y limpio? – mire a ver en la sección de bazar, pero no me suena. En el caso de mi madre, el “NO”, estaba en desuso. – No te preocupes que te lo busco y te lo traigo.

Aquella súper tienda sufrió un asalto nacional que hizo a que pasara de un nombre a otro, casi sin pestañear. El personal cambió de uniforme y listo. ¿Cerraron las tiendas de barrio? Algunas sí, pero no todas lo hicieron. Ni siquiera cuando a ese desembarco, de corte anglosajón, le siguieron las grandes superficies de la alimentación, que si acabaron con los pequeños supermercados. Bueno, acabaron, hasta que la gente se cansó de ir a buscar la chocolatina o el papel higiénico y se les contestaba que buscara en el pasillo aquel o en el de más allá. El que hicieran campañas de tres por dos, tenía ese peaje. Todo comenzó a llenarse de pasillos iluminados, de carros que se desviaban hacia un lado determinado y muy, pero que muy poco personal para tanto espacio. ¡Hágaselo Usted mismo! Sin darse ni cuenta, el cliente pasó a ser un trabajador de la súper y magnífica tienda de comestibles, de moda y por supuesto del bricolaje. ¿Nos extrañamos de que, bancos y gasolineras, se hayan apuntado al sírvase usted que yo solo tengo ojitos para cobrar? Es más, en un hotel de Mallorca de cuatro estrellas, yo mismo tuve esa experiencia al pedir un café en febrero. Claro que yo viajaba con el IMSERSO. ¡Ah!, ¡entonces sí!

Llegando ya a la actualidad, me he visto envuelto en otro de esos magníficos servicios que nos han metido -casi sin notarlo- con algo de “vaselina tarifaria”. La compra de un armario normal sin grandes pretensiones, nos llevó hasta las puertas de uno de esos grandes almacenes del mobiliario. Pateando un buen rato por el almacén, dimos con el que se ajustaba a la medida de la pared y al precio que deseábamos pagar. Un personal muy atento, nos dijo cómo adquirirlo pues en ese momento no había existencias -últimamente hay pocas existencias, pida lo que pidas-. Se hicieron los trámites y tras esperar casi dos meses -lo estipulado- llegó el armario a Tenerife y se nos anunció que deberíamos ponernos en contacto con el almacén para concretar la entrega. Se cuadra el día, pero la hora se nos dice que el transportista nos llamará y nos dirá la hora a la que irá a llevarlo y montarlo. El día señalado, y para no cansarles demasiado, estuve esperando desde las nueve de la mañana, hasta las doce del día a que me llamaran -yo había hecho tres llamadas previas, simplemente para tratar de conseguir que el técnico me llamara y poder organizar mi tiempo-; y cuando se produjo la llamadita, se me dijo que estarían por el lugar de entrega a las dieciséis horas. Parecían alemanes, pero debe ser que no lo eran del mismo centro de Alemania, pues llegaron a las dieciocho horas y se fueron a las diecinueve treinta. ¡Diez horas! ¿Qué había pasado? ¿Es ese un servicio que ofrece Confort? Todo lo bien que lo habían hecho antes de la venta, quedó en un bluf en el segundo paso y el motivo no es otro que, sin darme cuenta, ni opción, yo había estado tratando con dos empresas diferentes. La primera me vendía el producto y la segunda me lo llevaba y colocaba en su sitio. ¿Tenía yo algo firmado con esta otra entidad? No. ¿Incomoda eso a quien dirige la empresa donde se compró el armarito? ¡Qué va! La soberbia parece que les puede. Su forma de pensar podría esta resumida en una sola pregunta: ¿Y, que quieren, para lo que pagan? En la pequeña empresa, no solo se daría respuesta después de la primera llamada, sino que al final, se hubiera producido como poco una disculpa. En el caso que les cuento, ni lo primero, ni lo segundo. Conclusión: en solo una transacción, han vendido un armario y perdido un cliente.

Lo más curioso de todo esto que he contado es que la población está acostumbrándose, cual actitud borreguil, a que todo lo que se hace y se diseña, tenga validez en la vida diaria. Se nos despacha una hamburguesa tridimensional, que ni siquiera tenemos boca para dar el primer bocado; pero no le prestamos atención al hecho de que has de llevártela a tú mesa. Incluso se da el caso de que cuando terminas y te vas, alguien te mira mal, si no llevas los restos al contenedor de residuos y colocas la bandeja vacía en el lugar que se ha dispuesto. Aún no han conseguido que el cliente pida el pañito y la fregona para limpiar la mesa y el piso donde pisa. ¡Todo llegará, si seguimos tragando!

Para que no digan que esto solo se da en lo privado, les recuerdo que ya hay organismos públicos donde uno mismo puede auto-gestionarse trámites burocráticos. La población, lo único que tiene que hacer es seguir las instrucciones, al mismo tiempo que ve cómo van desapareciendo puestos de trabajo. La gente de antes se embravecía cuando decía que los extranjeros vendrán a quitarnos el puesto. ¡Cuán equivocados estaban! El trabajo ha ido disminuyendo a ritmo que ha marcado la música de “do it yourself”, que se puede intuir aunque no se escuche como sonido ambiental en grandes superficies, gasolineras, bancos, ferreterías, tiendas de barrio y restauración moderna.

El servicio, es un bien de carácter inmaterial, tan escaso ya, que debería incluirse entre las cosas que están en peligro de extinción.

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