www.canariasdiario.com

Un eje torcido

Por José Manuel Barquero
domingo 24 de marzo de 2024, 12:16h

Después de algunos titubeos, por fin Vladimir Putin se tomó en serio su trabajo como candidato a la presidencia de la Federación Rusa. Debutó en las urnas en 2000, recién jubilado del KGB, apadrinado por un Boris Yeltsin declinante. Hay un documental biográfico de Putin que recoge imágenes de aquel día. Las cámaras filman a Yeltsin en su domicilio, esperando la llamada de agradecimiento de su protegido. La noche avanza, la llamada no se produce y la expresión de Yeltsin va pasando de la incredulidad al escarnio público. Putin obtuvo entonces el 53% de los votos, y nunca telefoneó a su mentor político.

Cuatro años después Putin recibió el 71% de los sufragios, y en 2008 colocó a un títere de apellido Medvédev para que le guardara la silla en el Kremlin mientras reformaba una constitución que le impedía presentarse tres mandatos consecutivos. Eran tiempos en los que Rusia aún pretendía parecerse a una democracia occidental, el imperio de la Ley y tal y tal. Solventado ese pequeño escollo reapareció en 2012 con un “paupérrimo” 63% de apoyos. Ya digo que Vladimiro se ha puesto las pilas en términos “democráticos”, porque acaba de despejar las dudas sobre su liderazgo en plena guerra revalidando su mandato para cuatro años más con un 88% de apoyo popular.

Putin va a superar el tiempo que permaneció Stalin en el poder. Este dato sería suficiente para hacernos una idea de la manera en que se percibe a sí mismo, pero conviene profundizar algo más en el análisis de su estrategia. Cuando invadió Ucrania convirtió a Rusia en un país apestado en el contexto internacional. Entonces una parte de la opinión pública en Europa pronosticaba su caída, antes o después, empujado por unos oligarcas que se habían enriquecido gracias a él y no querían perder sus privilegios. Roman Abramóvich tomó la iniciativa para frenar la escalda bélica pero al poco le sentó mal un café, se puso malo unos días y no volvió a reunirse con nadie. Los meses fueron pasando y allí no se movía ni dios.

Después de aquello los más ingenuos pensamos que sería la clase media rusa, que se había multiplicado en las últimas dos décadas, la que no querría abandonar un modo de vida que les permitía viajar al extranjero, pagar con tarjetas VISA y adquirir inmuebles con vistas al Mediterráneo. Eran los ciudadanos acomodados, no las élites, los que comenzarían a protestar al notar el vacío en sus carteras, sus cuentas en el extranjero congeladas y las tiendas de Zara en Rusia cerradas. Fue otro error de cálculo gigantesco pensar que los sucesivos paquetes de sanciones económicas terminarían por reducir los apoyos de Putin.

Hay un estudio que afirma que los norteamericanos pasan el 93% del tiempo en interiores climatizados. La estadística en los países de la Unión Europea debe arrojar resultados similares. Pero la gran madre Rusia aún alberga en su vientre a millones de ciudadanos alejados de ese confort climático. Esta circunstancia, unida a una secular historia de penurias, imprimen carácter colectivo y configuran una población genéticamente preparada para pasarlas canutas. Lo acabamos de comprobar en las elecciones presidenciales rusas, que han constatado un apoyo masivo al responsable de tanta desgracia actual.

David Levari es un psicólogo de la Universidad de Harvard que ha desarrollado una teoría sobre la “expansión del confort”. Viene a decir que cuando se introduce una nueva comodidad en nuestras vidas nos adaptamos a ella, y las condiciones penosas anteriores devienen inaceptables. Pues bien, Putin ha desmontado esa argumentación demostrando que la miseria material, provocada primero por el sistema feudal de los zares y después por décadas de comunismo, es capaz de generar potentes anticuerpos democráticos en la población. Sin una previa cultura de la libertad, en tiempos de zozobra la gente se aferra en masa a un líder autoritario porque valora más la seguridad que las hamburguesas. Entonces irrumpen en un auditorio una decena de encapuchados con armas automáticas y se ponen a triturar carne.

Disparar a indigentes durmiendo a la intemperie sobre las frías baldosas que dan entrada a un centro comercial es una de las representaciones más exactas de lo que significa el terrorismo. El salvaje atentado del viernes en Moscú desnuda a Putin como único hombre capaz de proteger a sus ciudadanos, tal fue el principal mensaje de su campaña. El islamismo radical paga a Putin con su misma moneda sus fechorías en Siria y Chechenia. Es un triste consuelo comprobar que el eje del mal no se encuentra alineado, y que los bárbaros se golpean entre ellos. Por desgracia ese castigo casi siempre se produce en el cuerpo de inocentes, y esta es una lectura válida también para Israel, Gaza, Ucrania o Afganistán. Si hace un cuarto de siglo Putin no levantó el teléfono para dar las gracias a Yeltsin, dudo que ahora derrame una lágrima por esos cuerpos descuartizados. Por si le falla la OTAN, el zar ya tiene otro enemigo contra el que blindarse en el poder.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios