Las islas Canarias siempre fueron consideradas como un vergel. Sus valles, sus cumbres, sus playas, en cada una de ellas, dibujaban unos paisajes que se retenían en la mente de mucha gente que poco a poco las convirtieron en el objeto del deseo para disfrutar de sus descansos anuales.
Grandes naturistas e ilustres personajes visitaron algunos de los rincones de las islas, dejando frases que resaltaban las maravillas que captaban sus sorprendidos ojos. Eran otros tiempos, donde lo bello y natural predominaba sobre algunos de los esperpentos que ahora vemos en nuestros paseos.
Tras aquellos primeros visitantes, vinieron otros grupos que atendidos por empresas interesadas en la comercialización de tales bellezas primigenias, iban admirando cada uno de aquellos espectaculares rincones. Los pocos hoteles que existían, sobre todo en el Puerto de la Cruz, estaban reservados para gente de un poder adquisitivo alto. El Turismo de masa, aún no se había inventado y lo que se contempla hoy en día, a nadie se le pasaba por la cabeza.
Los hoteleros, hoy considerados pioneros, que arriesgaron parte de su patrimonio en la construcción de establecimientos que se adecuaban a la solvencia económica de quienes venían atraídos por los encantos de las islas, invitaban, casi sin saberlo a otros grupos más poderosos que olfateaban el potente olor de don dinero. Y comenzaron a construir otros establecimientos aún más vistosos que sus predecesores. Había comenzado el boom turístico, aunque aún, era una cuestión de un selecto grupo de ciudadanos y ciudadanas que se podían permitir el lujo de venir a las islas y sentirse como reyes aunque solo fuera por el periodo de tiempo que durara su estancia.
De ese sector y en aquella época -años cincuenta- la gente, mayoritariamente seguía viviendo de la agricultura. Solo unos pocos, habrían tocado a las puertas de las empresas turísticas solicitando un puesto de trabajo. Sin pretenderlo, se estaban convirtiendo en los grandes maestros de la posteriormente llamada alta hostelería. Y, sin saberlo también, serían los críticos de lo que vendría a renglón seguido de aquellos tiempos de esplendor.
Pasaron los años y las Islas Canarias seguían en su nivel ascendente, en lo que, a estadísticas de entrada de turistas a suelo patrio, se refiere. El cemento empezaba a dejarse ver con más influencia de la esperada y ahora podemos añadir, que deseada. Casi sin darnos cuenta, comenzó el éxodo masivo del campo hacia los hoteles. Con el mismo ritmo, se necesitaron más carreteras, aeropuertos más grandes para dar cabida a tanto visitante, infraestructura de más variedad y en definitiva, un estamento económico que estoy casi convencido que nadie preveía que creciera con tantísima fuerza. Y, si se tuvo en cuenta, quien lo permitió y lo sigue permitiendo ha de saber que el “bien pensando” está a una distancia muy grande del “bien deseado”. Al menos para quienes creemos en el Turismo en su forma más beneficiosa. Está claro que el mundo turístico, aporta al erario público una cantidad importante de dividendos y que su peso en la balanza económica, no pasa desapercibido. Pero si esa gallinita no se cuida, posiblemente dejará de poner sus ricos huevos de oro, para pasar a ser un motivo más de discordia. ¡De la gallina vieja, solo se consigue un caldo!
La previsión del consumo de suelo en un territorio con dimensiones y recursos limitados, ha de hacerse -debería haberse hecho ya- con un calibrador más milimétrico. El no haberlo hecho así, y el dejar que vengan desde fuera a implantar sus propuestas llenas de un optimismo exagerado, nos recuerda bastante aquel cuento “del traje del rey” donde el personaje se dejaba llevar por su ego y solo escuchaba lo que deseaban oír sus reales orejas. Al final quedará al desnudo frente a los demás. Al final, nos quedaremos con un cemento que no podremos comérnoslo. Al final, veremos como no hay agua para tanta gente, ni carreteras para tantísimo vehículo. Puede incluso que, poco o nada de lo que nos cuentan ahora, sea de utilidad para el mañana.
Vivir del Turismo, se puede, y es una forma excelente de ganarse el sustento. Se conoce a gente maravillosa y se aprende de otras culturas distintas a la propia. Pero malvivir del turismo también es posible. De hecho, para pasar de un estado de bienestar al lado oscuro, solamente es necesario, seguir dejándonos llevar por quien/es siguen apostando por no dejar ni un centímetro de tierra sin ocupar. Y, todo ello en aras de un turismo de calidad. Todo se hace en su nombre y siempre consiguen que todo el que habla de nuevas plazas hoteleras, mencione este perfil de clientes para, en su nombre, seguir conformando lo que, precisamente el turismo de calidad, más detesta: la masificación.
Aún recuerdo cuando comenzaron a introducir la necesidad de hacer campos de golf -hasta ese momento, solo existía el del peñón en la zona de Los Naranjeros del norte de Tenerife- Cuantos más mejor, decían; porque el cliente que viaja con la lista de campos de golf en las manos, es un tipo de turismo de calidad de “alto standing”. Yo conocí a un señor que no era precisamente un potentado -era taxista en Edimburgo- y venía con frecuencia a Tenerife y costa mediterránea de la península en busca de sol y la playa además de a jugar en los campos de golf. Lo que a alguien se le “olvidó” decir es que, alrededor de cada campo de golf, se fabricarían urbanizaciones; algunas de ellas, para vender en lo que se llamó “time sharing” y que poco a poco fueron ampliando el paisaje de hormigón que ahora se puede apreciar. ¿Turismo de calidad, o especulación pura y dura? Los hoteles que se construían y se siguen construyendo son de una arquitectura, cada vez más impresionante, lo que invita a pensar en ese turismo de calidad del que hablan. Lo que se le olvida decirnos también, es que todas esas camas hay que llenarlas, incluso cuando las cosas vienen mal dadas. Y, ¿qué se hace entonces? Algo tan sencillo como evidente: se bajan las tarifas y se colocan hoteles de gran apariencia en lo que a calidad se refiere, al nivel económico de quien se pueda permitir pagarlos. Y, bajando, bajando, se llegará al nivel del turismo de masa. ¿Es malo este tipo de clientela? Cada cual tiene su propia respuesta. Para quien tiene bares y discotecas, cuanto más, mejor. Para quien desea ser atendido con un poco más de personalización, tal vez lo de la cantidad esté un poco sobrevalorada. Pero, ¿Y para la población isleña? Ahí ya les digo yo, que con una velocidad de crecimiento menor, íbamos bien servidos. Con una cantidad menor de turistas visitándonos, tendríamos el nivel de trabajo adecuado y no veríamos mermados nuestros recursos naturales, que son limitados.
Que el turismo es una gran locomotora, pocos lo dudan; pero la saturación de gente a mover, puede afectar a su funcionamiento, Cuanto más leña se meta en su caldera, más humo echará pudiendo llegar a ahogarla hasta convertirla en una pieza de museo, más que en una herramienta de trabajo.
¿Turismo de calidad, o turismo de masa? ¡Que hable la locomotora