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Ricky Rubio y Juan Carlos Unzué, dos bomberos para un Congreso en llamas

Por José Manuel Barquero
lunes 26 de febrero de 2024, 18:03h

Unas cejas pobladas enmarcan unos ojos hundidos pero brillantes. Las pupilas arrojan una mirada acuosa y transparente, como de buena persona. 300 días después de jugar su último partido oficial Ricky Rubio ha vuelto a una cancha de baloncesto para disfrutar y hacernos disfrutar. No ha sido fácil la travesía. “Mi mente se fue a un lugar oscuro”, contó hace unos meses. Después de los bomberos de Valencia, un deportista de élite es lo más parecido a un superhombre. Por eso tiene tanto valor el ejemplo de Ricky. Hay que ser valiente para pedir ayuda cuando todos te ven como un dios repartiendo asistencias.

Cuesta mucho más entender una enfermedad mental que una rotura de ligamentos cruzados, pero la esencia es idéntica. Tú quieres que tu rodilla haga algo, pero no puede. Sucede lo mismo en una depresión o en un trastorno de ansiedad: te gustaría que tu cerebro funcionara de determinada manera, pero no es capaz. Sin embargo a la mente, la propia y la ajena, le exigimos mucho más que a cualquier articulación quebrada: pensamos que básicamente es una cuestión de voluntad que cumpla su cometido de ordenar nuestros pensamientos y emociones de una manera sana, pero no es así. Aunque tengamos muchas ganas, no probamos a caminar con un tobillo fracturado. “Pensaba que lo podía controlar”, dijo Ricky. Se equivocaba.

Despreciamos lo que no entendemos. Supongo que este es el motivo por el que un 40% de la población aún manifiesta rechazo social hacia las personas que sufren estos problemas según el primer informe sobre salud mental en España publicado el pasado año. Me parece mucho rechazo, sobre todo teniendo en cuenta que un 42% ha sufrido algún episodio depresivo a lo largo de su vida, un 47% alguna crisis de ansiedad o pánico, y un 37% ansiedad prolongada en el tiempo. Pregunten un poco a su alrededor y verán cuántas sorpresas se llevan.

Escuchas a enfermos y familiares hablar sobre células cancerígenas y quimioterapia con la precisión de un oncólogo, pero la ignorancia y los prejuicios nos llevan a asociar determinadas enfermedades mentales con la debilidad de carácter. Sin embargo, la segunda causa más común de la depresión y la ansiedad -sólo por detrás de los conflictos familiares o sentimentales- es la autoexigencia profesional, escolar o académica. O sea, un problema que a menudo afecta a los más capaces, a los que nunca quieren defraudar, a los fortachones que pretenden cargar con todas sus preocupaciones y las de los demás.

Esta semana visitaban el Congreso de los Diputados afectados por la ELA, una enfermedad tan cruel que parece inventada por el diablo. Además la ELA es rara. “Sólo” se diagnostican entre dos y cinco casos cada 100.000 habitantes. En estos momentos se calculan unos 4.000 pacientes en toda España, un número al parecer insuficiente para que sus señorías se tomaran la molestia de acudir a escucharles. Sólo cinco diputados estaban presentes, ni siquiera uno por cada partido con representación parlamentaria, ni siquiera todos los miembros de la Comisión de Sanidad. Juan Carlos Unzué, ex-futbolista golpeado por esta enfermedad degenerativa, se lo reprochó allí mismo con una mezcla de ironía y tristeza.

Esa ausencia masiva provoca vergüenza ajena al pensar que el Gobierno de España y los diputados que le prestan su apoyo parlamentario están dedicando todos sus esfuerzos a una ley de amnistía que según la organización independentista Òmnium Cultural debería beneficiar a 1432 personas, de las cuales 880 sólo afrontan sanciones administrativas. Mientras tanto permanece bloqueada desde hace dos años la tramitación de una Ley de atención integral para pacientes de ELA que supondría mejorar su calidad de la vida y la de sus familiares. Lo mismito que no pagar una multa por desacato.

Se entiende que la ELA es rara y da menos votos que el procés. Pero más de tres millones de personas han padecido en nuestro país algún episodio depresivo o de ansiedad, y unas 230.000 están diagnosticadas con depresión grave, y tampoco disponemos de una Ley de Salud Mental en España. Parecen cifras suficientes para que los políticos muestren algo de esa empatía que ilumina sus miradas durante la campaña electoral, como la de Ricky Rubio, pero que luego se apaga. Hay días que observo el Congreso de los Diputados y veo un esqueleto negro, un edificio chamuscado por la desidia, construido con unos materiales humanos poco aptos para su función principal, que no es otra que ocuparse de los problema reales de la gente que les paga el sueldo.

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