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Leoncio Badía Navarro

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 10 de diciembre de 2023, 05:00h

Con cierta frecuencia me surgen ganas para escribir temas relacionados con gente buena, de esa que nos hace reconfortar con lo mejor de los seres humanos.

Tropezar, en épocas de tribulaciones, con personas que han arriesgado sus vidas para hacer la existencia de los demás un poco más justa, más soportable ante la iniquidad, genera aquellas ganas que, algunas veces, tengo que postergar porque la actualidad es suficientemente grosera como para mirar a otro lado.

Hace unos días escuché une entrevista en RNE donde autores de un cómic exponían una publicación relacionada con un héroe, que para denominarlo con título llamativo describían como el “Enterrador de Paterna”.

Durante la guerra civil española, este buen señor, alistado en el ejército republicano como chofer de un comandante, al acabar la misma, con enorme fortuna, tuvo la suerte de no ser ajusticiado.

Regresó a su pueblo de Valencia, concretamente Paterna, donde por los antecedentes "rebeldes" le dieron un puesto en el cementerio local, donde tuvo que encargarse de muertos del bando perdedor.

No hacen falta realzar méritos, los mismos se han prodigado en exposiciones, libros y muestras fotográficas. Creo que lo que resume mejor la vida de este hombre es un decreto del año 2019, donde la Presidencia de la Generalitat de Valencia le concedió una distinción a título póstumo, para reconocer y destacar su compromiso con la solidaridad y ayuda a los otros.

Transcribo: "Leoncio Badía Navarro nació en L’Eliana en 1905, pero su vida estuvo vinculada a Paterna, a donde se trasladó muy joven. Inició los estudios de Magisterio y, aunque no llegaría a terminarlos, su vocación docente le llevaría a enseñar a sus vecinos analfabetos a leer y escribir.

Participó en la guerra civil como voluntario en el bando republicano. Tras el fin de la misma fue sometido a juicio sumarísimo y condenado a muerte, condena que no se llegó a ejecutar.

De regreso a casa, entre 1939 y 1945 –los años más duros de la represión de posguerra– tuvo que trabajar como enterrador en el cementerio, donde daría sepultura, en setenta fosas comunes, a más de dos mil personas fusiladas durante aquellos años en Paterna.

De forma clandestina, y a pesar de los riesgos que corría por ello, Leoncio Badía ayudaba como podía a las familias de los represaliados y les permitía ver por última vez a sus muertos y, cuando era posible, enterrarlos con dignidad, o trataba de facilitar la identificación de los cadáveres situando junto a ellos mensajes con sus nombres.

Tras perder el trabajo como enterrador, se retiraría al «exilio interior». Falleció en 1987, sin que sus esfuerzos por asistir a las familias de las víctimas fueran reconocidos, hasta que, veinticinco años más tarde, empezaron a excavarse las fosas comunes del cementerio de Paterna.

Por ello, como reconocimiento a su sentido de la humanidad y a su valor en las circunstancias más difíciles, y en recuerdo de una de las figuras más significativas de la memoria democrática en la Comunidad Valenciana, previa deliberación del Consell, en la reunión de 7 de octubre de 2019, se le concede la distinción de la Generalitat.”

No solo trataba con el respeto merecido a los sacrificados, sino que conservaba elementos que pudiesen identificarlos en el futuro: pipas, telas, botones, cartas, gafas.

Por las madrugadas, a horas intempestivas, recibía a los deudos para que pudiesen identificar el lugar donde reposarían los restos, en síntesis, inentaba convertir el duelo en algo distinto a lo que ordenaban el odio y la sinrazón.

Se arriesgaba, y décadas después recibió el reconocimiento, premio no buscado para un servicio inconmensurable que hizo por familiares doloridos.

Es imprescindible honrar a quienes, mezclados entre los conflictos que nos acechan, supieron encontrar algo de luz, inspirando a otros, tan nobles como ellos, para que alumbren con su accionar caminos más justos.

Quizás sean fulgores tenues, pero siempre existirá la posibilidad de potenciarlos si no nos dejamos anular por el desánimo.

A lo largo de la historia siempre han existido valientes, que en vez de mirar hacia otro lado, para que no le rebotasen las consecuencias, se implicaron en lo que les dictaba la moral.

Los escépticos aseguran que el compromiso con la justicia y el altruismo anónimo, probablemente, sea ineficaz para luchar contra las plagas que nos acosan, capaces de borrar de un suspiro iniciativas diseminadas por todo el planeta.

No obstante, cuanto más sean los críticos, los que tengan la suficiente solvencia para no transigir y convencer a otros de que no lo hagan, es probable que no se pierda la condición que nos hace sentir, compadecer, emocionarnos.

En las crisis se despiertan todos los demonios, los peores, sumando fuerzas, convicciones, e intereses. Los ecuánimes lo tienen más difícil, y a veces les cuesta no caer en el desaliento.

Que no se haya conocido la existencia de una alma noble como la de Salvador Badía Navarro, no es grave, su voluntad no pretendía trascendencia, simplemente actuaba siguiendo el mandato de su conciencia, en épocas en que era peligroso hacerlo.

No haber caído en la indiferencia nos inspira a los demás a tratar de imitar su grandeza.

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