Me gustaría saber qué cadáver encierra Milei en su maleta. Argentina siempre guarda un cadáver para reconstruir la historia. La última es la que cuenta Tomás Eloy Martínez en su libro “Santa Evita”, donde describe el periplo del general Perón en su exilio custodiando al cuerpo embalsamado de su mujer.
Recuerdo el revuelo que se armó para recuperar los restos de Carlitos Gardel, muerto en accidente de aviación en Colombia, y al que los franceses reclamaban como hijo destacado de la grandeur. Más antiguo es el relato que hace Ernesto Sábato sobre el cuerpo descarnado del general Juan Galo de Lavalle, que va siendo arrojado al río hasta que sólo se quedan con el corazón. Siempre se vuelve con un cadáver a cuestas, aunque sea con la frente marchita y las nieves del tiempo plateando las sienes.
Argentina es así, pero además es un país lleno de talento para reírse de sí mismo. Me gustan sus escritores que practican un castellano perfecto, mezclándose a veces con el idioma del arrabal y del lunfardo. El lunfardo es una metáfora que esconde más que aclara el significado de los términos. En ocasiones se viste de clandestinidad para confundir a la policía en la búsqueda de los marginales, como EL hablar al vesre, que algunos laguneros importaron de aquel país. Está dentro del tango, mano a mano, gambeteando la pobreza en la casa de pensión, o en el cotorro abandonado de La Cumparsita, donde el perrito ya no come desde que ella se fue.
En realidad, lo que a ellas les gusta se parece a Milei. Mama, yo quiero un novio que sea milonguero, guapo y compadrón. Que no se ponga gomina y fume tabaco inglés. Que p’a hablar con una mina sepa el chamullo al revés. No es la primera vez que Argentina se disparata, dejándose caer en manos de sus esencias más auténticas. Solo hay que recordar la época de Isabelita con López Rega, en un intento de recuperar la imagen mítica de Evita asomada al balcón mientras se la comía un cáncer de útero, o de Palito Ortega compitiendo por la presidencia.
Argentina ha pasado por muchas etapas. Un país en el que Borges describe magistralmente a los navajeros apostados en la esquina rosada, igual que lo hace profundizando en los misterios del Quijote o hablando de los traductores de las Mil y una noches; o Cortázar cuenta lo que ocurre en un asado, al sur del Continente, con la misma intención con que Faullkner lo hace desde las orillas del Mississippi. Últimamente he disfrutado mucho con Mariana Enríquez. Todo esto son las razones por las que no puedo reducir el país a Milei, y de por qué me pregunto cuál es el cadáver que lleva escondido en la maleta.
Mis amigos argentinos reconocerán que algo de esto existe, que, dentro el esperpento, no exagero demasiado. Al fin y al cabo, Perón se vino con el cadáver de Evita a un casoplón de Puerta de Hierro y algunos días iba al Pardo a comer con Franco y Carmen Polo. Estas cosas se olvidan pronto, Menos mal que el genio de unos jóvenes cineastas nos lo recuerdan. “El ciudadano ilustre” de los hermanos Duprat y Mariano Cohn, es una denuncia de la vulgaridad del peronismo. Nadie en su sano juicio puede afirmar que Argentina pierde algo quitándose a esto de encima. Sin embargo, parece que alguien entona un réquiem doloroso por la llegada del ultra.
El ultra es consecuencia de lo otro, la típica reacción de un pueblo que se debate entre la ignorancia y el talento. Por eso me pregunto qué cadáver trae Milei en la maleta, y como no soy capaz de descubrirlo imagino que debe ser el suyo propio, después de cortarse con la motosierra.