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Alegría, el buen tiempo del corazón

Por Jaume Santacana
miércoles 19 de julio de 2023, 06:00h

He sido y sigo siendo un gran partidario de la alegría. Creo, sinceramente, que el concepto en el que se basa el sentimiento de la alegría es altamente positivo. Ustedes me dirán: “oiga usted, colega, esto que acaba de escribir es una chorrada más elevada que la negación de la existencia de una trama civil en el fallido golpe de estado del 23F, en 1981”. Pues, la verdad, sí, es una gilipollez inmensa, enorme, colosal, pero no por esto deja de ser una evidencia; y ya está bien de prohibir a las evidencias ser parte de la realidad.

La alegría, por definición, es alegre. Y ustedes, nuevamente se quejarán por tamaña redundancia. Un servidor está absolutamente harto del hecho de que en la definición de un vocablo nunca, jamás, se debe permitir que aparezca la palabra definida, es decir, el objeto de dicha definición; esta norma —y ya es hora de que empecemos a cuestionar las normas (y por extensión las leyes)— no tiene, actualmente, ninguna validez. ¿Por qué motivo no está bien visto expresar la palabra definida en una definición cuando, en realidad, es la mejor opción que existe para nuestro entendimiento humano? Esto es como con lo que la ortodoxia dicta cuando se exige que “las generalidades” (no la catalana, se entiende) no valen”; dicen los falsos sabiondos: “no se puede generalizar”. Y yo, me digo, “¿de qué, moreno, no puedo generalizar si me da la real gana y no hago daño a nadie? Hay que derribar muchos muros que no hacen más que entorpecer la convivencia humana.

La alegría es un estado de ánimo normalmente contrapuesto a la tristeza. Me parece que con esto ya está todo dicho. ¿Perogrullo?, pues sí, ¡qué pasa, tíos! Hay personas que confunden alegría con risas, jolgorio, botellón de playa e incluso con el famoso mamading (gran apuesta de Magalluf, en Mallorca, por el sexo verbal —u oral, como ustedes prefieran— o bien las abobinables y traidoras fiestas sorpresa; pues no, la verdad. La alegría suele ser sutil, delicada, extremadamente sensible, fruto de un instante en el que un individuo recrea, momentáneamente, una ligera convulsión de orden satisfactorio; he dicho satisfactorio, no placentero. Este sentimiento es, siempre, individual. No existe la alegría colectiva; no es compartible. Cuando uno copula (o copulaba, vamos, en los años mozos) no siente alegría; siente placer y, sobre todo eso que ahora llaman empatía, cosa que igual vale para un barrido que para un fregado... y por esos se ha puesto tan de modo. Hoy en día, empatizar es lo más cool... no te jode...!

¿Es la sonrisa la forma externa, la manifestación abierta de la alegría? No sabría responder a esta inteligente pregunta que me brindo. En todo caso si no lo es se le acerca bastante. Es cierto que, en las situaciones en las que la persona advierte una clara ausencia de dolor, no necesariamente va por el mundo sonriendo. Desde mi punto de vista, la sonrisa es algo muy personal y, en cantidad de ocasiones, refleja una posición de cinismo difícil de advertir para el resto de los humanos. La alegría es neutra y eso que dicen algunos de que se contagia es radicalmente falso. Se contagia la risa, así como los bostezos y las ganas de decir gilipolleces, pero la alegría se concentra en el interior del alma y se mantiene plácida y sensorialmente atenuada. Es intransferible.

Puede, lo admito, que esta serie de reflexiones hayan sido pensadas bajo el amenazante clima de calor que estamos sufriendo los ciudadanos de bien; así y todo, en nuestro mundo mediterráneo —tan dado a las explosiones de júbilo innecesarias y a la estupidez normativa— creo que le convendría, de vez en cuando, realizar prospecciones mentales que nos ayuden a cultivar un cierto grado de civilización, si pudiera ser, luterana.

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