Es habitual que el lenguaje político recurra a calificativos estentóreos. Desde el famoso “tahúr del Mississippi”, de Alfonso Guerra a Adolfo Suárez, hasta el “indecente” que le soltó Pedro Sánchez a Mariano Rajoy en un debate cara a cara, los insultos y los improperios han sido una mercancía de ida y vuelta. Podría ser de otra manera, y un trato de guante blanco nos llevaría a mejores acuerdos, pero lo cierto es que sus señorías pierden la mesura y bajan al barro con la única intención de enervar a sus seguidores.
En lo personal no hay nada que quebrante el buen entendimiento; solo se trata de marcar las diferencias y que la masa entienda donde está cada cual. A veces se pasan cuando pretenden meter dos insultos en uno. Sobre todo porque sus significados son aparentemente contradictorios. Es el caso del “judío nazi” que le ha dedicado Amparo Rubiales a Bendodo, después de éste decir que el presidente socialista era un tramposo. Ser judío nazi es lo más de lo más. Es como acusar a alguien de ser de la ETA y, a la vez, de la Guardia Civil. Yo creo que a la señora Rubiales no la entendieron bien y quiso decir “jodío nazi”, que es más acorde con su gracejo sevillano.
De cualquier forma, la gente pasa de escandalizarse y considera que los excesos verbales son de uso interno, destinados a eso que se llama la movilización, y que al personal de la calle le trae sin cuidado. Cuando la calle no se integra en estas luchas se suele decir que está desmotivada, pero esto es signo de que está madurando serenamente una opinión para emitir libremente su veredicto. El que los tuyos te aplaudan todas las ocurrencias extemporáneas que salgan de tu boca no quiere decir que produzcan un efecto positivo sobre el resto de la población. Los demás optan por escandalizarse discretamente, o, a lo más, por mostrar su indiferencia, que es la forma más ostensible de despreciar a lo que no sirve para nada.
Algunos analistas avisan que se va a producir una escalada en este sentido. No creo que sea más dura que en otras ocasiones. Estas elecciones han cogido a todos por sorpresa y están más afanados en confeccionar las listas que en otra cosa. Hay mucha improvisación en las estrategias. Hasta la incorporación de Podemos al proyecto Sumar, de Yolanda Díaz, está contagiado por el suspense de siempre: hasta el último minuto. Esta cuestión se está vendiendo como el acto más importante de la campaña electoral, porque quieren hacernos ver que de él depende la continuidad de la actual coalición de gobierno. Todos sabemos que no es así. Yolanda, aunque no ha participado directamente en las elecciones locales y autonómicas, se ha asomado lo suficiente a la campaña para poder afirmar que la debacle también le ha tocado. Ya ni Iván Redondo habla de ella como la gran esperanza de la izquierda. Ahora la tendencia es otra, y hasta los dueños de los principales medios de comunicación aconsejan apostar por fórmulas diferentes.
La situación es muy desesperante, de aquí los exabruptos incontrolados que no nos llevan a ninguna parte. “Jodío nazi”, o “judío nazi”, qué más da, es el resumen de una brecha de descalificación que ha hecho manifestar a algunos que aquí lo que se defiende es la democracia liberal. ¡Por favor! ¿La de Boric, la de Petro, la de Maduro, la de Yolanda, la de Bildu, la de Iglesias?