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¿Felicidad?

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 30 de abril de 2023, 02:16h

Perseguir la felicidad es un grandísimo anhelo que tiene ocupada a la humanidad desde tiempos inmemoriales, supongo que de los mismos principios, cuando transformó sus hábitos balbuceantes y de desplazamientos torpes en los de una criatura bípeda, que dibujaba manos o antílopes en las cuevas, con la solvencia suficiente para pensar y aprender a definir alegría o tristeza y luego compartirlas.

Lo mismo podría decirse de las búsquedas llevadas a cabo con el pretexto de ahorrar esfuerzos, evitar dolores y conseguir una criatura jubilosa.

Es tan viejo el esfuerzo, tan antigua la consigna, que casi todo el mundo aprendió: en la vida las cosas que se alcanzan no son eternas, duran hasta que se desvanecen.

Luego, quizás, con ilusión o esfuerzo podrán volver a aparecer, siempre condicionadas a circunstancias, que algunas veces ayudan, otras se oponen, y no pocas lo impiden.

Quienes tienen experiencia lo saben, no así los traficantes de ilusiones, que se lucran vendiendo momentos de felicidad sin explicar que tienen período de caducidad.

Todos los seres humanos nacemos con derechos a conocer, a perseguir empeños, pero no todos podrán rozar esos logros, por partir de lugares dominados por la injusticia.

Marginación, pobreza, falta de oportunidades, transforman a la felicidad en una quimera, en todas las acepciones de la palabra, como algo irrealizable, o como una especie de monstruo capaz de respirar fuego o trasladarlo a las entrañas, cuando los posibles momentos de alegría se tornan perpetuo desazón.

Antes no se sabía, ahora un poco más: para que ocurran estos sucesos, en los que una criatura siente, disfruta, ríe en plenitud, hacen falta, además de un organismo capaz de reaccionar, mediadores químicos, receptores, estímulos, capaces de ser activados por la curiosidad, el riesgo o el afán por saber.

Y esos mediadores se pueden almacenar de más, de menos, de muchísimo menos, de muchísimo más, conforme nos acomodamos a las circunstancias.

Quizás esté meditando en todo esto porque las circunstancias a las que tenemos que adaptarnos hoy son propicias para que los malos hagan su agosto, consiguiendo redituar, de la misma manera, la ausencia de horizontes como el exceso de expectativas, la soledad, como la incomprensión, una familia desintegrada como otra bien avenida, excesos estúpidos, aburrimiento de privilegiados, inmadurez, complejos, conductas contagiadas por ejemplos o ídolos difíciles de calificar.

Esto se demuestra con las cifras que escandalizan los noticieros, como la que señala la muerte de 107000 estadounidenses entre agosto de 2021 y agosto de 2022 por una sobredosis de “felicidad”, propiciada por el atajo de una droga maravillosa cuando se utiliza en medicina para tratar dolores incoercibles o una porquería cuando es manipulada por mafiosos.

Esa basura, de nombre fentanilo, barata,sintética e ilegal, actúa en áreas del cerebro que controla dolores o emociones, del mismo modo que lo hace el propio medicamento, la morfina, o la heroína, pero en plan bestia.

Una vez allí, y por un rato, la persona que busca puede encontrar felicidad, transformar el ahogo de la nada en la que vive, en un paraíso con obsolesencia programada, el dolor en placer, el ocaso en éxtasis.

Y eso durará hasta que el efecto, cada vez menor, se esfume, abandonando al feliz temporal, persiguiendo, por caridad, otro gramo de excremento. sabiendo que por caridad no lo va a recibir, porque desde el mismo momento en que se convirtió en adicto se doctoró en sufrimiento.

Los malnacidos que propiciaron esa conversión, fabrican, en condiciones lamentables, un producto a partir de precursores que compran en infiernos incontrolados,

Polvo barato, gotas o inyecciones terribles, que son mezcladas con drogas más caras para potenciar el efecto, medidas en balanzas sin precisión, certificadas por ojos entrenados para no ver nada más que dinero, de allí que a veces, además de causar placer temporal, pueda provocar sedación profunda, problemas para respirar, pérdida del conocimiento, y, finalmente, la muerte si no lo evita algún ángel custodio de guardia.

No existe plenitud hasta la muerte, sí la muerte buscando la plenitud artificial, y eso deberían saberlo los jóvenes, estudiarlo en los colegios, conversarlo en las mesas familiares. La felicidad no está dentro de ninguna pócima que se aspira, se ingiere o se inyecta, cuesta conseguirla, a veces sufriendo, casi siempre con esfuerzo, pero el empeño no mata.

Lo que sí mata es aquello que puede empezar tras un desencuentro, o en una convención de inexpertos, ansiosos por probar, por transgredir normas, por saber lo que hay más allá de las drogas legales como el alcohol u otros supuestos liberadores de represiones, supuestos certificadores de la mayoría de edad.

“¿Cómo pueden valer más los hábitos y creencias de cuatro indocumentados integrales, que los de una persona criada con cariño y esmero por una familia preocupada por sus hijos?”

Eso me preguntaba una madre, angustiada por la deriva que lleva su hijo, que de ser una persona alegre pasó a ser estudiante regular, resistente a las críticas, agresivo, que trata de imitar a héroes que no son más que malandras que no valen cuatro céntimos.

La madre sabe, el hijo tendrá que aprenderlo, que tras consumir drogas, las partes nobles, allí donde reside la “torre” que nos controla, se adapta aumentando la tolerancia, disminuyendo la sensibilidad, convirtiéndolo en esclavo porque deberá consumir más, y para ello tendrá que encontrarla, cueste lo que cueste.

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