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Solemnes borracheras

Por Jaume Santacana
miércoles 01 de febrero de 2023, 06:00h
Cuatro son las principales cogorzas colectivas que, durante mi vida, he tenido el privilegio de contemplar. Intentaré a lo largo de un par de artículos relatar someramente mi visión y recuerdo de aquellos acontecimientos.

La más multitudinaria ocurrió en Madrid el 16 de mayo del 2002, tras el funeral por el alma del señor Hans Heinrich Ágost Gábor Tasso Freiherr von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva. Para intentar conseguir transparentar algo los largos nombres y apellidos del citado personaje debo precisar que se trata de un varón y barón, es decir, un noble: el Barón Thyssen; o sea, ya para completar y facilitar la labor de reconocimiento es más fácil relatar que este humano era el esposo de Carmen (Tita, para los amigos) Cervera, miembro de la nobleza y, de paso, empresario alemán dedicado, principalmente a la acumulación de dinero y -para que no sea dicho- empresario del ramo de ascensores y elevadores varios.

Se celebró en la iglesia de Los Jerónimos (templo con un amplio historial de bodas y funerales reales, es decir, protagonizados por miembros de la realeza española). con una nutrida asistencia de la familia real española y de todos los personajes públicos de primera fila tales como representantes de la nobleza, políticos, intelectuales de derecha y de izquierda (Tita estuvo mucho tiempo “tonteando” con el PSOE, por aquello de que le parecían más simpáticos), artista varios, periodistas, gente de televisión y otros famosillos y un largo etcéteras. Al finalizar la ceremonia, los invitados se trasladaron (muchísimos de ellos andando, casi todos) al museo que lleva el nombre del finado con el fin de tomar unas copas y tal y, de paso, homenajear al noble varón. El citado museo se halla justo a muy pocos metros de la iglesia: con solo atravesar el Paseo de la Castellana ya se penetra en el Museo Thyssen.

La gran avenida era un hervidero -una enorme multitud, vamos, no escatimemos personas- de simpatizantes del Real Madrid que - eufóricos por haber ganado, con el resultado de dos goles a uno (Raúl y Zidane) la Liga de Campeones al equipo germano Bayern Leverkusen, en Glasgow, Escocia – se dirigían a la plaza de Cibeles para ofrecer su magno triunfo a la diosa madrileña; un clásico.

Los aficionados estaban celebrado su victoria con ciertas dosis (o más bien tampoco escatimemos alcohol: masivas ingestas) de bebidas espirituosas, lo cual le daba a la manifestación un marcado tono digamos festivo; el cachondeo era el signo que marcaba el ritmo de la afición. La marea blanca (como dirían los tópicazos del rancio periodismo deportivo), con manchas evidentes de tinto, de vino, claro, bloqueaba el paso a las serias personalidades enfundadas en trajes y vestidos oscuros y solemnes.

En medio de la Castellana el jolgorio era de libro: blanco y negro; alegrón y “alirones” cantados a grito pelado; y caras de circunstancia; lamentos y susurros. El pitote que se armó fue de tal consideración que, finalmente, requerida la fuerza pública, los agentes del orden tuvieron que improvisar una especie de cordón policial que propició un estrecho pasillo fúnebre para que pudieran circular, ciertamente algo avergonzados, los concurrentes al funeral. Los blancos, atizados por la curiosidad y sintiendo el bienestar en sus tripas, aumentaron el nivel caótico y dedicaron cánticos de extrema felicidad al cortejo fúnebre que, visto lo visto, se dedicó a forzar alguna sonrisa piadosa. La travesía de la avenida duró una eternidad. Afortunadamente, a nadie se le ocurrió llevar a hombros el féretro del barón porqué el espectáculo hubiera superado las mejores huellas del mejor cine negro. Y nadie lo propuso ya que el muerto se hallaba de cuerpo ausente. Ni estaba ni se le esperaba, como al general Armada en la Zarzuela.

¿Que por qué motivo estaba yo allí? Muy sencillo: un servidor cumplía mi labor informativa como realizador “oficial” de la familia Thyssen, cosa que ejercía en aquella época dorada profesionalmente. Tuve el gran honor y responsabilidad –y en exclusiva- de grabar para todas las televisiones del mundo los actos celebrados en honor del magnate fallecido que, por cierto fueron seis. “seis funerales seis”, tal como se anunciaban las corridas de toros: el de Madrid, en Los Jerónimos; Barcelona en Pedralbes: el de la ermita de San Telm en Sant Feliu de Guíxols, en Girona (el primero de todos; al final del acto: champagne, francés como su nombre indica); el de Vila Margherita, en Lugano, Suiza; Roma, Italia, no logro recordar el nombre de la iglesia y, finalmente, el entierro familiar definitivo en el pabellón familiar del castillo del barón, Landsberg, en la cuenca del rio Ruhr, cerca de Essen, en Alemania; viajé en el mismo avión que el cadáver protagonista.

Durante la insigne comilona familiar justo después del magno sepelio también puede observar (¡lovi, lo vi!) las enormes cantidades de “litronas” que circularon por la mesa de los mejores vinos franceses y alemanes y, que, además (¡lo vi, lo vi!), ayudaron a crear el clima ideal en el que se produjeron bofetadas literales entre los miembros de su familia: un auténtico espectáculo que no pude grabar... ¡claro! Las imágenes captadas durante el “paseo” por la Castellana nunca vieron la luz, claro. Las del pollo familiar, tampoco.

¡Una lástima!

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