Vivimos tiempos convulsos, donde las críticas y los problemas se palpan en las miradas de las personas cuando vamos por la calle. Y es en estos momentos cuando los afectos deben resaltarse.
La vida está hecha de esos instantes que hacen que un día en el que 'parecen crecerte los enanos', una sonrisa de un compañero de trabajo o una llamada de ese amigo que siempre te hace sonreír, te alegra la jornada.
Tal vez sea porque, con los años y el paso del tiempo, la susodicha aprecia más esos instantes, o porque las canas nos hacen valorar las emociones que antaño no veíamos tan importantes. Sea por lo que fuere, en estos días he vuelto a entender el poder de la amistad, de esas personas que siempre están a tu lado y que, a pesar de nuestro mal carácter y nuestras exigencias, siempre están ahí.
Puede sonar muy de libro, pero la paz, la tranquilidad y el placer que siente una persona cuando está en esa cena con amigos de toda la vida, con esos a los que no te hace falta hablar, y que con una sola mirada saben perfectamente lo que te ocurre, no se cambia por nada.
El propósito de los amigos es hacernos la vida fácil, y solo con esa clase de amigos nos iríamos al fin del mundo. Si son amigos de verdad, cuando actúas mal te lo dirán, pero no te criticarán, ni te juzgarán; simplemente, tendrán la capacidad de poder decírtelo para que puedas modificar tu conducta y, así, mejorar tu vida.
Esos amigos saben de ti, posiblemente más de lo que sabe tu pareja, tus hijos y, en algunas ocasiones, tus propios padres, porque ellos te han visto desempeñando todo tipo de roles. Han vivido contigo llantos, alegrías, duelos, envidias, riquezas y pobrezas, rupturas, bodas, bautizos y funerales.
Son esos ángeles que Dios puso en tu vida para hacértela más sencilla.
Yo soy una de esas personas afortunadas que cuento con algunos de esos amigos, muy pocos, pero terriblemente incondicionales, que me quieren tal y como soy y saben, casi más que yo misma, cómo soy.
A esos amigos y a todas aquellas personas que tienen estos amigos, les escribo hoy, porque estas palabras son para agradecerles que mi vida sea como es, que en los momentos de soledad los tenga ahí y encuentre un hombro en el que llorar y con quien reír en los momentos de juergas y alegrías.
Gracias, queridos amigos, por estar en mi vida; y gracias, Dios mío, por haberme ayudado a encontrar en mi vida a estos seres de luz que me ayudan a vivir cada día.
Si tú, querido amigo que me lees ahora mismo, eres un privilegiado como yo, agradece a la vida la fortuna de contar con esos seres que alumbran tu vida.