Ahora ya hemos entrado de lleno en la canícula estival, que este año parece que será severa y prolongada, aunque vaya usted a saber cuáles serán los designios de los dioses del clima. Igual Tempestas nos trae lluvias abundantes y Eolo vientos refrescantes, pero no parece probable, al menos de momento, de acuerdo con las previsiones de los meteorólogos. Este año, además, tuvimos un brutal adelanto en el mes de junio, con lo que ahora llueve sobre mojado o, mejor dicho, acalora a los acalorados.
Tanto calor provoca fatiga y agotamiento que caen sobre una población agotada por dos años de pandemia y extenuada por catorce años de crisis económica. Y ahora, cuando parecía que empezábamos a salir del desastre de la covid 19 y los fondos de la Unión Europea iban a fomentar una reactivación económica, se nos ha echado encima una guerra imperialista de Rusia contra Ucrania (y contra toda Europa y contra todo Occidente) que ha tenido y está teniendo consecuencias gravísimas sobre el equilibrio social europeo, con millones de refugiados ucranianos que se han añadido al flujo constante de migrantes de los otros muchos conflictos activos en diversas zonas de África y Asia, con el suministro de los productos energéticos comprometido y su importe al alza estratosférica, con la consiguiente subida generalizada de precios y la inflación disparándose a niveles inéditos durante más de treinta años, con el Banco Central Europeo anunciando subidas de interés con la subsiguiente alza de las hipotecas y el encarecimiento de la prima de riesgo de la deuda pública, y con el incremento del gasto en defensa, lo que implicará menos dinero para inversiones públicas en infraestructuras y estado del bienestar.
Pero, paradójicamente, o quizás no, muchos segmentos de la población nos hemos lanzado a un cierto desenfreno fiestero y viajero, sin que parezca importar demasiado todos los problemas que nos afligen, ni tampoco el hecho de que el panorama del futuro inmediato tiende al negro negrísimo. Los festivales y conciertos musicales proliferan por doquier con asistencias multitudinarias; los restaurantes, los bares de copas, las cafeterías, las discotecas están llenos, y los vuelos fake-low-cost van completos, a pesar del infame servicio, del aumento de precios, de las esperas interminables en los aeropuertos y de la alta probabilidad de que te extravíen el equipaje.
No deja de tener cierta lógica que la gente agobiada y aburrida por dos años de confinamientos y restricciones desee desfogarse y tenga ganas de jarana, diversión y salir del entorno inmediato, que ha llegado a ser opresivo durante la pandemia. Si a ello le unimos el calor asfixiante, puede que sea pertinente un poco de rienda suelta, un poco de desenfreno, dejarse llevar por la lasitud provocada por el calor y la bajada de tensión. Un 'dolce far niente' veraniego que nos reconcilie un poco con el mundo.
Pero sin perder de vista que llegará septiembre y todo indica que nada cambiará a mejor, excepto el calor.