Hace ya más de dos meses que se inició la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso y el conflicto, lejos de mostrar visos de un posible fin cercano, parece estar entrando en una fase de guerra de posiciones que podría prolongarse durante meses, o incluso años.
Tras el fracaso de la primera ofensiva rusa, que tenía toda la apariencia de que pretendía controlar Kiev y la mayoría del territorio de Ucrania en unos pocos días, el ejército ruso se ha replegado y ha concentrado sus esfuerzos en el Donbás, en Járkiv y en el litoral del mar Negro, con el objetivo indisimulado, de hecho reconocido explícitamente por un alto rango militar, de ocupar la totalidad del este y del litoral ucranianos, garantizando la continuidad terrestre con Crimea, dejando a Ucrania sin salida al mar y enlazando con el territorio moldavo rebelde de la autoproclamada república de Transnistria (con una importante minoría de rusos étnicos), donde ya existe un destacamento del ejército ruso en funciones de 'pacificación' desde los años 90, tras la guerra entre el gobierno moldavo y los rebeldes transnistrios, que se produjo tras la independencia de la URSS. Quizás incluso pudieran pretender anexionarse la totalidad de Moldavia, para seguir cumpliendo el sueño de recomponer la antigua Unión Soviética, ahora ya como nuevo imperio ruso, sin disimulo.
Cuando una guerra se eterniza en una lucha de posiciones se suele apagar el interés informativo y se convierte en un 'conflicto olvidado', con muy escasa o nula presencia en los medios de comunicación, salvo cuando se produce algún acontecimiento extraordinario, habitualmente alguna masacre perpetrada contra la población civil. De hecho, la presencia de la invasión de Ucrania, si bien se mantiene a diario, ha disminuido, tanto en el tiempo y espacio que se le dedica, como en la preeminencia de la información.
La supervivencia de Ucrania y su capacidad de resistir la invasión y permanecer como estado viable y soberano dependen de la ayuda occidental, tanto militar, como económica, financiera y humanitaria. Sin esa ayuda no podrían resistir ante un país abrumadoramente más poderoso como Rusia. Y en la resistencia ucraniana los europeos nos estamos jugando demasiado. Una victoria completa con anexión de Ucrania a Rusia envalentonaría aun más a Putin y a su círculo, que podría considerar extenderse a Moldavia y a los países bálticos, lo que provocaría un conflicto con la OTAN, ya que Estonia, Letonia y Lituania son miembros de la alianza y la guerra se podría generalizar en toda Europa.
Por otro lado, alimentar el esfuerzo bélico de Ucrania hasta un punto en el que el ejército ruso se debilite tanto que no pueda conseguir sus objetivos con armamento convencional, puede inducir a un Putin frustrado y enrabietado a recurrir a armas de destrucción masiva, no necesariamente nucleares, lo que podría suponer también una extensión del conflicto, al verse potencialmente afectados territorios o poblaciones de los países vecinos miembros de la OTAN.
Es, por tanto, necesario seguir apoyando a Ucrania, pero también mantener abiertos canales diplomáticos con Rusia e intentar convencer al Kremlin de la necesidad y la conveniencia de negociar un alto el fuego y un final de la guerra que permita una salida airosa a ambas partes. Una potencia nuclear como Rusia, frustrada por una guerra en la que no consigue sus objetivos por la ayuda masiva occidental al ejército ucraniano y por el ahogo económico provocado por las sanciones, puede sentirse humillada por las potencias occidentales. Alemania salió derrotada de la Primera Guerra Mundial y fue y se sintió humillada por los términos draconianos del Tratado de Versalles. Todos sabemos cuáles fueron las consecuencias.
Se está especulando con que, quizás, el ejército ruso esté preparando una gran operación para que coincida con el 9 de mayo, día de la victoria de la que los rusos llaman 'Gran Guerra Patriótica', la Segunda Guerra Mundial, una de las fechas más importantes, si no la más importante, del año para las rusos, y podría ser que Putin quiera hacer una gran proclama victoriosa coincidiendo con el desfile militar en Moscú.
El mismo 9 de mayo tiene un significado diametralmente opuesto para nosotros. Es el aniversario de la 'declaración de Schuman'. Ese día de 1950 el ministro de asuntos exteriores de Francia, Robert Schuman, pronunció un discurso en el que proponía la creación de una comunidad del carbón y del acero entre Francia y Alemania, a la que podrían adherirse otros países que así lo decidieran, con el fin de iniciar un proyecto de cooperación y colaboración que impidiese nuevas guerras entre ambos países. Esta declaración se considera el hito fundacional de lo que con el tiempo se ha convertido en la Unión Europea, un proyecto de paz para el continente, paz que ahora está en peligro por la actitud beligerante de la potencia cuyo territorio abarca la mitad de toda Europa y, además, una gran parte de Asia.
Nos jugamos mucho en Ucrania. No podemos dejar que caiga sin más en manos rusas, pero tampoco podemos poner en peligro el proyecto de paz y concordia que supone la UE y arriesgarnos a una nueva guerra devastadora en Europa.
La política de Estados Unidos parece encaminada a ayudar a Ucrania a sostener una larga guerra de desgaste, que diezme y debilite al ejército ruso y le incapacite para ulteriores aventuras similares. No es necesariamente la política que nos interesa a los europeos; ni una guerra larga en Ucrania, que acabe con un país arrasado y de difícil recuperación, ni una humillación de los rusos que deje un poso de resentimiento y deseo de revancha. Hay que dejar una puerta abierta para una salida honorable para Rusia.