Lo que no ha conseguido la pandemia ni una oposición desaparecida, sobre todo por parte del Partido Popular, puede lograrlo Putin. Es el efecto del aleteo de la mariposa. La calle empieza a movilizarse, a pesar del vergonzoso silencio de los sindicatos, y Sánchez empieza a incomodarse, porque su estancia en Moncloa podría durar menos de sus pretensiones. La subida de precios de la energía, de los combustibles y de los alimentos en general, la huelga de transportistas, las manifestaciones del sector agrario, la paralización de la flota pesquera, el cierre provisional de empresas por falta de materias primas o por falta de transporte para trasladar su género son malas noticias para el actual Gobierno, que mira a Europa esperando soluciones.
No las hay a corto plazo porque, durante muchos años, Europa no le ha dado demasiada importancia a su dependencia energética de terceros, como si fuera un asunto menor. Algo que en el caso de España todavía es más grave. Según los últimos datos proporcionados por el Instituto Nacional de estadística (INE), la dependencia energética del exterior de nuestro país se sitúa en aproximadamente un 70%. Así, en España apenas se produce un tercio de la energía que se consume, cuando la dependencia media de la UE se encuentra ligeramente por encima del 50%.
La isla energética en la que España vive geográficamente ha puesto de relieve la vulnerabilidad de toda la economía en plena salida de la crisis al ser uno de los países más dependientes de los costes energéticos sobre los que no tiene capacidad de control. Un 73% de los recursos petrolíferos, gasistas e incluso eléctricos que consumimos proceden del exterior, según el INE. Aunque esa dependencia se ha ido reduciendo en los últimos años, aún no es suficiente para evitar envites como el que ya afecta a la recuperación: la crisis de precios del gas y sus efectos en toda la economía.
Tampoco nos ha preocupado garantizarnos la producción de algunas materias primas, porque había otros lugares del mundo donde salía más barato ir a comprarlas. El campo no es rentable en España porque los diferentes Gobiernos no se han preocupado porque lo sea y el resultado ha sido el abandono progresivo de las explotaciones agrarias y ganaderas. El campo lleva tiempo viviendo al límite, con una rentabilidad insostenible, mientras las grandes cadenas de distribución se forran con unos precios que multiplican por diez o por veinte los que se pagan al agricultor o ganadero.
Se dibuja en el horizonte una tormenta perfecta, porque principalmente no se adivina capacidad de maniobra por parte del Gobierno para afrontar una situación que afecta directamente a los bolsillos de los ciudadanos. No se adivina por incapacidad y porque interesa seguir alimentando la propaganda y culpar a los demás de todos nuestros males. Todos los expertos coinciden en que las medidas aprobadas esta semana por Sánchez, resumidas en la rebaja de 20 céntimos del litro de combustible -que al final no será tanto- o la limitación en los precios del alquiler y más créditos ICO -que hay que devolver- no resolverán nada e, incluso, pueden agravar la situación. Tampoco el éxito que nos vendió el presidente para que el precio del gas no condicione el mix energético. Cualquier excepcionalidad en Europa vendrá con contraprestaciones.
La inflación es el mayor enemigo de las clases bajas, porque lamina su poder adquisitivo y las hace todavía más pobres. Por eso, el Gobierno debería adoptar decisiones estructurales y no meros parches a una situación que tiene pinta de perdurar en el tiempo. No es lo que quiere hacernos creer el Gobierno, que la culpa solo es de Putin, porque los precios ya se habían disparado antes de la invasión de Ucrania.
Del Salimos más fuertes’ de la propaganda gubernamental para animarnos durante la pandemia hemos pasado al ‘Somos más pobres’ de la realidad actual y no se adivina a corto plazo que la subida de los precios y del coste de la vida tengan freno. Bajar impuestos, incluido el IVA y reducir la administración -Sánchez mantiene el gabinete ministerial más numeroso de la Democracia española- se antojan decisiones ineludibles, que el presidente tendrá que adoptar antes o después. Por necesidad y por imagen. Cuanto más tarde, más grande será el agujero y todos nos acordamos de lo que ocurrió en 2010, pocos meses después de que Zapatero nos dijera que estábamos en la Champions.