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Érase una vez una Gaviota que se transformó en un Gavilán

jueves 24 de febrero de 2022, 06:00h

Nada de lo humano es digno de vergüenza y estamos preparados para soportar muchas cosas, pero la soledad psicológica es el peor tormento, por encima del dolor y de la muerte. Todos nos sostenemos en una red de comunicaciones e interacciones, y, sin ellas, el vacío resulta insoportable.

En las organizaciones siempre hay ruido que puede ser estructurado, y entonces es positivo o bien no llega a integrarse en el sistema y convertirse en negativo. En las crisis grupales, la clave es que cese el ruido y se convierta en información.

Un grupo es fiable si tiene capacidad para defenderse de los ruidos y consigue que los daños colaterales sean mínimos. Un grupo es redundante si repite compulsivamente antiguas pautas. Una crisis de autoorganización lleva consigo oscilaciones en la estructura: entre el orden y el desorden, aumenta la complejidad, la amenaza de destrucción, pero también la posibilidad de metamorfosis, de reorganización y de integrar la diversidad desde un proceso de apertura y cambio. La envidia opera sobre el vínculo y la red interaccional, lo ataca destructivamente.

Su efecto determinante es la ruptura de vínculos. Supone una quiebra en la confianza, en la aportación y, de forma simultánea, un vaciamiento doloroso. En todos los grupos existen fuerzas o individuos anti-grupo que minan la cohesión y favorecen la confrontación y el conflicto. Su objetivo es la escisión grupal. Violan las normas del grupo y establecen códigos comunicativos y conductuales que contaminan de ruido la información. Son altamente tóxicos. Se mueven por sus intereses personales y por la gratificación inmediata de sus necesidades.

Perjudican gravemente al grupo y denigran el esfuerzo que realizan los demás miembros del grupo. Si no son detectados a tiempo, sabotean al grupo. Sútilmente devalúan las contribuciones de los demás integrantes. Si, además, logran formar alianzas con algún otro miembro del grupo, paralizan la tarea y establecen el cáncer grupal: la conspiración del silencio. Establecen interacciones interpersonales negativas, desairan a otros compañeros, realizan comentarios despreciativos y, si se les deja o tienen poder, se 'cargan al grupo'.

Son muy expertos en la hostilidad indirecta, pero en ocasiones: cuando se les frustra, reaccionan con gran irritabilidad, se descontrolan, personalizan y se comportan con una expresividad afectiva primitiva y caótica que resulta abrumadora y que sorprende, desconcierta y daña a los restantes miembros. Son una factoría del rumor, de la calumnia que algo queda. Son expertos en el trato indigno hacia los demás. Por donde pasan, dejan huella.

¿Qué les mueve?: 'los gigantes y cabezudos del alma': la envidia, la rivalidad, los celos y el miedo. Ahora bien, cuánto desgastan y cuánta energía hay que gastar con ellos. Muchas veces no queda otro remedio que la exclusión como única forma de acabar con los conflictos grupales. A veces, la terapia es necesariamente la resección quirúrgica.

Estos individuos manifiestan su caracteropatia y su bagaje emocional cuando pierden sus privilegios (injustamente ganados, la mayor parte de las veces) y arremeten contra el grupo que ha dado muestras de una gran generosidad hacia ellos. Se despiden desde la rabia y el rencor.

Rescatemos a Perls (padre de la gestalt): “Yo no he venido a esta vida a cumplir tus expectativas, ni tú tampoco has nacido para cumplir las mías. Si nos va bien ir juntos, genial; si no, cada uno por nuestro camino y que el azar te sea propicio”. Siempre hay que recordar que la tolerancia es la armonía en la diferencia.

¡Ah! y recuerden, aquí y ahora, que ni estamos en derrota y muchísimo menos en doma.

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