Cuando alguien visita Tenerife, suele preguntar a las agencias, a los profesionales de los hoteles, a guías turísticas y a los amigos, por lo puntos de interés a ser visitados en la isla.
El Teide, suele figurar entre las prioridades que se suelen proponer, además del norte de Tenerife, Masca, Montes de las Mercedes, y la playa de las Teresitas y de las Américas.
Pero dentro de los puntos que se suelen pedir información y hasta ofrecer en las excursiones organizadas, sin duda alguna, están la ciudad de La Laguna y la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. La primera por ser Patrimonio de la Humanidad y por haber sido reestructurada para las visitas turísticas como pocas en nuestro territorio nacional. La segunda, porque sigue siendo considerada un punto neurálgico de la isla y centro importantes para compras.
Ofrece sin embargo, la ciudad, otras cosas de interés más allá de las compras para ser visitada. Desde el magnífico Parque García Sanabria, pasando por los museos que son varios -bajo mi modo de entenderlo le falta uno de suma importancia, como podría ser el Museo de la Ciudad de Santa Cruz de Tenerife- e infinidad de rincones donde deleitarse uno o varios días de visita,
La ciudad, por otra parte, es agradecida con sus visitantes y se muestra limpia y adecentada, al menos lo que alcanza a verse desde los “ojos de la suegra”.
Dentro de la gran cantidad de puntos a ser visitados, suele arrojar mucho interés todo aquello que tiene que ver con la historia de Canarias (piratería, aborígenes, colonización, etc.). Pero también demandan información sobre temas que han tenido que ver con nuestra historia, y en ese sentido, digamos, que las autoridades locales van algo más ¿entretenidas? -“vamos a dejarlo de ese tamaño”, como diría mi santa madre cuando no quería seguir ahondando sobre un tema-.
Profundizando algo más sobre la “aparente” falta de interés que capto entre quienes, entiendo, gestionan lo público; habría que recordar que la capital de la isla tiene un nombre que no es fruto de la casualidad: “La muy Leal, Noble, Invicta, y Benéfica, Ciudad, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife” Esta forma amplia de denominar una ciudad de tamaño medio, es producto de lo que, en ella, se ha ido produciendo para que en el trascurso del tiempo se le hayan ido otorgando, títulos y reconocimientos que, como los grandes generales, solo se lucen en los grandes acontecimientos.
Si se fijan, he subrayado dos de estos títulos y no ha sido por casualidad. Lo de “invicta”, le viene desde que un grupo de milicianos al mando del General Gutiérrez -al menos así ha trascendido- derrotó el 25 de julio de 1797, a la flota inglesa que pretendía tomar para su Corona el dominio estratégico que suponía Tenerife, y toda Canarias, en el Océano Atlántico. Ellos lo intentaron pero como digo, este “puñado” de valientes “soldados”, les hizo frente y consiguieron derrotar a todo un Almirante Nelson y a su gran flota militar; quien además, en el intento, se dejó un brazo.
Lo de Benéfica, se le otorgó, porque aunque quienes defendían la plaza, habían resultado ganadores de la contienda, no dudaron en asistir a los heridos y devolverlos a sus buques.
En ese momento, que nadie duda de lo difícil que tuvo que haber sido para la gente de la ciudad, tuvo una especial significación la batería de cañones con los que se desarrolló la brava contienda. Y, dentro de ellos, uno resaltó entre los demás -habían más y cada uno tenía su nombre pero el honor se le otorgó al de la historia- por haber sido el instrumento con el que se hirió al almirante. Y, con el general herido, los militares ingleses que habían alcanzado la costa refugiados en la Iglesia de Santo Domingo y el resto de las barcazas usadas para la invasión hundida, propiciaron que se firmara el armisticio. A esta pieza de artillería fundida en bronce en Sevilla en 1768 se le dio el nombre de TIGRE. Quien lea esto podrá comprender el gran interés que, desde niños, los chicharreros[1] tenemos por el Cañón Tigre.
Esta obra de arte que ha llegado sana hasta nuestros días, se exponía en mis años de niñez en el castillo de Paso Alto, pasado el Club Militar de mismo nombre. De niños, nos subíamos en él y jugábamos a escondernos por todo aquel recinto. Pero parece que la presencia de insensatos enemigos de lo público -por no expresarme con el epíteto que realmente merecen- propició que tal artilugio histórico fuera trasladado al Museo Militar de Almeyda -antiguo acuartelamiento de artillería en la ciudad-. Se conoce que, con el tiempo, alguien pensó y decidió que su lugar ideal fuera en su sitio original. Y, aprovechando que en alguna de las obras en la zona actual de La Plaza de España, descubrieron restos de la antigua muralla del Castillo de San Cristóbal -fortificación desde donde se repelió a los invasores-, pues se decidió que ese era el sitio lógico para exponerlo y así se acordó -con un presupuesto de publicidad fue cortito-.
En estos días han visitado Tenerife unos amigos franceses y me han preguntado por este episodio de la historia de Canarias -nuestra historia local tiene su interés internacional-. Obviamente, yo los remití al museo en el que suponía debería estar: el mencionado Museo de Almeyda. Pero para asegurarme, llamé a un compañero escolapio que me informó que no, que lo que hay en el antiguo cuartel pudiera ser una reproducción, y que el auténtico está en este otro lugar que he mencionado, bajo la Plaza de España. Resuelta mi duda y aclarada mi confusión por no estar al día. Les indico a mis amigos la ubicación correcta. En días pasados han ido allí y como no encontraban ningún entrada para acceder a la “parte baja de la plaza”, pues le preguntaron a un agente de la policía. ¿Qué creen que les contestó? Pues debe ser de mi quinta en cuanto a conocimientos, pues les remitió al Museo de Almeyda.
Entonces, ¿Dónde está cañón?... ron.
En una nueva consulta a mi grupo de ex compañeros se me ofrece una información más amplia, pero igual de coincidente que la que me ofreció el primero de los amigos consultados. Está bajo la Plaza de España. Solo que hay varios problemitas a solucionar. Uno de ellos, sería la ignorancia generalizada y desde antiguo que existe sobre el correcto domicilio del cañón Tigre. Este desconocimiento incluye, por lo que se ve, a la policía de Santa Cruz. Que digo yo, ¿si son ellos los que han de cuidarlo y no saben dónde está, como van a protegerlo? Y, teniendo por cierto este pobre nivel de publicidad del lugar histórico, se me ocurre preguntar: ¿es Santa Cruz de Tenerife, una ciudad con vocación de ciudad turística? ¿Seguro, Ilmo. Sr. Alcalde? ¿Seguro, Sr. Concejal de Turismo? Les recomiendo una vuelta por el lugar y lo comprueban por Uds. mismos. Pónganse, por favor, en el lugar de quien nos visita. Piensen en cómo aceptarán nuestra forma de cuidar y mostrar nuestros valores históricos.
Bajo mi humilde opinión y teniendo este sencillo ejemplo como base de opinión, les digo que una ciudad que se pretenda “vender” en el sector turístico, debería tener perfectamente señalizada la ubicación de este pedazo de historia que es el cañón del que hablo. Si al final se deciden y van por el lugar, verán que es difícil confundir su entrada con el de los antiguos urinarios públicos. Si habláramos de una ciudad con esa intención de ser amiga del turista, debería ofrecer un cursillo de información básica sobre monumentos a visitar a sus agentes de orden público; entre otras cosas, para que ellos no vayan quedando como extranjeros en su propia ciudad. Si fuera una ciudad con ganas de que el turista salga satisfecho/a, recuerden que existen unas marquesinas que podrían servir para darle mayor empaque a la entrada a este importante -para mi importantísimo- aporte histórico. Y, así tal vez, se conseguiría que aquellas escaleras se desgasten por la visitas.
Me decía otro amigo que tenía el presentimiento de que tal vez se pretenda evitar el dañar las relaciones con el Reino Unido. Si fuera ese el motivo para tener tan valioso recuerdo al alcance de cualquier desaprensivo que, encontrando la entrada, desee dañarlo -la presencia de dos azafatas no creo que suponga un gran obstáculo-; no tengan miedos. Ellos reconocen la situación con respeto. Tanto es así que reconocen, en el pueblo Canario en general y en el pueblo Tinerfeño en particular, un nivel cero de resentimientos. Para muestra, el detalle de tener en la ciudad una calle importante de nuestro callejero urbano dedicada al Almirante Nelson. El daño que pueda hacer la historia no es cómo sucedieron los hechos, sino como se cuente. El pueblo chicharrero la cuenta perfectamente, sin desprecio hacia quienes, sus antepasados, vencieron. Tal vez, es el momento de recordar algunos atributos que le da el nombre de la ciudad: Noble, Leal, Invicta y Benéfica. Tal vez sea el momento, también de dar más visibilidad y realce al acto que se celebra cada 25 de julio en nuestras calles y en el que tanto colaboró el recordado Javier Gorostiza (q.e.d.).
En el caso que a mí me ocupa, doy por finalizada la búsqueda del cañón tigre, pues mis amigos me han remitido la foto con él. Les confieso que por un momento llegué a pensar que lo único que iba a poder enseñarles de ese recordatorio era una perfecta maqueta que, en su día, hizo mi compañero y amigo, el artista José Luis González Doña -quien no ha tenido la oportunidad de ver una de sus maquetas no ha tenido la ocasión de ver el arte que se puede hacer con las manos y unos pocos utensilios-.
Siguiendo con la canción que inspira el título, en este caso no estaba en el fondo del mar, sino en un lugar poco llamativo de la Plaza de España. ¡Que no digo que no esté en un lugar señalado! Que también es correcto resaltar la antigua muralla del castillo enterrado. Pero, estaría muchísimo mejor si esta joya de la ciudad tuviera algo más de visibilidad y protección. Por seguir con las sugerencias, un techo de cristal tal vez ayudaría mucho a conseguir ese impacto del que hablo. Pero, seguro que en el Consistorio hay gente preparada para buscar una solución más acorde a la importancia que tiene este emblema de Santa Cruz de Tenerife.
Por mi parte, pongo ¡El grito en el cielo! Con el cañón Tigre.
[1] Así se conoce a los habitantes de Santa Cruz, primero. Y, por extensión, a los de Tenerife.