Las islas Canarias en general y la isla de La Palma en particular, aunque en menor medida que otras, también vive del turismo y por ello, requiere de una promoción turística que dé a conocer sus encantos al resto del mundo. Son encantos naturales que muchos hemos tenido la suerte de poder ver, oler, saborear. Estos es: vivir.
La actual Ministra de Comercio y Turismo del Gobierno Central, habló en días pasados de una forma de ver el “espectáculo visual” que supone el nacimiento de un volcán. Es cierto que se le fue la mano; o mejor dicho la lengua. Hablando en plata, se vino arriba, la señora. También es cierto que ya, con una actitud sabia y oportuna, rectificó su gran metedura de pata y se le agradece tanto la rectificación, como la prontitud con que la hizo. Pero, si lo analizamos fríamente, hemos de aseverar que no iba del todo desencaminada. Simplemente, que ahora no tocaba esa melodía. Y, aunque se le debería felicitar por su imaginación, y al mismo tiempo agradecerle, que lo dejara para mejor ocasión, a mí me ha servido para defender que La Palma, tiene estos otros encantos que sí que me apetece sacar a la palestra.
He sido, soy y seguramente seguiré siéndolo, un hombre del Turismo. Por ello, todo lo que significa promoción de nuestras islas, es algo que me apasiona y a lo que dedico algunos de mis análisis y “lo que te rondaré morena”. Además, como ya he comentado en otros artículos, en La Palma, se da la conjunción perfecta de la agricultura y el turismo (ver “agricultura turística” publicado en www.canariasdiario.com). Dos realidades que se pueden promocionar juntas.
Pero, en esta ocasión, y teniendo los lazos que me unen a la isla Bonita, me parece más adecuado aprovechar el concepto de promoción, para analizar la situación desde otro punto de vista más humano que comercial. Me empuja a ello, el compartir matrimonio con una gran mujer palmera; tener dos de mis tres hijos, dados de alta como socios del CD Mensajero por una decisión de mi suegro q.e.d., también palmero; mantener estrecho contacto con mis cuñados y cuñada, de origen igualmente palmero y, también por haber mantenido contacto con el sector sanitario de la isla de La Palma; primero, en una línea comercial-informativa como delegado de visita médica <mis últimos 22 años de vida laboral han discurrido por el sector de farmaindustria> y, posteriormente, por haber elevado dicho lazo al nivel de amistad, al menos, con la mayoría de estas grandes personas. Personas -y aprovecho la ocasión- que, en esta isla, aún no han salido de lo que comporta una pandemia como la que se viene sufriendo, y ya están enlazando su esfuerzo con lo que pueda producir tanta ceniza y lava destructiva. Mucho de este personal sanitario, también entronca, profesional o familiarmente, con ese otro gran grupo de gente que cuando llegan mal dadas, lo da todo. Los hemos visto cargando con animales en sus regazos y sobre los hombros. En esta ocasión no atenderán, únicamente, sus obligaciones como policías, bomberos, y ejército, sino a salvar todo lo salvable. ¡Y, vaya que lo han hecho! Y, además, destaco el cariño con el que lo han hecho.
Hablo, pues, de personas. Y, al hablar de ellas, no puedo dejar de pensar que en esta isla de La Palma, hay un número aún indeterminado de isleños e isleñas que solo viven pendientes de saber si la desastrosa lengua de piedras de fuego, tocará su casa o si no la tocará. Si se la “llevará por delante” o si pasará de largo. Son muchas, ya, las personas <en el momento de escribir este artículo, ya eran alrededor de 500 familias> las que se han quedado, no solo sin casa, sino también, sin sustento -zona muy agrícola y ganadera-. La fuerza destructiva de este volcán, aún sin nombre, no repara entre viviendas o negocios, jardines o huertas de labranza. No detiene su recorrido ante nada y mucho menos ante nadie. Hoy mismo he visto una imagen aérea de la zona que usará la lava en su recorrido hacia el mar y se me han saltado las lágrimas una vez más, al ver el precioso manto verde que orecen las grandes fincas de plátanos que hay en ese camino.
Esa es la realidad, que sufre el pueblo entero de La Palma. Sí, digo bien: el pueblo entero; pues aunque al final sean quinientas o sean mil personas las que se vean afectadas de forma directa, la isla es como una gran familia, donde recobra mucho sentido lo de “sentirse como una piña”.
En esta isla de La Palma vive una gente especial, que ha aprendido a sufrir desde mucho tiempo antes de que le diera a este volcán por producir su primer “recadito”. Vive una gente que siente todo lo que sucede en cualquier punto de la isla y más allá de ella. Es más, fuera del terruño, viven tantos palmeros y palmeras como las que viven dentro de él. Da igual: lo que sucede en la isla, se siente en cada uno de los corazones, también, de las personas que viven fuera. Cada lágrima que soporta el pueblo palmero en la isla, produce otras tantas en los que viven en otra parte del mundo. Y, además, esas lágrimas humedecen también el lacrimal de cada canario o canaria aunque no sea natural de La Palma. Tal vez sea ese, el auténtico Tsunami del que tanto cacarean los catastrofistas.
La Palma, ha dado imágenes exportables de belleza natural. Y, así seguirá siendo. Pero lo que resalta en estos momentos es otra de sus auténticas bellezas: La calidad de gente que la habita. Una gente que para que se entienda bien, se le ha pedido que en quince minutos. Repito, ¡quince minutos!, debe recoger todas las pertenencias que les servirá posteriormente para recordar su pasado. ¿Alguien ha visto u oído alguna queja? ¡Esa es la gente palmera! Por esa razón, mi pensamiento a la hora de hablar de promoción de esta isla va unida a sus caras, nombres y circunstancias.
Cuando hablo de promoción, quiero y deseo seguir hablando de la gente de la isla que ahora sufre. Quiero mencionar a esas dos hermanas, Yurena y Elisabeth -ruego sepan disculparme por usar su nombre-, que narraban con suma tristeza y una entereza que impresionaba -a mí me impresionó- la destrucción de las casas de ambas. Pero que no pudieron soportar más la tensión y se derrumbaron cuando mencionaban que ya no volverían a la casa donde habían nacido, ni al barrio que compartían con sus vecinos. Ese es el sentimiento que desprende el palmero, calor de grupo. Calor vecinal.
Quiero y deseo seguir promocionando la isla de La Palma, cuando recuerdo la imagen del señor al que entrevistaban en el momento en el que dejaba su casa, sabiendo que el recorrido de la lava había elegido pasar por encima de ella y eso sería en cuestión de horas. Se derrumbaba -un hombre como un castillo- justo en el momento en el que comentaba que no volvería más a entrar por aquella puerta y la miraba con ternura, mezclada ya, de añoranza e incredulidad a lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Quiero y deseo seguir hablando de promoción cuando recuerdo al entrevistador de RTV Canaria -enhorabuena por tenernos puntual y constantemente informados- entrevistando a una chica joven que le contaba, al tiempo que colaboraba en un recinto doblando ropa donada, que su casa era una de las ya que había desaparecido. Pero ella sabía que debía que estar allí apoyando a la gente que iba a necesitar vestirse. El entrevistador, un joven de cuerpo atlético, se venía abajo en directo y eso nos emocionó a mucha gente que veíamos la RTV Canaria en ese momento. Bueno, en ese momento y en cada momento.
Perdón por mi insistencia, pero quiero y deseo seguir hablando de promoción cuando traigo a mi memoria a aquellos palmeros reunidos frente a la televisión desde la isla hermana de Las Palmas. Alguno de ellos tenía familiares afectados de forma directa y otros indirectamente; pero aquella gente, ya estaba “maquinando” como organizarse para salir de este cráter. Y es que el palmero lo único que sabe hacer, es mirar hacia adelante.
Todo esto se mama desde la niñez, por eso dentro de ese deseo promocional, quiero y deseo acordarme de ese niño que lo que portaba en su bolsita para donar, eran juguetes; porque seguramente -dijo- habrían también otros niños que tuvieron que dejar los suyos atrás al salir corriendo de sus casas.
Es así. La calidad humana que cualquier visitante se podrá encontrar en esta isla -cuando se pueda volver a visitar-, será del tenor de lo que ha podido leer. Gente humana, gente que sabe llorar, pero al mismo tiempo es solidaria con quien entiende que se encuentra peor. Y que en el mismo momento que está hundida en lo más profundo de un estado melancólico, se está viniendo arriba y preparándose para lo que se deba hacer una vez que el maldito volcán pare en su empeño destructor.
El pueblo palmero, como gran parte del pueblo Canario, ha sido emigrante. Y ha trabajado duro en Venezuela, Cuba, Argentina, Alemania y otros destinos. La inmensa mayoría de esa gente emigrante, nunca dejó a la isla desatendida. Gracias al dinero que venía de fuera, se levantaban muchas de las casas que ahora se lleva el volcán. Precisamente la fortaleza de este gran pueblo, está en que sabe levantarse por mucho que se le tumbe en el terrero. El deporte vernáculo enseña esa práctica de caer y levantarse. Son momentos para acordarse más del “Himno a la lucha canaria”, que de la canción de “Resistiré”.
Las autoridades que visitan la isla en estos momentos, han de saber también, que al pueblo Palmero no es bueno prometerle lo que no sepan seguro que se va a poder cumplir. A quien ostente el cargo que sea, ya sea Rey, Presidente o personaje de renombre, se le va a atender -se les está atendiendo- con respeto y agradecimiento por sus visitas y/o por su solidaridad. Pero cada una de las promesas hechas, son aceptadas con el compromiso debido. El Palmero cuando estrecha su mano, está firmando un contrato de amistad para toda la vida. La única cláusula que va implícita en ese apretón de manos, es la lealtad. Si se está prometiendo casas para alojar a tanta gente que las necesitará habrá que buscarse el dinero, detrayéndolo si fuera necesario, de otras partidas para dedicarlos a estos menesteres. Para dar pistas pensemos en ¿Cómo se podría pensar en fiestas cuando parte de tu familia se siente tan desamparada? Como dice el gran chef -este es otro tema para tratar en otro artículo-, habrá que hablar de cumplimientos cuando las cámaras ya no estén.
Con estos mimbres, pensar y llevar a cabo una promoción turística o de su agricultura para volver a traer al turismo y negocio a La Palma, solo será una cuestión de tiempo. Pero de momento, lo que toca es solidaridad y mucho cariño. Que se sepa, que todo el pueblo español -el canario ya lo hace por hermandad-, está con la Palma.
Quince minutos, no han de ser los últimos minutos, sino el comienzo del siguiente paso.
¡Todos somos La Palma!