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Un talibán debajo de la cama

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 19 de agosto de 2021, 05:00h

La presencia del fenómeno social de la religión, de ordinario, fundamenta los valores de la paz, la concordia, la fraternidad y la dignidad de la persona. Y digo “de ordinario” porque hay posturas, y en estos días estamos escuchando noticias internacionales que nos sorprenden al respecto, que socaban todos estos valores porque no dan derecho a que el otro piense la divinidad y lea su voluntad de una manera distinta.

En el fondo es negar la libertad y traducir que la divinidad no propone su voluntad, sino que la impone por la fuerza del creyente. Esa lectura de la religión es fanática. Se trata del fanatismo religioso. Y no hay peligro mayor que quien se quita la cabeza al quitarse el sombrero o inclinarse respetuosamente ante el misterio de Dios.

El fanatismo es una postura que atraviesa cualquier convicción personal. Quien es fanático lo es para todo: la política, la religión, la interpretación de la historia, etc. El uso de la racionalidad es lo que vacuna las mentes de esas posturas fanáticas.

Yo no podría creer en un dios que no le diera oportunidad al ser creado de desobedecerle. Que tuviera que asumir un paraíso sin convicción personal por el mero mandato sobrenatural. No podría creer en una divinidad que me haya hecho inteligente y me prohíba que piense; que me haya hecho emocional y me prohibiera que sienta y desee. Adán y Eva son personajes bíblicos que intentan explicar que en el origen hubo libertad y que Dios, por su parte, no nos abandonó tras la desobediencia.

Qué daño hacemos a la imagen de Dios cuando actuamos con posturas fanáticas. Si no puedo pensar en lo que me invitan a creer, si no puedo dudar y buscar el sentido de lo que me invitan a creer, si a pesar de que la fe siempre está más allá no puedo intentar descubrir su lógica interna y correlación con la realidad que conozco con el saber humano, entonces la propuesta no humaniza.

El diccionario cuando define fanático como aquella persona que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás, pone su acento, no en defender con pasión, sino en la exagerada postura de no respetar al otro en sus creencias y en sus opiniones. En el fondo, el fanático tiene miedo a la libertad. Tal vez por desconfianza en su propia condición humana.

Los errores no se corrigen eliminado a quien se equivoca, sino convenciéndole con argumentos razonables y esperando a que su experiencia le haga aprender en cabeza propia. Ya hemos escrito en ocasiones anteriores al derecho humano a fracasar, a equivocar el camino. Porque me he equivocado muchas veces es por lo que he aprendido alguna cosa.

La experiencia religiosa que no me haga escuchar a Dios comenzar diciendo «Si quieres ser perfecto…», sino otra cualquier forma o postura, se podrá calificar de experiencia religiosa, pero no responderá a una sana antropología. El deber que no nace del amor siempre es peligroso. Temamos a aquella persona de un solo libro, porque Biblia es una palabra de origen griego y está escrita en plural.

Y ojo con el posible talibán que se puede esconder debajo de nuestra cama.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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