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Democracia socialista

viernes 09 de julio de 2021, 09:14h

Democracia socialista Una de las leyendas más asentadas en nuestra sociedad es la del carácter democrático intrínseco al socialismo. Así, cuando se relata la historia del partido socialista, muchos ciudadanos tienden a pensar que el PSOE fue siempre una formación defensora de la democracia parlamentaria en el sentido clásico, es decir, en el que hemos importado del Reino Unido.

Y, desde luego, nada más alejado de la realidad. De hecho, la asunción por una pequeña facción del socialismo de los principios democráticos -lo que, en suma, denominamos socialdemocracia- es una rareza de laboratorio hasta después de la Segunda Guerra Mundial y, prácticamente, una excepción exclusiva de la Europa Occidental, cuando las democracias del continente se fueron reconstruyendo con financiación norteamericana y los socialistas se vieron forzados, para sobrevivir, a abandonar el marxismo como fuente de inspiración. La socialdemocracia nace en los países nórdicos, se asienta en la Alemania Federal y comienza a cristalizar en España tras el congreso de Suresnes del PSOE -1974- en el que comienzan a arrinconarse los dogmas marxistas que ahora resucitan el sanchismo y sus aliados.

En realidad, pues, en el resto del mundo y de la historia, el socialismo ha sido y sigue siendo una ideología totalitaria, violenta y sanguinaria. Solo tras la caída del muro de Berlín -símbolo del derrumbe moral, económico y social de la tiranía comunista- ha sido posible comenzar a engañar masivamente a la ciudadanía con la fábula de que era justamente al revés. Sin embargo, como fósiles que nos recuerdan de dónde proceden los partidos socialistas en todo el planeta persisten los ejemplos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, Vietnam y, cómo no, la cínica China, que abraza un engendro que podríamos denominar 'socialismo capitalista', es decir, un régimen que se basa en los principios del mercado aplicados a la dictadura de partido único, que es a la que, en suma, aspira desde sus orígenes el pensamiento socialista.

En nuestro país, en el que cunde el revisionismo, la historia que nos cuentan hoy en día se fundamenta en la falacia de que la lucha antifranquista es la demostración más palpable de que el socialismo español -y su división más importante, el comunismo- son naturalmente democráticos. Y mucha gente pica, claro. Sin embargo, debemos recordar que también Stalin luchó contra las dictaduras nazi y fascistas y a nadie en su sano juicio se le ocurre por ello bautizarlo como genuino demócrata. De hecho, Iosif Stalin es, hasta hoy, el mayor criminal de la historia, por encima incluso del abominable Adolf Hitler.

Por tanto, podemos afirmar que el binomio antifranquista-demócrata es únicamente un producto de márketing con el que la izquierda pretende lavar sus vergüenzas pasadas e incluso actuales. El edulcoramiento de la trágica historia de la II República es el paradigma de ello. El socialismo español estaba entonces mucho más próximo al estalinismo que a la socialdemocracia de la posguerra europea. Largo Caballero era un ferviente estalinista, partidario de convertir la república española en la URSS del extremo sur continental. El Frente Popular cristalizó el espejismo de intentar frenar la sempiterna división de la izquierda española en multitud de facciones. Pero, solo meses después de las elecciones de febrero de 1936, aquellas no solo se enfrentaron encarnizadamente, sino que materialmente se aniquilaron entre sí. La historia del POUM es un claro ejemplo de ello, pero no la única. En realidad, una de las causas principales de la derrota de los republicanos fue precisamente esa división, que no estaba fundamentada en que unos fueran demócratas y otros no, sino en que todos pretendían comandar la futura 'dictadura del proletariado' española, algo que, lamentablemente, solo evitó, para nuestra desgracia, otro dictador como Franco.

Cuando, hace poco más de una semana, la presidenta socialista del Senado anuló con total descaro una votación democrática en la Cámara Alta, coincidiendo en las portadas de los diarios con la burda laminación de todos sus adversarios por parte del sátrapa socialista de Nicaragua, Daniel Ortega, -con el silencio ominoso del Gobierno de Sáchez- se me ocurrió escribir este breve artículo sobre una cuestión que tal vez merece un análisis mucho mayor y que evidencia la gran mentira sobre la que se asienta el socialismo.

Y es que, como reza sabiamente el refranero español, la cabra tira al monte. Aunque se vistan de socialdemócratas, claro.

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