Ya existe en Gran Bretaña desde hace dos años. Ahora lo propone crear el gobierno alemán. Un ministerio o dirección general que dedique su esfuerzo al grave problema de la soledad de muchos ciudadanos que, por muchas circunstancias, terminan su vida solos en su casa. Ciertamente es un problema.
La noticia iba acompañada de una serie de declaraciones de algunos representantes políticos que hacía una valoración personal de la iniciativa. Me llamó la atención la declaración de uno que manifestaba estar en desacuerdo con la posible decisión, pues ese tema se tendría que estar en manos de la sociedad y no de la administración pública. Me llamó la atención positivamente, porque creo que es lo que tendría que ser.
Una sociedad que olvida a los mayores está enferma. No tiene capacidad de agradecer. Porque nosotros disfrutamos lo que otros han construido, como nosotros construimos lo que otros disfrutarán. ¿Quién sabe lo que se hará con nosotros cuando las generaciones venideras recuerden la gramática del descarte que hemos conjugado nosotros en nuestro tiempo? Pero el tema de la soledad no es un tema solo de la tercera edad.
El «Informe España 2020», elaborado por la Cátedra José María Martín Patino de la Cultura del Encuentro de la Universidad Pontificia Comillas, así lo revela: la crisis provocada por el coronavirus ha provocado que el 11% de las personas consultadas en una encuesta propia confiese sentir soledad grave, frente al 5,2% que consideraba padecerla antes de la pandemia. En la era de las redes sociales, de la hiperconectividad, son cada vez más los que se sienten solos. Según el estudio propio en el que se basa el capítulo “La soledad del siglo XXI”, escrito por los profesores de Comillas Fernando Vidal y Amaia Halty, más del 21% de la población siente aislamiento social -el 26% leve y el 3% de modo intenso-, y un 21,1% carece de un grupo de amigos. Además, el sentimiento de soledad se dobla entre los jóvenes: se han sentido solos el 14,7% de los mayores de 60 años, el 18% de quienes tienen entre 30 y 60 años, y el 31% de los jóvenes menores de 30.
¡Cuánta razón tenía el Informe Foessa de Cáritas Española cuando definía que el mayor problema de la sociedad española era la falta de vínculos; la desvinculación. Nos lo tenemos que hacer ver…
Para quienes leemos la Biblia y reconocemos en ella una buena fotografía de la realidad, nos resulta conocida aquella frase que pronuncia Dios en el simbólico relato de la creación después de haber hecho a Adán del barro de la tierra: “No es bueno que el hombre esté solo”. Por ello, la experiencia humana nos ha hecho definirnos como “seres en relación”, que necesitamos que la manada se convierta en comunidad para que esté a la altura de nuestra condición antropológica.
Cuidar del desvalido, tener compasión del enfermo, atender al discapacitado, etc., son experiencias que no se dan en la manada. La ley de la selva elimina el lastre y margina las cargas, generando lo que se ha convertido en regla de la evolución, la supervivencia del más fuerte y adaptado. El ser humano es, de ordinario, distinto en esto. Esperamos al último, y cuidamos del cansado en el camino de la vida. Somos capaces de protocolizar el orden de las vacunas empezando por los más débiles. Un signo de la superación del nivel-manada.
¿Qué haremos con los que están, o se sienten, solos?