Mar rojo y negro
viernes 04 de septiembre de 2015, 11:00h
En la cuenca del océano índico, entre Asia y África, han muerto algunas personas, pero la mayoría practicando buceo cerca de Hurghada o Sharm el Sheikh. Al golfo arábigo se le conoce como mar Rojo por diversas teorías, pero la más verosímil es la que le identifica con el color de que identifica el sur en la brújula y al mar negro en el norte. De un tiempo a esta parte el instrumento de orientación se está trastornando al comprobar que al este de ambos mares está, ennegrecido de dolor, el verdadero charco rojo: el mediterráneo.
Teñido por la sangre de miles de seres humanos que buscan refugio, huyendo de conflictos o la miseria, el agua que baña nuestras costas está siendo testigo mudo de una de las mayores tragedias de la civilización. Siempre ha habido migraciones, en busca de una mejor calidad de vida o evitando un escenario violento, pero la extensión de la hambruna o las guerras y el alcance de la información que da cuenta del bienestar de una parte de la tierra han generado un éxodo sin precedentes.
Aunque ya han fallecido en el mar más de dos millares de errantes sirios en lo que llevamos de año, nadie pudo quedarse impertérrito el miércoles ante la imagen de uno de los cinco niños muertos en la playa de Bodrum, ahogados mientras sus familias trataban de llegar a Grecia desde la cercana costa turca. Esta trágica estampa es solo la cara más descarnada del horror que todavía permanece en los corazones de los casi dos millones de refugiados sirios que se hacinan, aguardando desesperados la solución de un duelo fratricida o su salvación en el continente vecino. Austria, Hungría, Grecia, Alemania, Francia, Italia o España padecen las consecuencias de la inmigración desde hace décadas, pero jamás se habían enfrentado a una oleada de esta magnitud y la que se prevé para las próximas semanas, antes de que el invierno haga más difícil la travesía.
Las dos conciencias de la Unión Europea se baten en duelo, porque nadie quiere negar la ayuda que se le demanda, pero todos somos conscientes de sus consecuencias. Las dificultades económicas que atraviesan gran parte de los veintiocho Estados Miembros incentivan los brotes de xenofobia interna, cuando se extingue el eco de la noticia y las ayudas sociales no alcanzan a la mayoría. Es imprescindible dar respuesta a la presión fronteriza y al sufrimiento sobrevenido para una parte del mundo, pero de manera ordenada y asumiendo todos una parte del peso, porque el ochenta por ciento de la riqueza del planeta está en manos del veinte por ciento de las personas. La declaración de ciudades refugio es una buena iniciativa pública, aunque no será bien entendida por todos. Si se queda solo en un gesto puntual para la fotografía, será peor el remedio que la enfermedad. Creo que los gobernantes que quieren escoger el día en que conmemoran la diada se llevarían una gran sorpresa si, en su lugar, plebiscitaran las prioridades de sus conciudadanos antes de abrir la cartera.
Mientras el mar mediterráneo se vuelve rojo, nuestros corazones se visten de luto. Antes de volver a mirar para otro lado, asumamos que nuestro entorno no volverá a ser el mismo porque la globalización nos obligará a aprender que el egoísmo ya no tiene tanto espacio, si no queremos reproducir la tensión en la que viven los que ahora nos piden asilo.