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Los lobos de Pedro

Por Julio Fajardo Sánchez
martes 16 de abril de 2024, 21:32h

Dice Vladimir Nabokov que la literatura no nació el día en que un chico entró en el valle perseguido por un gran lobo, sino cuando lo hizo alarmando a los demás y no había ningún lobo tras él. ¿Quiere esto decir que la ficción, más que un forzamiento de la realidad, trae consigo un engaño, un cierto fraude que puede conducirnos al desencanto? No lo creo, porque en la literatura están las cartas sobre la mesa y todos saben que se trata de un fraude calculado para provocar un encanto.

La representación de los antiguos mitos, tanto en su formulación dramática como en los poemas para ser recitados por los coregas, pretendía crear un relato con el que envolver a lo real en algo digerible para la inteligencia; un intento de apaciguar la ansiedad que produce el saber que lo que vemos son sombras en la pared de la caverna. A pesar de Nabokov y de las descripciones platónicas, la mentira, la falsa alarma siempre será descubierta y ese desengaño acabará por dinamitar el crédito de quienes la provocan.

Hay una tendencia humana hacia la conformidad con la verdad que hace que términos como propaganda y demagogia formen parte de la peor condición peyorativa de la comunicación. No se puede mantener eternamente una doctrina apoyada en postulados falsos porque terminará siendo relevada definitivamente del panorama de lo aceptable. Solo hay que dar un repaso a la historia para demostrar que esto es así, a pesar de que algunas reminiscencias de los embustes del pasado coexistan todavía con nosotros, a veces como un recordatorio de lo que no debemos hacer.

Cuando la mentira se impone como una norma es porque estamos en la fase ingenua de los receptores del cuento de Pedro y el lobo, en el período de credibilidad que antecede al rechazo definitivo del desengaño. Hay demasiados lobos sueltos correteando por el valle y la gente anda asustada dentro de sus casas, pero llegará el día en que descubrirán que no existe, que Pedro es un mentiroso crónico que disfruta con el desespero de los demás. Entonces se acabará Pedro y será un mal recuerdo, como aquel flautista que se llevaba a los niños de Hamelin.

La literatura apareció, como dice Nabokov, el día en que no había ningún lobo persiguiendo al joven alocado, el día en que advirtió de que esos enloquecidos personajes existían y había que guardarse de ellos. De cualquier forma hay que protegerse diferenciando a la realidad de la ficción, sobre todo cuando nuestra manera de entender la realidad social se basa en algo tan endeble como el relato.

El relato está bien para publicistas que nos dejan su mensaje maravilloso para elegir el detergente que vamos a comprar, pero para nada más. Con el relato la verdad peligra y nos arriesgamos a retornar a los tiempos en que los mitos regulaban nuestra existencia. Tenía razón Nabokov, un extraordinario novelista, pero la vida es algo más que una novela, al menos es así para los que reclamamos algo de libertad para vivirla,

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