(A propósito de la actividad volcánica en La Palma)
¿Por qué será que casi siempre que hay o se deja caer la posibilidad de un, llamémosle, “acontecimiento” <natural o provocado> de gran magnitud, se nos viene a la cabeza salir corriendo para ir a verlo de cerca?Estoy seguro de que en toda la geografía nacional pasan cosas similares, pero como lo que más conozco es mi tierra, hablaré de lo que sucede en Canarias y que cada cual lo lleve a su terreno.
La nieve caída en el Teide, supera los 30 cm de altura. Vámonos para el Teide. Pero no uno, ni dos; si vamos, tenemos que ir todos. Y, eso sí, cada uno con su coche.
Y así cada año. Este turismo local que ocasiona la llegada de la nieve trae, como cada año, de cabeza a la guardia civil y a otros servicios de emergencias, no dan avío con tanto vehículo acumulado en las cunetas <y en lo que no son las cunetas>. Pero el acontecimiento lo requiere. Y da lo mismo lo que se pueda ocasionar. Da igual el taponamiento que se ocasione.
Llegó una patera a la dársena pesquera. Vamos a comprar pescado y de camino preparamos el informe que seguro alguien nos pedirá sobre lo que se pueda ver de la embarcación y sus ocupantes. El mecanismo del turismo local, se pone nuevamente en marcha y a generar interminables colas de tráfico para ver como son los barcos en los que viene esta gente y en qué condiciones llegan. ¿Pero y Ud. qué demonios pinta aquí, oiga? Mire es que yo hice un curso de socorrista cuando tenía quince años, pero aún me acuerdo. La disculpa es lo de menos. Lo verdaderamente importante en el caso que nos ocupa del turismo novelero local, es no olvidarse del móvil y llevarlo cargado. ¿Por si se necesita llamar a urgencias? ¡Qué va! Por asegurarse hacer unas fotos para la posteridad y para las redes sociales.
En San Andrés, la marea ha llegado hasta la plaza. Vámonos a comer pescado; aunque se sepa que, precisamente por esa fatalidad, casi seguro que estará todo cerrado. Al turismo local, siempre le ha gustado comer pescado en San Andrés. Eso sí, sin olvidarse la cámara de fotos. Perdón, el móvil.
Se mete fuego al monte y todo arde de forma desagradablemente desastrosa. Vámonos para el monte. ¿Pero acaso tiene que estar en ese lugar alguien más, además de los equipos que luchan contra el fuego y otros servicios de emergencias? ¡El camión cisterna no podrá dar la vuelta, de tanto vehículo como hay en la carretera! Esto se oirá desde una emisora de radio local, que transcribirá lo que un oyente que está, seguramente formando esa cola, ha enviado por “WSapp”, a modo de periodista de ocasión.
Y, ahora, “vuelta la burra al trigo” con el gran terremoto de La Palma. Que no es nada nuevo; pues hace ahora unos 50 años, mes arriba mes abajo, el volcán del Teneguía en la isla de La Palma, nos daba un sobresalto increíble. A los que tenemos edad para recordar este acontecimiento, nos viene a la memoria los primeros avisos que llegaron en formato radiofónico sobre unos extraños ruidos que provenían de una cueva, creo recordar, en la zona de Icod de los Vinos. Se trataba, sin duda, de lo que parecía algún bicho mitológico. Al menos eso se llegó a escuchar. Y, claro está, eso no podía dejar de ser analizado, por la novelería de nuestro turismo local. Afortunadamente, el parque móvil en Tenerife, por aquella época, no era como en estos tiempos que corremos. Pero, aun así, se movilizó gente. Y hubo que tomar medidas para que ningún atrevido o atrevida, se adentrara en la cueva a matar al dragón. Era, por llamar de alguna manera al naciente “Turismo novelero local de aventuras”.
La cosa, pasado un corto plazo de tiempo, se demostró que, de lo que realmente se trataba, era de la erupción de un volcán en la costa de Fuencaliente -zona volcánica activa canaria donde las haya-.
En cuanto llegaron las primeras imágenes de las llamaradas de fuego y piedras cayendo hacia el mar, se puso en marcha el aparato de migración turística novelera de las islas. Había que ir allí a verlo. Era un acontecimiento histórico que no se podía dejar pasar viéndolo solo en las noticias. Noticias que, por otra parte, eran diarias a nivel local y nacional. Tal vez, precisamente eso, sin pretenderlo, animó a poner en marcha el “mecanismo” del que hablo. Las agencias de viaje no pararon de emitir billetes, como si se tratara de las fechas de la “bajada de la Virgen de las Nieves”. En realidad, desde el aire, nos llegaban fotos de algo muy parecido al baile de los enanos. Tal fue el acontecimiento, que hasta colegios organizaron viajes con alumnado de corta edad para ir a ver el Teneguía -recuerdo que mi hermana que tendría entre 14 y 15 años, fue en uno de esos grupos desde Tenerife con un grupo de sus compañeras en excursión organizada por su colegio de monjas-.
Ya sé que estamos hablando de un volcán. ¡Se sabía también, entonces! Se sabe y se sabía, igualmente, que los volcanes echan fueguito, gases y piedritas. Todo eso era conocido por quien/es organizaban todo el movimiento del turismo novelero local del que hablo; pero había que ir y verlo. Y, se fue y se vio. No quiero ni pensar los puñetazos en la mesa de los responsables de seguridad de aquél momento, que seguro que los habría.
La historia se repite una vez más, y seguro que ya se está engrasando la maquinaria de turismo novelero local, al hacerse pública la noticia de que en la misma isla de La Palma, se están dando circunstancias como para ponerla en nivel amarillo de riesgo volcánico. Riesgo que puede evolucionar y terminal en erupción. En el momento de escribir este artículo, ya se comienza a oír hablar de algunas evacuaciones.
No voy a entrar en cuestiones técnicas de lo que supone este color dentro de la gama de colores (verde, amarillo, naranja y rojo) y otros conceptos que se usan en emergencias vulcanológicas. Pero sí que voy a comentar lo que significa esta paleta de colores, en terminología “turística novelera”.
La inexistencia de color (en la escala oficial, sería el color verde), significa apatía, y aburrimiento. Es un contestar a cuestiones tan sencillas como: ¿y qué hacemos ahora? ¿Dónde podemos ir? Naturalmente las respuestas son del mismo tenor.
El color amarillo, nos hace dejar la posición de acomodamiento en el sofá y nos coloca en el borde del asiento. Instintivamente, se subirá el volumen de la tele, se pedirá silencio en el entorno y se cogerá con la otra mano el movil para estar al tanto de memes, noticias, y chats. Vendría a ser algo así como responder a una pregunta coral de: ¿estás oyendo? ¡Escucha! Y, las respuestas irán entre lo sorpresivo y el interés.
A partir de ese momento, cada día se entrará en los canales de divulgación científica para ampliar la noticia. Al menos los siguientes 15 o 20 días. Después, el interés podría ir disminuyendo, salvo que se pase a color naranja. Cada cual será portador de la noticia más actualizada y veraz.
El cambio del amarillo al naranja, también produce movimiento en el entorno turístico novelero del que hablo. A partir de ese momento ya se contempla la posibilidad de ir a verlo, alegando tal vez, que en la anterior erupción, se era demasiado pequeño y no dejaron formar parte del grupo del Teneguía. Pero, ahora, tenemos edad para actuar y barcos y aviones, para dar y regalar. Para entendernos; estamos en el momento de preguntas tales como: ¿habría que ir organizando el “cotarro”, no? ¿Quién se encarga de los billetes? ¿Llevaremos la “furgona” provista de colchonetas por si hay que hacer noche, verdad? Las respuestas son igual de entusiastas. La maquinaria “novelera” ya está en marcha. Y, seguramente, los nervios del personal de emergencias también.
Al final, si el magma llega a la superficie, llegará también, el color rojo a esta escala de niveles “noveleros”. Color rojo que en el caso que nos ocupa se convertirá, con un “abracadabra” que nadie mencionará pero que muchos pensarán, en el color verde brillante de: “cobardica el último”.
¡Vámonos para La Palma!
Las preguntas, a partir de este cambio de color, serán de tipo: ¿Quién se encargó de los pasajes? ¿Metiste las colchonetas? ¿Y las cervezas? Las respuestas son también del mismo nivel de seguridad: ¡Dios mío esto no lo para nadie!
A partir de ese momento, que Dios coja confesados al personal de Aena, compañías aéreas, Armas-Transmediterránea, Fred-Olsen y por supuesto, a los miembros de la Guardia Civil y resto de equipos de emergencias:
El éxodo turístico novelero, se habrá puesto en marcha. Y, mientras en el entorno de las autoridades estarán con la organización para distribuir las tareas a llevar a cabo en el máximo nivel; en el de la novelería turística, ya tendrán preparado, absolutamente todo. ¡Como para que se les escape el evento!
Salvo que alguien con sesera prevea las consecuencias con anterioridad y ponga en marcha los mecanismos como para que las visitas a los acontecimientos se programen con “cabeza”, la historia de la “novelería turística canaria”, no habrá hecho más que repetirse. Y, si esa previsión no se contemplara, vamos a ser testigos del poco tráfico que se verá para evacuar a la gente de lugar o lugares afectados; y de los grandes atascos de vehículos en dirección contraria. Lamentablemente, no estamos en 1971 y ahora, como he dicho, los medios de transporte y el parque automovilístico es inmensamente mayor. Para hacernos una posible idea de lo que veremos, si nadie lo remedia:
- ¿Se acuerdan de aquella gran cantidad de luces rojas que se vieron años atrás?
- No. A esas del Volcán del Teneguía, no. Esas las vimos por la televisión y cómodamente en el sofá. Me refiero a aquellas otras de la subida de los corredores de la maratón de la “Transvulcania” con sus luces. Pues eso no va a ser nada con lo que podrá verse en las carreteras de La Palma, insisto, si nadie para el más que seguro “tsunami noveleril”.
Al final, ya no se trata de una posibilidad, sino de un hecho tan real como roja es la lava que escupe este nuevo volcán sin nombre aunque la virgen de Fátima pueda estar dando algunas señales más que claras.
Hay mucha gente queriendo verlo y no que se lo cuenten. Se buscarán respuestas para todos los impedimentos que se pongan.
La Novelería turística no entenderá de problemas, pero tendrá que aprender a esperar su momento. Desde luego, éste no lo es.
¡Quédense en casita!