El jueves 23 de febrero de 2023 era la jornada más esperada para muchos cruceristas a bordo del transatlántico Norwegian Star, situado, tras 12 días de navegación, frente a las costas de las Islas Malvinas.
El día amaneció, tal como anunciaba el parte oficial de la tripulación, a las 05:42 y los pronósticos lo confirmaron nublado.
A esa hora, muchas personas despiertas que hacían cola para conseguir un número con el que desembarcar, imaginaban las dudas del sol, que finalmente decidió permanecer oculto entre nubes y nieblas.
Los primeros que llegaron a lugar donde se les entregaría el boleto para acceder a los botes fue un matrimonio, que lo hizo antes de las 4 de la mañana, el segundo 4:15.
A las 6:30 la cola era larga como la falta de previsión de la naviera, incapaz de arbitrar un modo mejor que el orden de llegada para acceder a un producto vendido, en este caso bajar a tierra en una escala programada.
Las consignas parecían claras, el barco llegaría a 7:00 a.m y la última lancha regresaría a las 16:00 p.m, por lo tanto el que quisiese aprovechar el tiempo necesitaba madrugar, como el matrimonio pionero que escuchó el despertador a las 03.00 a.m.
No sólo era curiosidad la que obligaba tanta premura, existían compromisos y sentimientos dolorosos largamente reprimidos, como por ejemplo llegar al cementerio local, situado lejos del muelle. Si pretendían cumplir con los tiempos debían ser los primeros en llegar a la costa.
No era extraño que en esa espera la mayoría fuesen argentinos.
Muchos de ellos habían embarcado en el puerto de Buenos Aires por ese motivo, marcado en el calendario como se apuntan los plazos importantes y coincidía con ese momento, calculado en el itinerario del crucero de Norwegian Cruise Line, que hace escalas en Puerto Madryn, Punta Arenas, Usuahia, se aproxima a la Antártida, y llega finalmente a las Islas Malvinas.
Justo allí, frente a Puerto Stanley que se veía de lejos, en una bahía donde había barcos pesqueros y otros trastos, detuvo el barco su derrota para preparar las maniobras del desembarco, activando lanchas y la logística necesaria para cumplir con la obligación contratada,
El día, ya lo dijimos, estaba nublado, faltaba algo para hacerlo menos apacible: el viento, que comenzó a soplar a 15 nudos, y eso parecía gustarle a las olas.
Eolo comenzó a comportarse de forma poco solidaria, a diferencia de otros dioses dejó de parecer argentino, e insufló con ganas el mar para convertirlo en un campo de crestas y espumas blancas.
Por lo visto llegó a tener una velocidad que aconsejó al capitán cancelar la visita a la isla.
Lo hizo a través de un anuncio asegurando que las condiciones climáticas empeorarían, que existía un riesgo muy elevado de ir y no poder regresar, que acceder a los botes con ese viento convertían la maniobra en algo peligroso.
El comunicado generó convulsión en la parroquia argentina, que estando a un paso de llegar al lugar añorado no comprendía como era posible, necesitaban que alguien se lo explicase mejor, que se esperase más tiempo aguardando a ver si el viento amainaba, que no había razón de marcharse cuando la estancia debía ser de tantas horas.
Pero no, la decisión estaba tomada, cancelación de la visita, continuidad del periplo rumbo al norte, hacia Buenos Aires.
Comenzaron los reclamos, solicitudes de explicaciones, pedidos de responsabilidad, y se fue extendiendo la protesta, que al final concluyó en charlas en las que unos planteaban acciones jurídicas, otros diplomáticas.
Afortunadamente las cosas no pasaron a mayores, nadie persistió en ninguna exigencia, como la de bajar si no se podía, el reclamo era emocional, compasivo, de pedido de comprensión de gente que había contratado ese viaje exclusivamente para honrar a sus hijos, sobrinos, hermanos, por el único medio posible, el barco que integra el destino de un cementerio entreverado en un paquete turístico.
Eso es lo que les pasaba a algunos con los que pude hablar, como el padre que quería ver la tumba de su hijo, el tío la de sobrino, los ex soldados, infante de marina y gendarme Juan Carlos, Fernando o Marcelo a sus amigos fallecidos, o dejar una simple rosa en un lugar determinado.
Sorprendente destino Puerto Stanley, cuya consideración de puerto parece serlo nada más que para buques de guerra o pesqueros, sorprendente escala la de una naviera que anuncia las visitas con letra pequeña incluida "si las condiciones lo permiten" sabiendo de antemano que allí las condiciones no lo permiten casi nunca a los transatlánticos.
Y ese dolor, frustración, rabia que lloran los que llegan y se marchan llorando la estela del barco que parte sin llegar, deberían investigar las autoridades, porque es posible que la empresa esté ofreciendo algo que no puede cumplir, aunque luego devuelva las tasas portuarias si no se utilizan.
Los atribulados argentinos pudieron escuchar por megafonía, un rato después de reiniciar la marcha antes de lo previsto: "Estamos navegando en este momento frente a la costa noroccidental de las Islas Malvinas, y ya a punto abandonar el archipiélago, no deje de pasar esta oportunidad para admirar por ultima vez las Islas Malvinas"
De ese modo, con redundancia incluida, decidí escribir este artículo.