Las expectativas del vigilante
viernes 06 de febrero de 2015, 19:31h
En su libro ‘La paradoja de la elección’, el psicólogo norteamericano Barry Schwartz afirma que el secreto de la felicidad radica en tener bajas expectativas. Su discurso derrotista contrasta con los eslóganes dominantes en nuestra cultura. Estamos más acostumbrados a los sueños que se hacen realidad, porque tú puedes ser lo que quieras, a que la Luna esté al alcance de la mano… Pero Schwartz, un hombre sabio y cuerdo, nos recomienda que tengamos bajas expectativas para conseguir la felicidad. De hecho el psicólogo vincula el aumento de depresiones y suicidios con las altas expectativas que nos marcamos pero no somos capaces de cumplir. Según él, la decepción es fruto de las múltiples elecciones a nuestra disposición. Tenemos tantas posibilidades que, cualquiera que sea nuestra elección, nos dejará la amarga duda de qué sería de nosotros si hubiéramos escogido otro camino. Además Schwartz defiende que sufrimos una cierta parálisis cuando el abanico de opciones es demasiado amplio, y aplazamos nuestra decisión indefinidamente.
Obviamente esta patología de la abundancia afecta sólo a las sociedades más desarrolladas dónde las necesidades básicas del ser humano están cubiertas y la gente anhela alcanzar la realización personal. Desde las últimas décadas del siglo XX hasta la reciente crisis económica, el mundo parecía haber encontrado la fórmula de la prosperidad. Democracia y economía de mercado eran los ingredientes para que la tarta creciera sin parar y la riqueza fluyera en nuestras sociedades. Tal era el optimismo que un plan de vida convencional consistía en trabajar, casarse, comprar una casa, tener hijos, comprar un coche e irse de vacaciones cuando los ahorros lo permitieran. Este modelo de vida gratificante y tranquila se daba por garantizado para un amplio sector poblacional, y era inusual que algo fallara o faltara. Por norma nos considerábamos titulares de una vida plena porque desde la cuna tenemos derecho a amor, dinero y salud. En consecuencia las expectativas estaban por las nubes, las sorpresas sólo podían ser desagradables, lo normal era que el plan fuera según lo establecido socialmente como digno.
Pero la crisis nos golpeó y los estándares de bienestar se están modificando hasta el punto que desconocemos cómo será la vida cuando salgamos de ella. En este nuevo contexto, el esfuerzo y el trabajo no garantizan la estabilidad y nuestras expectativas de futuro han menguado considerablemente. Si aceptamos la teoría de Schwartz, la crisis económica incluso podría tener un lado positivo ya que ha reducido nuestras expectativas. La buena noticia de que se acaben los sueños grandilocuentes es que tampoco llegarán las grandes frustraciones.
Siempre que pienso en el discurso de Schwartz me acuerdo del vigilante de seguridad de un edificio que frecuento. Hace años, en cuanto teníamos oportunidad de conversar, me contaba que quería abrir un restaurante porque a él lo que le apasiona es cocinar. Gruñía a menudo, lamentándose de que se le pasaba la vida atascado en aquella garita. Así que, cuando se aburría, soñaba con los fogones y las deliciosas paellas que cocinaría. A día de hoy el vigilante ya ni menciona el proyecto de su restaurante. Cada vez que le pregunto qué tal está responde algo así como: “trabajando, que no es poco pa’ como está la cosa”.
Es cierto que ahora sonríe más y se queja menos. Incluso parece más satisfecho. Pero nunca sabrá si su negocio hubiera sido célebre por preparar las mejores paellas de la ciudad. Y yo me quedé sin probarla.