“La Verbena de la Paloma” es un compendio de la vida nacional, como “El amor en bicicleta”, de Nijota. Todo está dicho y todo está retratado en este panel en torno a la fiesta: la pasión incontrolada de los celos de Julián, los ridículos trucos de don Hilarión, el interés de la tía Antonia, la coquetería de Casta y Susana y la sensatez de seña Rita. Unos ríen y otros lloran. Mientras tanto, las ciencias adelantan que es una barbaridad y hay quien dice que el agua de Loeches es muy mala, muy perjudicial.
El drama está a punto de explotar y los serenos deciden dar otra vuelta a la manzana porque no ocurre nada alarmante. El farmacéutico confiesa que le gustan las hijas de Eva, y el honrado cajista se quiere casar con una muchacha que siempre fue honrada, a la que le van a regalar un mantón de la China por ser la virgen de la Paloma.
No me digan que España no es castiza. De vez en cuando grita en una trifulca y en ocasiones se emociona y llora ante el triunfo del amor. El boticario se perfuma y se pone un clavel en la solapa para tratar de embaucar a unas jovencitas que están dispuestas a tomarle el pelo, y presume delante de su amigo, don Sebastián, de que tanto la morena como la rubia se deshacen por verlo contento hasta que se decida cuál de las dos le gusta más. Estas cosas siguen ocurriendo a la vuelta de la esquina, y, a veces, los Julianes desesperados no aciertan a encontrar a la seña Rita que los contenga. Si el cariño a la Susana se le acaba ya, por qué tienes que perseguirla si es su voluntad. De un lado la cabeza, del otro el corazón. Esta dice que sí, este dice que no. ¿Cuál es el que más habla? Ninguno de los dos.
Es estupenda esta zarzuela que hace del costumbrismo una realidad, que tenemos olvidada, y que explica lo que somos a las mil maravillas. Algunos piensan, desde lo posmoderno, que las cosas ya no son así, pero se equivocan. No es la España retrógrada sino la real. Todo esto se puede cantar en un rap y sigue siendo válido. Cervantes, en “La guarda cuidadosa” decía: “ya no se estima el amor porque se estima el dinero”. El maldito parné por el que María de la O perdió su querer. También Benito, en “El amor en bicicleta”, se esfuerza en coger la cinta de Candelaria, prendida por la labia de un embaucador. “Tres cintas agarré yo. Garrar la de Candelaria fue lo que me demoró. Pero en cuanti la garré, por el camino mas reto, vine pa dársela a ella como una preba de afeto”.
Hay quien piensa que estos personajes pertenecen a un mundo ultra y obsoleto porque ya no los ve bailando al compás de un organillo, pero siguen estando ahí, y los Julianes van con sus camisetas sin mangas y los brazos tatuados, y las Susanas se hacen selfies en las redes para que las vean los don Hilariones. Seña Rita ha montado un gabinete psicológico y la tía Antonia pasea su descaro de cotilla casamentera por los platós de televisión. Nada ha cambiado porque nada tiene que cambiar, y el cesante espera a que su partido vuelva a ganar las elecciones para conseguir un enchufe y poderse casar, como en las comedias antiguas. La verbena de la Paloma es fantástica porque todo acaba bien.
La zarzuela acierta cuando el público ve reflejada la realidad en la escena. Es verdad lo que cantan los doctores en “El rey que rabió”. “De esta opinión nadie nos sacará: el perro está rabioso o no lo está”. Todo esto, a pesar de que luego lo que les guste cantar a la gente, cuando bajan el telón con la letra, que es el antiguo karaoke de los teatros, sea el soldado de Nápoles o a la sombra de una sombrilla son ideales los madrigales, porque hay que añadir un poco de vulgaridad romántica a la vida para que sea más llevadera.