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La mentira, arma letal

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 27 de enero de 2024, 06:00h

No hace tiempo era bastante complicado ocultar una patraña cuando era trasladada a la opinión pública.

Las falsedades, si tenían el propósito de obtener beneficios secundarios, inducir a errores o capitalizar determinadas rentas, no tardaban en ser desenmascaradas por expertos -si el embauque era sofisticado- o por el sentido común, si se trataba de “trolas” vulgares.

Hoy en día la situación se ha modificado, las mentiras se han hecho poderosas y afectan a la sociedad, de tal manera, que comienzan a ser alarmantes.

La distancia que media entre aquello que se sostiene como genuino, y la realidad, ha permitido el auge de personajes despreciables, que la indecencia alcance dignidades nunca vistas, o el inicio y mantenimiento de guerras terribles.

Las usinas de distorsiones le han ganado el terreno a los acontecimientos, consiguiendo que la expresión precisa, la información veraz, deba ser buscada con lupa.

Parece olvidado el concepto que aprendimos de pequeños, en el que la sinceridad era un valor asociado a la honradez, mientras que la mentira indicaba falta de integridad moral.

Hoy nadie considera que sostener una tesis a todas luces equivocada representa engañar, tampoco asegurar como ciertas afirmaciones desacreditadas por la ciencia o la experiencia.

Los conceptos, cuando son erróneos, se deben discutir, analizar, hasta alcanzar una conclusión. Una vez obtenida, persistir en tesis superadas, es mentir y cuando las embusten se arrastran generan dramas, a veces imposibles de reparar.

La historia de la humanidad lo acredita, las mentiras tienen consecuencias devastadoras, y lo grave de este momento es que nos hemos acostumbrado, cada vez son más atrevidas, más fáciles de sostener, aunque parezcan homenajes al delirio.

Siempre existieron mitos, algunos de ellos, si tropezaban con algún Homero inspirado, podían generar obras de las que seguimos hablando. Hoy las historias inventadas son vulgares, y provocan dolor, pobreza o sangre.

Ejemplos sobran, no hace falta nada más que leer la prensa, donde protagonistas despreciables sostienen argumentos increíbles sin tener en cuenta de que el tiempo podría pasarles factura, cosa que habitualmente no hace.

Analizando los métodos en tiempos de Tiberio, seducido por la falacia y la corrupción, Tácito, que tanto le gustaba a don José Saramago, señalaba.

"En una nación tan depravada, todos los crímenes florecieron, como si una recompensa se otorgara a los villanos. Y así, aquellos a quienes la autoridad debía contener se hicieron más audaces y delincuentes, debido a que los castigos eran tan inciertos. Y el emperador Tiberio, al principio, aún mantenía la apariencia de la administración pública y privada. Pero, a medida que avanzaba en años, arrojó el disfraz y, dejando que la máscara se deslizara gradualmente, se volvió tan descuidado en sus mentiras y tergiversaciones, que afirmaba que todo estaba lleno de traición, y que nadie podía ser confiado."

Los emperadores antes, los poderosos hoy, manipulan la información, la justicia, fabrican acontecimientos, crean argumentos de ficción para favorecer intereses propios, y lo hacen sin enfrentar las consecuencias o el reproche social, lo que convierte la impunidad en un buen acicate para seguir engatusando.

La desinformación intencional modifica expectativas, genera miedo, angustia y el único elemento con la que puede ser enfrentada, es verificarla, ¡hasta la letra pequeña de los que se nos ofrece!, contrastar, criticar, educarse, y premiar la verdad como un valor definitivo.

De ese modo, y con suerte, evitaremos votar a malhechores, comprar cosas innecesarias. abonarnos a aplicaciones y proyectos gratuitos que salen carísimos.

Ya después, sin el riesgo de haber caído en la trampa, lo que corresponde es despreciar al mentiroso, castigarlo, así pretenda ordenar, manipular, promocionar insumos o artilugios, sabiendo que son nocivos.

Ese será nuestro cometido solidario, para prevenir, porque nada escapa a los enredos: pandemias, cambio climático, enfermedades, vacunas, elecciones, desastres, migraciones. La gente debería saber que esas mentiras no salen gratis, comprometen el futuro de generaciones.

Que un mandatario diga que va a hacer algo y luego haga lo contrario, explicando que hizo exactamente lo que había dicho que iba a hacer, es mentira, por muchas interpretaciones o evidencias que quiera argumentar.

El reproche debería ser inmediato, pero mucha gente, por premiar informaciones que confirman las suyas o descartar las que las contradicen, o guardar lealtad religiosa a líderes o partidos, han perdido la capacidad de reaccionar.

Se impone un tiempo indispensable, para que todos comencemos a revisar nuestras creencias, dominando la resistencia que nos impulsa a mantener creencias previas, a pesar de la aparición de datos nuevos, solventes, científicos.

Los mayores estamos obligados a recuperar el valor de la verdad, que es lo mismo que recuperar el valor de las palabras. No puede ser que lo turbio se transforme en transparente, o que ambos signifiquen lo mismo-

Los mayores estamos obligados a recuperar el espíritu crítico, y los menores -si todavía no lo han adquirido- deberían aprenderlo pronto.

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