Comienza la Semana Santa y con ella, los actos donde se verá desfilar a la jerarquía eclesiástica y a la militar, junto a devotos, en solemnes procesiones.
¡Si señor! ¡Si Monseñor! Es posible que esto, se oiga en los actos.
Si atendemos a la forma jerarquizada en la vida militar, veremos y sobre todo leeremos, que en esa Institución tiene su sentido. Sería muy difícil entender que un soldado raso, le dijera a un General cómo debería defenderse una determinada posición. Además, si no existieran los diferentes cargos y mandos militares, estaríamos probablemente más cercano al llamado “ejército de Pancho Villa”, que a una organización perfectamente organizada.
Cuando uno ingresa en la vida militar -antiguamente se hacía de forma obligatoria- se firma un contrato en el que entre otras cosas, probablemente, se asuma que lo de “si señor” no va a ser una casualidad esporádica. Tal vez se les diga a menos personas, al tiempo que se escalan puestos, pero poco más. Y no son pocos los peldaños que tiene esa escalera. Conocemos los más habituales. Los suboficiales: cabo, sargento, brigada, y algunos de los oficiales: Alférez, Teniente, Capitán, Comandante, Teniente Coronel, Coronel y después ya vendrían los Generales y desde ahí hasta ir con el Rey a todas partes. Sin duda alguna, habrá mucho ¡si señor! durante la carrera militar.
Todos y cada uno de estos mandos, tiene su cometido dentro de la organización militar además de un riguroso protocolo que, entre otras cosas, conseguirá que cuando se de una orden desde lo más alto de la parte alta de arriba, llegue, hasta la mismísima tropa, con la misma rotundidad con la que se emitió. Y, los mortales no militares, sabemos que la cosa funciona porque se ponen firmes unos delante de otros, y se obedecen las instrucciones sin rechistar.
Pero, ¿y qué ocurre con la otra forma jerarquizada que se menciona en este escrito? Pues ¡caramba! -como dirían los componente de “Les Luthiers”- ¡qué casualidad! En La Santa Madre Iglesia también da la sensación que, la existencia de un protocolo al estilo más puro de la vida militar, se ha hecho algo más que un hueco. Por lo que se ve, podríamos estar hablando de un hueco, bien grande. ¿Enorme? Si, también.
Por nombrar un ejemplo, hace unos meses, un “Monseñor” -algo así como un Capitán General de Canarias-, fue llamado al Vaticano para hablar con el mismísimo Papa para tratar algún asunto de su diócesis -Estado Mayor de zona- Y, si nos atenemos a lo sucedido en el periodo de tiempo inmediatamente anterior a su viaje a Roma, este Monseñor seguro que no fue a recibir una metopa conmemorativa. La “orden” recibida -que no recomendación- tuvo que haber sido tan clara, que donde se dijo “digo”, ahora parece que había dicho “Diego”.
En el ejército, cada mando superior asume los errores de quien tiene bajo su mando. En las películas -perdonen que no les pueda dar ejemplos reales, pero esas cosas han de ser reservadas-, suelen decir, algo así, como ¡Soy el único responsable de lo que se ha hecho en mi zona! En la Iglesia esta asunción de responsabilidades viene un poco más descafeinada. Les basta con una nota de prensa a modo de “perdonen, no lo volveré a hacer más” y bendiciones para “todos”, “todas” y ahora, y después de la orden recibida, también “todes” -no tengo ni idea de porqué, el corrector, me señala en rojo esta forma pronominal-.
Tuve la suerte de estudiar en un colegio de curas -Los Padres Escolapios- y digo la suerte con todo mi conocimiento. Se ve que esa congregación no era muy muy rigurosa con la jerarquización de la que hablo, pues aunque existía el Padre Rector -“pretor máximum”-, los demás parecían todos iguales. Bueno, todos no. Existía uno pequeñito, al que llamábamos hermano, aunque nunca tuvo nuestros apellidos, que más bien parecía un Teniente Coronel por lo de las órdenes que daba y de cómo las daba. ¿Respeto? No. Lo siguiente.
Pero, volviendo al tema. ¿Cómo es posible que habiéndosenos educado con un catecismo en las manos donde lo que se aprendía era “amor al prójimo” y “respeto a nuestros mayores” sin más historias; ahora, veamos que esa misma Iglesia -esa es mi sensación- funciona más, bajo una estructura perfectamente jerarquizada, que en un entorno familiar y de hermanamiento? En resumen, no consigo entender lo de la jerarquía eclesiástica: El Clero o Estado Mayor, se subdivide -puedo equivocarme- en tres grupos, El Episcopado, El Presbiterado y el Diaconado -todos pertenecientes al ¿ejército de tierra?-. Esta organización, tendrá dentro de su organigrama a Sacerdotes, Obispos, Arzobispos, Cardenales, Colegio Cardenalicio, Curia Romana o asesores del Papa y por supuesto, el Papa. Máximo Pontífice y quien da las órdenes máximas y las bendiciones urbe et orbi. Esto, sin nombrar a los allegados dentro de los cuales podrían estar los catequistas, sacristanes y demás miembros laicos que también gozan, o pretenden gozar, de su parcela de mando. Y, ¿los feligreses?, ¿tropa?
Cada uno de ellos tiene su cometido y sus jurisdicciones en las que deberá actuar. En algunos casos, se muestran como auténticos “señores feudales”, pues lo que ellos dicen, va a misa. Un ejemplo de estas sedes generalísimas podrían ser Los Obispados de Canarias; donde y, sin ir más lejos, hasta no hace mucho, solo se oía hablar de la diócesis que residía en la Isla de Nivaria -Tenerife- y de ahí su nombre: “Diócesis Nivariensis”. De repente y sin saber cómo sucedió, se comenzó hablar, también, de la Diócesis Canariensis, ubicada en la isla de Gran Canaria. ¿Habría entrado la Iglesia en el pleito insular? Dentro de esa división, los curas de aquí obedecen instrucciones del obispado de aquí. Y, por mucho que Canariensis pueda confundir a la opinión pública, no les llevará a equivocación a nuestro cuerpo sacerdotal. La Virgen de Candelaria, seguirá siendo la Patrona de Toda Canarias y la Virgen del Pino, lo será solo de la provincia oriental. Aunque en los escritos figura la “Morenita” como la titular de la representación de patronazgo. ¡Ar! Y, se obedece dentro de la Institución del archipiélago. ¡Vamos que si se obedece! Y, ¿la feligresía? ¿Obedece la tropa?
Parece que después de tantos años transcurridos y con tanto desorden habido -la historia cuenta barbaridades- alguien entendió que si en los ejércitos daba un buen resultado, en lo que a obedecer se refiere, pues tal vez sería un buen método y dicho y hecho ¡hala! ¡A enladrillar!
A quienes seguimos siendo creyentes, tal vez lo de hacer desaparecer la Institución como lugar de acogimiento, nos parecería exagerado; pero, limar ese marcado acento piramidal, tal vez no nos resultase tan improcedente.
Yo, por si eso, teniendo en cuenta que me casó un capellán del ejército y que ya no tengo edad para el ¡sí, señor!, ya estoy re-aprendiendo a decir: ¡Si Monseñor!