Cuando el presente disgusta, algunos tenemos la tentación de acudir al pasado. A veces buscando la raíz del mal, a veces añorando. Pero el pasado nos ofrece luces para entender el presente. Siempre la historia es maestra. También en cuestiones políticas. Y, como ocurre con el término “democracia”, de origen griego, así también ocurre con el término “demagogia”.
Es un término de origen político. Fue Aristóteles quien definió su contenido. Él decía que era la “forma corrupta o degenerada de la Democracia” que lleva a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores o, más a menudo, de muchos o de unos que gobiernan en nombre del pueblo. Aristóteles sostenía que cuando en los gobiernos populares la ley es subordinada al capricho de los muchos, definidos por él como los "pobres", surgen los demagogos que halagan a los ciudadanos, dan máxima importancia a sus sentimientos y orientan la acción política en función de los mismos.
Aristóteles define, por lo tanto, al demagogo como “adulador del pueblo”. Y al parecer es una especie que no está en peligro de extinción a la vista y a la escucha de los discursos políticos a los que asistimos un día tras otro. ¡Cuánta demagogia! ¡Cuánto demagogo!
Etimológicamente, demagogia viene de la construcción del griego δῆμος -dēmos-, pueblo y ἄγω -ago-, dirigir. Se trata de la estrategia utilizada para conseguir el poder político que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica, la desinformación y la propaganda política.
Pero si la demagogia es un arte del actor de la acción política, un pueblo democráticamente formado, debe estar prevenido, debe estar vacunado. Hay que escuchar con espíritu crítico, yendo más allá de las primeras palabras que se escuchan. Informarnos y formarnos es necesario para que no nos arrastre el emotivismo que es lo primero que deja huella en nuestro ánimo. Ante el arte del engaño está la escucha atenta y crítica que tamiza lo que oye con el filtro del sentido común. En este mercado de ilusiones y proyectos de futuro, hacen falta criterios claros fundamentos para que no te vendan a precio de saldo lo que ya es tuyo. Hace falta conocer cuáles son los derechos humanos y que no se conceden sino que se reconocen.
Hace falta un compromiso por ambas partes. Hace falta realizar una clara opción por abandonar la demagogia aquellos que tienen vocación de servicio público y se han comprometido en la acción política en la línea del bien común. Que son los únicos que tienen justificada tal decisión. Y, por otro lado, hay que escuchar con sentido común y espíritu crítico el rosario de propuestas. Una forma extraordinaria de participar en la vida pública es el análisis y el discernimiento sin prejuicio.
Allí donde haya un demagogo, la democracia peligra. Y entre las formas de gobierno posibles, la democracia es la mejor. Pero lo bueno, si no se cuida, se puede podrir.
Quienes tengan oídos para oír, pues que oigan.