“Buenos días, Adjunto se remite invitación del Excmo. Sr. Alcalde al acto de descubrimiento de la placa que dará nombre a la Calle Miguel Cabrera Pérez-Camacho, agradecemos confirme su asistencia.”
La nota, recibida por correo electrónico, me dirigió a una tarjeta adjunta: “El alcalde de Santa Cruz de Santiago de Tenerife tiene el honor de invitarle al descubrimiento de la placa que da nombre a la calle Miguel Cabrera Pérez-Camacho (anterior Comandante Sánchez Pinto) el día 27 de junio a las 19:30 horas, esperando verse honrado con su asistencia. Se ruega confirmar.”
No me costó trabajo encontrar, en un texto tan corto, los dos valores que escondía.
El lector podría preguntarse: ¿qué valores?, y la obligación de quien escribe es responder.
Dije valores, fue la primera palabra que me surgió, podrían haber sido virtudes, cualidades, méritos, dije también que eran dos.
Es posible que, camuflados entre los puntos y las íes, hubiesen otros muchos, pero los que a mí me interesaron en ese momento -egoísmo de redactor- sólo fueron un par, una especie de dos en uno, el primero relacionado con el señor Alcalde, el segundo vinculado con el señor homenajeado.
Acabado el tiempo de la introducción toca ya comenzar a explicar.
Hace meses redacté una carta abierta al responsable del ayuntamiento, donde exponía ciertas controversias que en aquel momento mantenía con la ciudadanía, y aunque interpreté que lo hacía con respeto, quizás fui un poco más agresivo de lo que dictaban las reglas de cortesía.
La misiva, por ser abierta, además de la persona a la que iba dirigida, tuvo otros destinatarios, que la leyeron en este mismo diario.
Pensé que el “afectado” podría decir, -yo lo hubiese dicho- “A este tipo le voy a hacer comer con patatas todo lo que dijo”, o quizás, algo más agresivo, también relacionado con la alimentación :”¿Qué se habrá creído? ¡Indocumentado!, como lo vea le voy a hacer tragar su panfleto.”
Pero no, no dijo absolutamente nada, o si lo dijo no lo escuché, y si alguien lo escuchó no me enteré.
En consecuencia, puedo asegurarlo y lo expreso con un fondo de música de revelación, que el alcalde no parece una persona rencorosa, y en el supuesto caso de que lo sea no lo son sus asesores, lo que a fin de cuenta es lo mismo, porque lo que vale es el resultado final: la ausencia de rencor.
Por eso agradecí la invitación, tanto, que me comprometí a estar en el sitio adecuado, el día del descubrimiento de la placa.
Finiquitado el primer valor del mensaje, vamos al segundo, que en este caso le corresponde al titular de los méritos, Miguel Cabrera Pérez Camacho, que llevaron al pleno del día 1 de julio de 2022 del Ayuntamiento de Santa Cruz a otorgar -con sorprendente unanimidad- su nombre a una vía pública, “en reconocimiento de su labor en favor de la protección y defensa del bienestar animal.”
Casi un año después -las cosas en palacio se hacen de forma palaciega- , otra vez por unanimidad, el consistorio determinó que fuese la calle que une Horacio Nelson con la Rambla de Santa Cruz la que pasara a llamarse Miguel Cabrera Pérez Camacho.
Fue el segundo tinerfeño que conocí en mi vida, el primero su hermano Antonio, con quien tropecé -tropezamos bastante- en la ciudad de Rosario, República Argentina; los terceros, los padres de ambos, que compartieron generosamente con nosotros: Berta y Antonio.
Nos adoptaron nada más llegar con dos niños pequeños, cargados de maletas, baúles, muñecas, libros y abrigos, recibiéndonos en el Aeropuerto de los Rodeos. Allí estaban ellos, para regalarnos una nueva familia que alejara la nostalgia de los otros afectos separados por un océano de distancia.
Eso sucedió el año 1981 y todavía hoy, cuando pienso en ellos me emociono, y puedo verlos junto a mis hijos convertidos en los abuelos Tita y Tito, solícitos, pendientes, afectuosos, jugando con Chartford, un perro mimoso de orejas muy largas.
Imagino que quien esté leyendo podrá interpretar que todo lo que estoy diciendo no tiene nada que ver con una noticia que se publica para dar cuenta de un acontecimiento..
Podría estar de acuerdo, pero tenía que plantear los antecedentes, porque la información es la que voy a dar ahora.
¡Creo que Miguel Cabrera no se merecía una calle tan cerca de mi casa! Lo que sostengo parecería un despropósito, un contrasentido, un deslealtad superlativa, ¡si es de la familia!, pero mis argumentos son sólidos: en 43 años de cercanías tuve deseos que me costaron Dios y ayuda reprimir.
No fueron pocas las ocasiones en que por alguna renuncia, gesto o accionar en la política, lo hubiese colocado en un pedestal, alto, no el que se imaginan, en otro mucho más alto, altísimo. Y no fueron pocas las que, a los veinte minutos, por alguna otra cosa, justo en ese momento en que estuviese fumando un puro, oteando horizontes que sólo él consigue ver, me explotasen deseos de empujarlo para que volase con alas de escarmiento.
Nunca conseguí dar ese paso, por que siempre una voz, envuelta en cariño me susurraba, a veces su madre, a veces su padre: “No lo hagas Daniel, es tu hermano, enfádate si quieres..., no lo hagas.”
Lo regañé mucho, demasiado, y ahora, por culpa de la vecindad, tendré que acostumbrarme a que la calle que he transitado toda mi vida, hacia abajo, hacia arriba, yendo y volviendo del trabajo, sea la de alguien con quien tuve que reprimir instintos homicidas, porque su familia fue la nuestra y la nuestra la suya.
Se acaba el espacio y todavía no definí su valor: una querencia enfermiza por seres vivos capaces de piar, mugir, rebuznar, cacarear, balar, relinchar o ¿cómo se llama lo que hacen los patos?, tengan patas, le falte alguna, rabos, alas, escamas, sean flacos, flaquísimos, enfermos, saludables, A todas esas criaturas las vi acariciar, besar, proteger, alimentar, volver a besar, tras ser recuperadas de abandonos más que crueles. Además, ¡por fin llegué al lugar donde quería!, no es rencoroso.
Pero yo sí lo soy, por eso le pido al señor Alcalde que asigne alguna referencia cerca de mi morada, aunque más no sea la titularidad de un vado permanente, para no estar en tan clara desventaja de protagonismo.
Méritos quizás no haya tenido para más, pero ¿no es suficiente haber “soportado” casi medio siglo al futuro agraciado de la calle que a partir de ahora tendré que pisar con cuidado porque ya no es más mía sino suya?