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Con la boca pequeña

Por Fernando Pinazo
sábado 16 de mayo de 2015, 23:02h
El informe sobre Fraude y Corrupción que la consultora EY ha hecho público recientemente revela que 7 de cada 10 directivos afirman que sobornos y corrupción son prácticas habituales en los negocios de nuestro país. El dato coloca a España en décimo tercera posición en un índice formado por 38 países. En primer lugar se encuentra Croacia, país donde más del 90% de los directivos encuestados afirmaron que las élites empresariales son corruptas. Cerrando la clasificación está Dinamarca con un 4%. Datos tan dispares en países relativamente próximos (ambos están en Europa y forman parte de la UE) suscitan preguntas acerca de las causas de la corrupción. Los científicos sociales no se ponen de acuerdo a la hora de identificar las fuentes de la corrupción en la esfera pública, ni mucho menos en la privada, donde existen menos estudios. En cualquier caso, hay ingredientes que están en todos los guisos.

Los académicos coinciden en que un sistema judicial ineficaz es el caldo de cultivo idóneo pero podríamos referirnos, en general, a la inoperancia de las instituciones públicas en general. Por otro lado, aunque en estrecha relación con la eficacia de las instituciones, está la trayectoria democrática del país, que también ha demostrado ser una variable determinante para explicar la corrupción. A más años en democracia, dicen, menos corrupción.

Además, la literatura política sobre esta materia reconoce un tercer detonante: la falta de alternancia en el gobierno. Si un mismo político, o su partido, se acomodan en el gobierno durante varias legislaturas aumenta el riesgo de crear redes clientelares. Por ejemplo, el Partido Revolucionario Institucional ostentó el poder durante 53 años seguidos en México, el Partido Liberal Democrático otros tantos en Japón, o el Movimiento Popular de Liberación de Angola gobierna en el país desde 2002 hasta la actualidad. Pero también podemos encontrar casos significativos a nivel de comunidades autónomas: el PSOE en Andalucía, CiU en Cataluña o el PP en Baleares son algunos ejemplos de largas estancias en el poder regional. Me pregunto si realmente será mejor lo bueno conocido o lo malo por conocer. Según dicen los entendidos, la renovación es la mejor profilaxis contra la corrupción. Pero, delante de la urna, a menudo el miedo vence a la indignación.

El informe de EY evidencia que las prácticas poco éticas son frecuentes en la empresa privada y los medios de comunicación nos recuerdan a diario que también suceden a menudo en la esfera pública. En nuestro país, el argumento de la manzana podrida es cada vez más insostenible. Parece que es todo el árbol el que está putrefacto. Hasta cierto punto es comprensible que los valores democráticos de igualdad choquen con las desigualdades que generan los sistemas económicos neoliberales. Con el actual esquema político, social y económico parece que estemos condenados a que el corruptor proveniente de la empresa privada encuentre siempre a un corrupto en la administración pública. Pero si echamos un vistazo a los datos de corrupción en Dinamarca y otros países escandinavos nos percatamos de que, en realidad, las causas de la corrupción no son estrictamente sistémicas. Más bien son culturales. Pero esto hay que decirlo con la boca pequeña, para que nadie se enfade. Si alguna vez me preguntan sobre las variables que influyen en la corrupción recurriré a la tradición democrática, la alternancia en el poder y la eficacia de los jueces...
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