- ¿Podrías decirnos en este sentido medidas concretas para mejorar o completar la prevención de incendios?
El problema es que más que mejorar o completar, hay que repensar. Yo creo que lo que nos falta es gestión. No necesariamente intervención, ojo. Gestionar no siempre es “tocar”. Es descubrir qué debe funcionar con el menor nivel de alteración factible, y qué necesita nuestra participación para evolucionar de forma adecuada, hacia un ecosistema que, a ser posible, requiera de nuestra tutela lo menos posible. Esto ya era así antes, la prevención no hacía sino poner una etiqueta a trabajos de gestión forestal, que en realidad tenían que ir mucho más allá de lo que la mera prevención de incendios conlleva, aunque normalmente nos quedábamos ahí. Ahora, la escala y el problema son diferentes. Y la gestión tiene que ser, de nuevo, un enfoque holístico.
La actuación preventiva en las llamadas zonas críticas, la recuperación de actuaciones de baja intensidad sobre el territorio (como el pastoreo prescrito), la valorización de la biomasa, el apoyo a la transición de determinadas formaciones vegetales hacia sus versiones más adaptadas a las nuevas condiciones, la difusión de buenas prácticas agrícolas… hay muchas cosas que se pueden hacer. Todas son necesarias, pero ninguna, por sí sola, va a ser suficiente.
En algunos casos, incluso, asumir que vamos a perder determinados paisajes, determinados ecosistemas, al menos en la forma en la que los hemos conocido. Es también algo muy humano el aferrarnos a ellos, incluso cuando la naturaleza nos indica a gritos que es hora de cambio.
- Y en tu territorio, Canarias, donde la extinción es más complicada y las consecuencias más notables que en otras regiones del país, ¿cómo ha de evolucionar la gestión y prevención dada la situación actual de riesgo climático?
Canarias es un territorio muy diverso, muy fragmentado, y enormemente propenso a las duplicidades en términos de competencias y actuación. Además, la transferencia de conocimiento no funciona bien entre islas ni entre administraciones. Tenemos lecciones aprendidas valiosísimas repartidas a lo largo del archipiélago, y no somos ágiles a la hora de compartir y aprender. Hemos mejorado mucho, creo, en la intervención. Ha aumentado la coordinación, y la movilidad de medios entre islas, y eso ha mejorado nuestra capacidad operativa, nuestra eficiencia, y todo ello a menor coste. Pero nos falta mejorar en nuestros perfiles de gestión, en la planificación de las actuaciones sobre el medio, que muchas veces siguen orientadas hacia “conservar lo que hay, como está” cuando la realidad climática nos indica que el futuro nos lleva en una dirección diferente. Hay un amplio sustrato de prácticas tradicionales, pero adaptables a la situación actual, que pueden contribuir no solo a la prevención, sino también a la recuperación de paisajes, un elemento de importancia medioambiental, pero también económica. Tenemos que dialogar con el campo, porque los paisajes agrícolas y los forestales no pueden darse la espalda en Canarias, están vinculados no solo física, sino también espiritualmente en las islas.
Y, en algún momento, alguien tendrá que abrir el melón de los instrumentos de gestión de los espacios naturales protegidos, que se redactaron en una época (temporal o mental) en la que las amenazas para nuestro medio natural eran otras. Toca reevaluar los objetivos, y las herramientas que se habilitaron para alcanzarlos. |
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