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Huyendo de la mitificación

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 17 de noviembre de 2022, 05:00h

Acabo de proponerle a mis alumnos que repitan las tres palabras que gritaban los revolucionarios franceses en 1789. Y lo hicieron: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. No sirve de nada conocer el año concreto del siglo XVIII en el que se sitúa la Revolución Francesa si se desconoce el motivo de fondo que dicho acontecimiento supuso para la historia. Con sus luces y con sus sombras.

Ya no nos contentamos los educadores con suponer que se conocerán los acontecimientos por conocer la fecha en la que sucedió. Detrás de una fecha hay ideales, ideologías, posturas razonables y cegueras irracionales que sembraron aquel presente y nuestro presente. Hoy somos herederos de aquellos gritos, aunque el siglo XIX y XX se haya encargado de separar aquellos tres términos y radicalizarlos en posturas encontradas.

Lo que la educación tiene de hermoso es alcanzar una comprensión de la realidad social que nos ayude a ubicarnos con sentido crítico en medio de la historia. Reconocer el presente y apasionarnos con su transformación para que las cosas mejoren. Es el sueño de conquista necesario para saber dónde pisan nuestros pies. Y para hacerlo con sentido.

Cuando somos capaces de contemplar los acontecimientos del pasado con empatía y entender sus avances y sus retrocesos, sin mistificaciones de cualquier índole, entonces hemos alcanzado alguna madurez intelectual. Porque nada es totalmente claro en la cadena de los acontecimientos; ni nada es totalmente oscuro en su devenir. El claroscuro de la historia.

Como agridulce es también nuestro presente, lleno de posibilidades y cargado de limitaciones. Pero es nuestro presente. Y la coherencia temporal es también una señal de madurez histórica. El Quijote es un personaje que dibuja a un hombre descontextualizado; un caballero medieval siéndolo en el Renacimiento. La ausencia de coherencia con su tiempo genera la comprensión de su locura. Cada tiempo necesita a personajes contemporáneos. Que no desconozcan de dónde vienen y se responsabilicen con el tiempo que vendrá.

Ya no es tiempo de cortar cabezas en la guillotina. Porque en la sociedad no sobran cabezas, aunque falten pensamientos. Es tiempo de actualizar los acontecimientos, aunque olvidemos las fechas. De rescatar la claridad de los eventos y sus hermosas consecuencias de presente. Un buen contemporáneo siente pasión por su época leyendo con empatía histórica los acontecimientos del pasado de los que es heredero.

El tiempo es un regalo que nos llega desde la orilla de lo eterno. El sueño divino que nos ha otorgado el don de la libertad y la capacidad de habitar en sociedad para ser nosotros mismos. Y a cada día su preocupación. Y en cada momento la súplica por el pan cotidiano. Sabiéndonos hijos que poseen un germen de eternidad.

Las fechas son interesantes, pero los acontecimientos son definitivos. Y entenderlos nos resitúa en la contemporaneidad.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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