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Hablando de libros

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 20 de marzo de 2024, 14:18h

Hace ahora 20 años me dieron el premio Benito Pérez Armas por la novela “El polvo debajo de la alfombra”. Ha pasado mucho tiempo y ayer le eché un vistazo. Esto lo suelo hacer con otras obras que he leído. Está bien. Si lo volviera a escribir lo haría igual, sin quitarle una coma. Alguna errata, de esas que se cuelan cuando no hay editores profesionales para corregir, pero nada más.

Los libros de los premios no se venden. Si los autores no nos dedicamos a promocionarlos se quedarían en sus cajas, escondidos en los sótanos de las instituciones que los otorgan. Todavía Cajacanarias era Cajacanarias cuando me lo dieron. Después vino la crisis, los rescates, Bankia y, al final Caixa, para dejar a la Fundación en otra cosa. En este momento me llaman cada año para ser jurado del premio que sigue existiendo. El de este año lo hemos dejado desierto. No sé si es porque somos viejos o porque los jóvenes leen y escriben otras cosas y todos sueñan con hacer un thriller que los convierta en famosos.

Ahora leo mucho, varias horas al día. Es la única manera de mantener la cabeza en su sitio. A veces dudo entre tener y mantener. La culpa la tiene un catalán que dice que usamos un verbo por otro cuando ambos quieren decir lo mismo. Yo creo que no, que en mantener se declara una vocación de permanencia del tener, pero este es otro asunto. Leo varias horas al día, como he dicho, y me contamino con modas y estilos que me sorprenden. Estoy solo, aprovechando mi tiempo como puedo. Quiero decir que no acudo a clubs ni a tertulias, ni hago ese intercambio que parece ser tan habitual entre escritores. Me las arreglo yo solo, como puedo. Salgo a las redes para tratar de no ser tan anónimo, pero en las redes no nos vemos las caras, y con una entrega diaria pierdo menos de una hora, que es lo que suelo tardar para escribir un artículo como este.

Ayer fui a Lemus. Un amigo dejó comprado un libro y me pidió que pasara por allí para dedicárselo. Era “La Laguna”, uno que me salió bastante bien y que a la gente le gusta, quizá porque espera encontrarse con una ristra de anécdotas que ya conoce. No sé cuál es la razón de la curiosidad por descubrir lo que ya se sabe en lugar de aventurarse con lo desconocido. Es un misterio. Bueno, fui a Lemus y me llevó mi ex, que no debe ser tan ex cuando la veo casi todos los días. Cómo no, a la entrada había una gran pila con la última novela de Gabo. A ella le gusta mucho ese escritor. Sobre todo lo de los manatíes en el río Hacha. Así que la compramos. Esta mañana me puso un whatsapp y me dijo que iba por la página 89, más de la mitad de las que tiene el libro. Que no hay realismo mágico y en lugar de barcazas abundan fuerabordas, barcos de recreo, hoteles y edificios modernos. Claro que también se puede hacer una novela con estos elementos, pero ya Macondo no es Macondo, y los cien años de soledad se han convertido en cincuenta de bulla, que es el mundo en que vivimos actualmente.

Ahora estamos en otra cosa. Después de Roberto Bolaño y Héctor Abad Facionlice todo ha cambiado mucho. No digamos con Mariana Henríquez, cuyas crónicas me encantan. Me he decantado más por el realismo sin magia y leo a Amor Towles y a Lucia Berlin. En realidad, nunca he dejado a lo otro, y tengo a Gabo en el ordenador, y a Joyce, con su Ulises inconmensurable, que nadie entiende, y a Rulfo, con su Pedro Páramo, que nunca se atrevió a escribir otra cosa.

Como decía al principio, empecé a hojear “El polvo bajo la alfombra” y no lo encontré un mal libro. Lo volvería a escribir. Ustedes perdonen, pero con la edad he perdido el pudor para hablar de las cosas que hago. Si no, quién lo iba a hacer, me pregunto. Así que he llegado a la conclusión de que el boca a boca bien entendido empieza por uno mismo.

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