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Fe de vida

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 30 de julio de 2023, 06:00h

Llego a mi lugar de trabajo, enciendo la luz y encuentro sobre el escritorio, justo al lado del ordenador que todavía no ha despertado, un libro que asoma debajo de una nota.

El escrito, breve, explica las razones de aquella sorpresa agradable, inesperada, que en la portada muestra un amanecer, en el tercio superior de la ilustración

Algunas nubes sobre el sol naciente no anuncian tormentas, el mar por debajo tampoco, olas tranquilas, y en el centro, instalado sobre una especie de espigón, una figura blanca parece saludar, en un extraño escorzo donde se mezclan signos de alegría, meditación y victoria, con ejercicios de estiramientos. La imagen, traza una diagonal perfecta que se eleva al cielo.

Letras azules, gordas para el título “Fe de Vida”, algo más delgadas para el nombre del autor: Manuel Feria.

Antes de hablar de las letras azules gordas me gustaría hablar un poco de las más delgadas, de Manuel Feria, a quien no conocí en el año 1981, recién llegado de la República Argentina, repleto de ilusión, “empachado” de nostalgia.

Cuando nos presentaros no sabía que era Catedrático de Farmacología, tampoco que cantaba tan bien. Integraba un coro maravilloso de nombre “Polifonía”, al que acaban de regalarme, sin ninguna clase de merecimiento, la pertenencia.

El padre Adán, nuestro director, seguramente por caridad cristiana, aceptó que me sumase a la cuerda de tenores. Nunca me pidió que cantase bajito pero yo sabía que debía hacerlo. Aprendí pronto la capacidad de esforzarme como si fuese a soltar cualquier nota agudísima, pero la emisión era inaudible. Ejemplo perfecto de farsante musical, grandioso artista del play back.

Estaba justificado, bajo ningún concepto debía arruinar las virtudes de aquel coro de gente de bien, en el que tanto Manuel como su padre, instalados en el extremo donde se situaban los bajos, conmovían mis cimientos, estado en el que permanecía durante los ensayos, porque todos, a los que alguna vez tendría que mostrarle agradecimiento, todavía cantan en mi alma.

Volviendo a Manuel, su libro no es el primero que publica, es el tercero, los tres de aforismos, obras para ser leídas del modo en que se escribieron, poco a poco, disfrutando de la oración a la que no se ha llegado por casualidad, sino a fuerza de talento y mucha, muchísima meditación, para conseguir una expresión donde no sobre ni una sola letra, austera, sin grandilocuencia, perfecta.

El libro lleva páginas de cortesía de color anaranjado, color que se parece mucho al sol de la portada, donde el autor estampó una dedicatoria: “Con todo el afecto”, la fecha y también un pensamiento que tendría que aplicarme:”La mayor inteligencia es escuchar.”

Nunca lo aprendí, pero puedo presumir de los miles de intentos fracasado, no soy diestro escuchando, sí, y bastante bueno, leyendo, y eso es precisamente lo que voy a hacer, empezar con el libro, de una factura preciosa.

El prólogo, a cargo de Benito Romero traza una semblanza erudita que concluye en un párrafo totalizador: “Les invito a que se atrevan a perderse durante un rato por las páginas de este libro y se dejen llevar tranquilamente hacia ninguna parte, subidos a lomos de ese vitalismo del que su autor ha decidido dejar constancia con precisión, armonía y perfección.”

Ya está, pocas palabras, sin digresiones como las que utiliza servidor, cuando quiere transmitir un mensaje que, al final, de tan diluido termina agotando.

Pero una columna de opinión no es un pensamiento, no es la síntesis de un hallazgo destacable, necesita ocupar un espacio, y lo peor, demostrar que esa ocupación no es ilícita, aunque a veces lo sea.

Un cita dedicada a las musas que elevan el espíritu de los hombres a la divinidad, anuncia lo que va a venir, la gratitud del aforista, primero a los lectores de sus libros anteriores “Verlas venir” (2015) y “En ascuas” (2017), por ser ellos quienes lo “llevaron en volandas a publicar el tercero.”

Luego al prologuista, Licenciado en Filosofía y autor laureado, después al artista Antonio García, encargado de caracterizar “... con maestría la vida a través de mis aforismos. No se pueden concebir mis libros sin la belleza de sus magistrales ilustraciones.” Finalmente a Irene Antón, diseñadora y maquetadora, “...que siempre mejora el trabajo que recibe. Sin su competencia, cariño y dedicación hubiera sido muy difícil dar forma a nuestro proyecto.”

En la página 9 empieza el canto, el primer aforismo, ¿quizás la primera voz?, expresa una especie de mandato: “Cultiva tu interior y podrás salir fuera.”

Dije voz, podría haber dicho “Voces”, porque alguna vez escuché a Manuel Feria tratar a sus aforismos como “voces”, siguiendo la denominación del autor argentino Antonio Porchia, del que se declara admirador.

No puedo evitar transcribir sus creaciones, donde la cotidianidad se eleva a cotas que la transforman en algo muy profundo, que invita a reflexionar: “No es infrecuente confundir derechos con privilegios y agravios con deberes.”

El regalo contiene 250 aforismos, tiernos, graciosos, imaginativos, amorosos, premonitorios, terribles.

“Cuando llegue su hora, los desheredados de la tierra no se contentarán con todo.”

El que acabo de copiar, número 45, debería estar escrito con pintura indeleble en el frontispicio de todas las instituciones del mundo, también en las tarjetas que se intercambian los poderosos cuando, reunidos en convenciones con muchas banderas, deciden lo que no van a hacer.

El texto concluye con una especie de resumen: “Un libro de aforismos no difiere en demasía de una autobiografía no autorizada.”

Me quedo con ganas de incorporarlos a todos, sé que no puedo, tampoco resistirme al último mensaje, que me hubiese gustado haber escrito a mi en vez de tanta palabrería: “Cuando abandonemos este planeta, en ruinas, algún imbécil propondrá nombrarlo Patrimonio de la Humanidad.”

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