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Fe de erratas

Por Daniel Molini Dezotti
viernes 15 de diciembre de 2023, 13:41h

El domingo pasado, a raíz de la publicación de una columna relacionada con Leoncio Badía Navarro, recibí varios comentarios amables, preguntándome por la filiación exacta de la persona glosada, porque a pesar del título y las veces que se citaba en el texto, la conclusión exponía: “Que no se haya conocido la existencia de una alma noble como la de Salvador Badía Navarro, no es grave, su voluntad no pretendía trascendencia, simplemente actuaba siguiendo el mandato de su conciencia, en épocas en que era peligroso hacerlo.”

Han pasado varios días y todavía no consigo desentrañar el misterio de error tan grosero, sobre todo cuando me esmero en ser cuidadoso con lo que afirmo, revisando aquello que se va a convertir en artículo.

Me disculpé con la verdad, atribuyendo el error a mi condición ignorante; hubiese sido impropio culpar al procesador de textos o el teclado que transforma lo que mi mente le dicta a las manos ejecutar.

Es probable que, llegado a esta altura del calendario vital, mi inspiración esté necesitando unas buenas vacaciones, ya que los escritos que estoy alumbrando, por lo visto, padecen de varios problemas.

Lo habitual es que le sobren o le falten cosas, excesos de adjetivos, carencia de compromiso, de allí que otro lector echase en cara determinada ausencia.

“He leído un par de veces tu reseña de la hazaña civil de Leoncio, y me conmueve su historia y su actitud reparatoria del salvajismo del régimen franquista. Conductas como las de Leoncio o Schindler, en medio del naufragio social, son, siempre e incondicionalmente, amorosamente abrazadas y acompañadas, desde un lugar de respeto, admiración.”

Hasta ese punto la carta me estaba gustando, lo que seguía después ya no tanto.

“Entiendo y comparto tu sentimiento, lo que no entiendo es tu rara actitud frente a Hebe de Bonafini, quien no tuvo siquiera el consuelo de ir a llevar una flor a la tumba de sus hijos desaparecidos, o rescatar un objeto caro a los mismos. Ah, y luchó hasta su muerte física por Memoria, Verdad y Justicia.”

Concluía su nota con un abrazo, pero antes de estrecharlo repetía su juicio acerca de mi rara condición.

Me quedé pensando en el reclamo, y recordé a otra lectora que, hace ya muchos años, respondió una supuesta declaración de amnesia, en la que poniéndome en la indecente piel de Augusto Pinochet, firmaba un comentario, que decía, entre otras cosas.

“Declaro por mi honor de senador vitalicio que no tuve nada que ver con los miles de desaparecidos, los cementerios clandestinos, los fusilamientos en las cárceles, los atentados y la creación de los servicios secretos. Asimismo, declaro bajo juramento que no tuve nada que ver con todo lo malo que pasó en Chile mientras era emperador, y, si tuve algo que ver, en este momento, no me acuerdo."

Como reacción al mismo recibí cartas, destacando una de Maoke titulada “Antídoto”. Por supuesto, la incorporé en un nuevo escrito que salió publicado una semana después.

“Mi nombre es Hebe de Bonafini, durante muchos años fui madre en un país ancho, hilvanado por la costura al suyo, general. Ahora soy madre de madres, madre del mundo, madre de mayo.

A diferencia del suyo, en mi pecho no hay más medallas que la del tenaz recuerdo, y no cuelga, late dentro. Fui madre pariendo con dolor y amamantando con amor a los hijos que, más tarde, verdugos macabros como usted nos arrebataron.

Primero fueron ecos nocturnos de botas en el suelo, portazos y gritos en las calles. Él no volvió a casa, a ella se la llevaron. Secuestro, tortura... Desaparición le dicen a la muerte argentina.
A las largas colas para averiguar destino, a nuestro reclamo en los cuarteles, les respondió la humillación y la burla. Después vinieron los "milicos" a convencernos con pasaportes falsos. Cansadas de desplantes y con la ausencia llorada de los hijos a cuestas, marchamos a la plaza para que nos mirasen a la cara. Unas pocas viejas locas, alguien contó que dijeron.
Unas pocas viejas locas aguijoneando desde entonces la amnesia de los verdugos. A ellas se sumaron otras, a todas se fueron sumando las que se sacudieron de encima el miedo, y plantaron cara a los "milicos" en la plaza.
Se quiso imponer el olvido, se intentó amedrentar con nuevas desapariciones a las demandantes de justicia. Lo que quiso ser enterrado renació multiplicado. Nuestros hijos están vivos porque nosotras "los amamos, los soñamos y los reivindicamos" en esta lucha contra el olvido.
Hay 30.000 hijos desaparecidos, y veinticuatro años de jueves en la plaza
como antídoto a lo que hoy usted llama amnesia, general. No hay Obediencia debida ni hay Punto Final. No hay reparación económica que nos haga callar.
Ni más homenaje ni monumento que el compromiso con los ideales de nuestros hijos. Ellos están vivos. Nuestro reclamo de justicia se ha extendido y ha cruzado el mar en el que quisieron enterrar la libertad.
Sus torturados, sus desaparecidos, son hijos del mundo. Son, sepa general, también nuestros hijos. Ni olvido ni perdón. Sea nuestro recuerdo el antídoto a su amnesia.”

Con lo expuesto intento poner orden en lo que dije, y asegurar que no me había animado ninguna rareza para no citar a Hebe de Bonafini, ni a las Madres de Mayo, tampoco a las Abuelas o a todas las víctimas de una etapa de la dolorida República Argentina, que no termina de padecer por culpa de los que se dedican a hacerla sufrir.

Por desgracia, nunca faltan voluntarios que se ofrecen con entusiasmo para llevar a cabo esa tarea.

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