Leo en El País un artículo de Eva Borreguero donde dice que la opinión pública se ha olvidado de recordar que Hamas tiene tanta responsabilidad como Israel en el conflicto de Gaza. La opinión pública siempre es interesada y manipulable y crea el ambiente necesario para tomar partido en situaciones complicadas donde las cosas no están nada claras, o al menos tienden a decantar las simpatías hacia un lado o el otro de los conflictos.
Eva Borreguero es catedrática en la Complutense, pero esto no le añade nada a su opinión. Se puede ser catedrático, juez, periodista, historiador o analista político y tomar partido en asuntos donde lo ideológico cobra un peso importante. Sin embargo, este artículo pretende ser ecuánime y a la vez valiente porque se separa del habitual aplauso a la versión oficial de las cosas. Aquí no se analizan hechos que se apoyen en la cuantificación de los efectos, sino en la causa y las consecuencias de los mismos. Hay mucho de propaganda intencionadamente dirigida a la banda de los sentimientos que influye en que los partidarios se sitúen en uno u otro bando.
Por el momento no se ha conseguido una posición unánime colocándonos fuera del sentir de una Europa que apuesta por la prudencia antes que dejarse llevar por reacciones viscerales. En Francia, Macron ha amenazado con quitarles la subvención a las agrupaciones feministas que manifiesten su apoyo al fundamentalismo islámico, donde esta incluido Hamas. Esto va dirigido a organizaciones de izquierdas que no disimulan su preferencia por los terroristas, aunque violen a mujeres y cercenen sus libertades en nombre de la fe religiosa. Esta contradicción la sufrimos en nuestro país, donde todo se coloca en el debate del no pasarán: vale todo con tal de que no triunfen los contrarios.
En este posicionamiento se consigue liderar la soledad del que va contra corriente, como hacía el centinela de Occidente en los tiempos de la oprobiosa dictadura, pero al revés. También Hamas parece estar en el lado contrario de la fachosfera: ese movimiento que invade a Europa y que nos obliga a salvarla urgentemente el próximo 9 de junio. Por eso Palestina juega un papel importante en estas elecciones, porque nos coloca acertadamente en el lado del no pasarán. Ya no cantamos el No nos moverán ni el We shall overcome, de Joan Báez, porque ahora ya no conviene que nos vean cerca de los valores del mundo democrático liberal de los EEUU. Ya conseguimos la foto con Biden y nos hemos cambiado de bando. Al menos así parece desde el punto en que hemos supeditado la política exterior a la misma geometría variable que utilizamos para la interna.
Nos hemos convertido en el Picaflor, que es la versión sudamericana del Tenorio, asimilada a un colibrí que liba de todas las plantas. En España es la Mistinguet la que, de flor en flor, va por los cabarets en busca del amor. Lo que no puedo obviar es que lo que hacemos responde efectivamente a lo que somos, a esa dualidad congénita que nos hace ser frailes y soldados, ascetas y Casanovas, Quijotes y Sanchos.
Hoy leo el artículo de Eva Borreguero y me pregunto: ¿en qué quedamos? ¿Tiene razón El País en publicarlo? ¿Será el tiempo de recoger velas y mostrarle nuestro cariño al pueblo hermano de Israel? Lo ha dicho el presidente, rescatando la bandera de la diplomacia del lugar donde la habían colocado siguiendo las sabias recomendaciones de Chiquito de la Calzada cuando decía: moralmente, físicamente, diplomáticamente…