Escrache emocional
Por
Juan Pedro Rivero González
jueves 05 de marzo de 2020, 05:00h
Se ha generalizado en esta zona del Atlantico lo que en Argentina se llama “escrache” y que el diccionario define como la acción intimidatoria que realizan los ciudadanos contra personas del ámbito político, administrativo o militar, que consiste en dar difusión, ante los domicilios particulares de estas o en cualquier lugar público donde se las identifique, a los abusos cometidos durante su gestión. Pero como siempre ha llegado lo genuinamente americano, por estos lares asume los inevitables colores ideológicos y el aprovechamiento partidista propio de estas democracias imperfectas.
Cuando la justicia es dominada por el poder político y mira a otros lado, que no es el caso nuestra aún, los ciudadanos no tienen otra alternativa que el pataleo, o el mentado escrache. En España sabemos que el corrupto, aunque la justicia tarde por las artimañas procesales de sus expertos abogados, siempre llega y “el que la hace, la paga”, más tarde o más temprano. Es el beneficio de un estado de derecho.
Las pintadas en los domicilios, las caceroladas al paso de alguien, las sonoras protestas, tienen como efecto el avergonzar públicamente al delincuente. Es una manera de hacerle tomar conciencia de que debe estar avergonzado por lo que ha hecho.
Sin embargo, ocasiones una mirada es más sonora que un grito. Un silencio es más elocuente que una turba con proclamas. Es lo que una presencia es capaz de generar cuando está edificada sobre la coherencia y la responsabilidad. Como cuando mamá nos miraba seria, sin decir nada, haciendo que sus ojos nos dirigiera el mejor discurso corrector. Un amigo lo llama “el escrache emocional”.
En un meme digital, en estos días donde los comentarios sobre el coronavirus son tan reiterativos en los medios de comunicación, se veía un televidente al que le preguntaba el presentador de un programa televisivo: “¿Cómo superar el miedo?”. La respuesta no se hizo esperar; en la siguiente viñeta apagaba la televisión. Un escrache individual. Si no estoy de acuerdo, desenchufo libremente mi vinculación al ente y, en este caso, evito la generación de miedos infundados.
Pero lo que ocurre es que somos nosotros quienes consideramos que no es posible desenchufarse y sufrimos lo que venga, sea lo que sea y lo diga quien lo diga. Y de esa manera sufrimos silentes un escrache emocional por ejercer escasamente la libertad personal. Si no te gusta, no lo veas.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
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