Dice el diccionario de la RAE de La Lengua que, “erario”, es el conjunto de rentas. Es decir, todo ese dinerito que vía impuestos directos, indirectos y hasta en forma de donaciones, nutren la caja económica común de un País, o lo que es lo mismo: “La lata del gofio”. Es de recibo suponer e incluso exigir, que ese montante económico sea invertido -que no gastado- conforme a las necesidades de quienes han contribuido a los ingresos. Para determinar el alcance de esas demandas, el pueblo español, ha considerado oportuno que sean los políticos quienes decidan la prioridad que tiene cada cosa. Para ello, se reúnen en sus respectivos grupos; unos para diseñar el presupuesto de cada ejercicio y otros para ver cómo pueden dinamitarlo y si no lo consiguen hacerle seguimiento durante cada legislatura. Contradiciendo a un antiguo compañero de trabajo, “entre que va y viene el palo, el mulo descansa… -O no-”.
Suelo leer los programas políticos y en ninguno de ellos he leído los dineros que piensan tener en cuenta para cada uno de los proyectos que proponen. Eso me hace pensar que más que opciones reales de llevar a cabo, son simplemente títulos que se exponen a modo de slogan comerciales para captar la voluntad de quienes votamos. Proponemos solucionar el embotellamiento de las carreteras. Bien, pero ¿cuánto dinero se detraerá de los impuestos? Los aeropuertos españoles están obsoletos, prometemos su actualización. Vale, pero ¿cuánto nos van a costar las obras? La sanidad no funciona al nivel que nuestros ciudadanos merecen y hay que darle la vuelta cual si se tratara de un calcetín. Muy bien y eso, ¿con cuánto dinero se hará? Los sueldos de los políticos se han ido quedando fuera del rango que se merece tan digna representación y dedicación, y ante eso, alguien meterá la mano en la lata con tanto entusiasmo como sea menester. ¿Más preguntas?
Sigo pensando que el sistema de promoción política ha de cambiar de forma radical y ha de hacerlo uniendo cada proyecto a un montante económico lo más ajustado posible a una realidad futura. De esa manera, y partiendo del presupuesto inmediatamente anterior, la ciudadanía, podrá comprobar el roto que nos va a llegar a nuestros bolsillos en cada año, una vez votemos a unos o a otros. Lo pienso, y, al escribirlo me digo, para mis adentros, que esa realidad se me hace de difícil cumplimiento. ¡Es más fácil prometer que comprometer! De momento el gasto lo vemos en luces de Navidad, drones y otras cosas de “tantísima” importancia. No obstante y entre que llega el momento de que, quienes trabajan en la política, consideren que ya va tocando gobernar para la totalidad del pueblo y no solo para los intereses ideológicos y/o económicos que parecen defender; expondré algunas sugerencias por si alguna vez les da por presentarnos proyectos a ser debatidos y aceptados en referéndum popular.
En el tema de las carreteras no me extendería mucho, puesto que en un artículo ya expresé mi opinión sobre lo de seguir con ese antojo asfáltico, envuelto en papel de necesidad imperiosa. Simplemente, pido que se aparquen en cualquier área de servicio, tomen su cortadito, y mientras lo consumen, piensen en lo “a gustito” que se está sin tanto agobio de tráfico. ¿Faltan carreteras o sobran coches? ¡Pues eso!
A la población le preocupan las listas de espera en la sanidad, pero de la misma manera, hay una parte de ella, que siente impotencia cuando desde algún centro de salud de una buena parte del Norte de Tenerife, le remiten al hospital de influencia de la zona en turnos de noche. Creo que se hace necesario distraer parte del presupuesto en mejorar la calidad en esos centros concertados para que, a todas horas, tuvieran personal sanitario especializado que interpretara, adecuadamente, los recursos para diagnósticos que se poseen. Seguramente el no poder ofertarlo en horarios fuera de los habituales, se deba a que el concierto firmado no les permita llegar, económicamente, a los niveles de los grandes hospitales de la isla, donde sí que se tienen esos niveles asistenciales en horas nocturnas. ¡La Sanidad ha de llegar en las mismas condiciones; se viva, donde se viva!
Una parte del dinero de todos, debería seguir llegando a la cultura. Tal vez, se deberían racionalizar los proyectos culturales en los que se debe participar. Leí en el diario digital “”canariasahora” que se habían gastado más de trescientos mil euros en una fiesta popular de un pueblo de La Palma en el pasado año. ¡Tremendo derroche! La cultura, dicen, va estrechamente ligada a lo popular. ¿Tanto? Bajo mi humilde opinión, las fiestas populares deberían retomar la senda de la auto-subvención, con lo recaudado en cada pueblo. Antiguamente, se hacía así, y no había problemas aunque sí bastante esfuerzo y dedicación. Tal vez, la diferencia entre traer a la Shakira de turno y tirar de la parranda del pueblo, daría para crear una biblioteca pública o un nuevo centro sanitario. El dinero público debería estar dedicado a fomentar la cultura con mayúsculas (fomento de la lectura, actuaciones teatrales priorizando los que traten temas autóctonos, Artesanía, Música de la tierra, investigación, etcétera). ¡Todo es cultura! Pero cuando se paga con dinero público, debería analizarse con detenimiento donde se ha de destinar.
La isla ha sufrido un pavoroso incendio y el fuego es algo que preocupa en cada una de nuestras islas. La destrucción que produce, es dramática y, sin embargo, solo se habla de ello cuando se le ve las orejas a ese terrorífico ogro. Ya va siendo hora de prever una partida significativa para dotar a las islas de los equipos, las ideas, la investigación y los medios para evitarlos. Amén de los que sean necesario para combatirlos. La prevención ha de ser potente y ha de comportar tal inversión, que la necesaria para sofocarlo, en caso de que se produjera el incendio, fuera casi innecesaria. Los dineros han de estar dirigidos a actuar en los montes, para prepararlos para su defensa. Si en un hotel se fijan cámaras, detectores de humos, puertas cortafuegos, y rociadores de agua para controlar este tipo de incidencias; en el monte se debería ir pensando en actuar con la misma contundencia. ¿Cámaras? Pues claro que sí. Quien circule por las zonas de alta sensibilidad, debería de estar debidamente identificada. ¿Corta fuegos? Está claro que al campo no se le pueden poner puertas, pero sí que se pueden seguir diseñando y manteniendo cortes lineales que eviten el salto de una zona a otra. ¿Lucen feo? Puede que sea así, pero menos bonito es ver el paisaje pintado del color negro que dejan tras de sí los incendios. ¿Detectores de humos y medios de extinción in situ? Tal vez lo primero sea más difícil de instalar pero en lo segundo, creo que ya existe una experiencia en el bosque de Los Realejos donde se ha instalado una tubería que, en caso de incidencia, se puede activar para ayudar a la extinción. Den la oportunidad a quien tenga ideas.
Este artículo no va de crítica, sino de mirar hacia el frente Hablar desde el desconocimiento, sé que es más fácil que efectivo; pero, lo expuesto, busca una redistribución del presupuesto público. ¡Inversión y control es lo que se demanda!.