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En España, la Ley de vagos y maleantes, dejó poca huella

Por José Luis Azzollini García
lunes 09 de octubre de 2023, 11:43h

En nuestro País, hubo una época ya pretérita donde se hizo, muy famosa, la aplicación de una Ley aprobada el 4 de agosto de 1933, más conocida como la “Ley de Vagos y Maleantes”. Yo siempre había pensado que era un reglamento fijado por quien nos gobernó antes de la Democracia. Pero hurgando un poco en documentos, resulta que fue una Ley, instaurada en la Segunda República durante el gobierno de Martín Rodríguez. Concretamente parece que el Decreto que precedió a su aprobación, vio la luz el 18 de abril de 1822. Lo que sí se hizo durante el mandato del General Franco -1954-, fue modificar su contenido para ampliar su aplicación a la homosexualidad. Según he leído era un ordenamiento que lo que perseguía era el sacar de la vista a quienes presentaran una vida “desordenada” o quien pudiera generar disturbios. Una vez que la persona “retornaba al surco” era puesto en libertad. Siempre supuso un gran problema la comprensión de su propia existencia y sobre todo su utilidad; puesto que era una ley que castigaba más a las personas por su apariencia que por haber cometido delito alguno. Se les captaba, se les detenía y se les recluía hasta que, como digo, se consideraba que ya podía ser reinsertado a la sociedad. Su internamiento no era en cárceles, pero se les llamaba “campos de concentración”, ¡tremendo matiz diferenciador! No puedo hablar por experiencia propia, porque nunca me aplicaron esa reglamentación, pero sí que recuerdo la presencia en las calles de la “chivata” -durante un tiempo conviví en la etapa que precede a la actual- Se trataba de una furgoneta de color gris que recorría las calles y se llevaba a toda persona que, quienes viajaban en el asiento delantero, consideraban que eran merecedores de subir a bordo pero en la parte de atrás. En mi caso, a mi madre le servía para meterme el correspondiente miedo en el cuerpo: “si no te comportas como es debido te llevará la chivata”. - Pero mamá, la chivata se chiva, pero no te lleva a ningún lado… -Tú sigue así.

Esta ley y los Juzgados instaurados para hacerla cumplir, parece que fueron derogados por otra Ley -Ley de peligrosidad Social- en el año 1970. El mismo perro, pero con un collar más ajustado a los tiempos que se vivían. Finalmente, y ya con la Democracia instaurada, fue eliminada esta Ley que viniendo de la República -esa forma de gobernar que algún grupo reclama para España- cambió de vestimenta durante la época pre-Constitución, aunque el fundamento siguiera siendo el mismo.

Se suponía que aquella norma se imponía para decirle a todo el pueblo español que quien NO demostrara estar trabajando y se condujera por la vida de una forma ociosa y libertina, sería conducido a “galeras”. El mundo LGTBI, se incorporó más tarde por aquello de no dejar títere con cabeza en esto de sacar de las calles a todo el que no pareciera “decente”. Esta palabra se me antoja compleja, por cuanto que el diccionario de la RAE de la Lengua nos dice que se considerará digno de ese calificativo quien se muestre de forma “honesta, justa y debida”. En la argumentación para aplicarse el articulado de aquella Ley -la originaria- bastaba con que no se tuviera renta para vivir, profesión, oficio u otro medio de vida. Se aplicaba igualmente, a quienes, teniendo de todo, no trabajaban habitualmente en ello. Y, también a quienes dedicaban su tiempo a asistir a casas de juego, pulperías o parajes sospechosos. Cuando la Ley se mueve en el tiempo, también irían para dentro quienes mostraran tendencias sexuales distintas a lo que mandara, quien lo mandara -no seré yo quien se meta con la Iglesia-

Han pasado los años, la Ley ya no está vigente y me he preguntado, ¿qué habremos aprendido los españoles de aquel tránsito legal? En mi caso, por ejemplo, me cuesta comprar trajes en los que predomine el tono gris. Pero he tratado de ser justo, honesto y responsable de mis actos. Esto no lo aprendí de una Ley, sino de mi madre que nos educó en esa línea; y, seguramente, algo habré aprendido también de los Padres Escolapios que trataron de enseñarnos un sentido ético para conducirnos por la vida. Pero de aquella Ley, no creo que haya aprendido mucho. Tal vez fuera porque me cogió en un momento en el que ya iba “proa al marisco”.

Para serles sincero, he visto a gente mayor que yo, que tampoco les hizo mella el sentido de la Ley, puesto que tienen edad como para haber vivido un poco más de cerca sus efectos y sin embargo, ahora se les ha enjuiciado por haber metido la mano en la “lata del gofio” para irse a esos lugares que la propia reglamentación clasificaba como “pulperías” o “parajes sospechosos”, pagando -según la prensa- con tarjetas negras, dinero público o invitados por un tal tío político. O, si mediar el familiar; que en otros sitos fueron por libre.

También somos testigos de otro grupo más joven, que posiblemente por no conocer la normativa ni siquiera de oídas, considera que, lo de trabajar, atañe solo a los hiperactivos para relajar su ímpetu. Mientras vivan de las rentas familiares, todo irá bien. Pero cuando esa fuente de vida deja de existir, pedirán el comodín de las ayudas públicas; y todo ello, sin dejar de pedir con vehemencia la aplicación de la Carta Magna en lo que respecta a un trabajo digno. Y, hasta que no surja un contrato que lleve esa condición de dignidad, pues no trabajarán. Muchos no han llegado a comprender que esa dignidad está más relacionada con el ser útil a la sociedad, que con el tipo de trabajo y sueldo que se consiga.

Hoy en día se sigue viendo a bastante gente deambular por las calles sin un rumbo fijo. La verdad que se le parte a cualquiera el corazón; pero, según recoge la prensa, a las autoridades les resulta difícil reconducir ese tema; porque, mientras no hagan daño a nadie -defecar en la vía pública, no parece dañino-, tienen la Ley de su lado para ejercer el derecho a la libre circulación. A quienes están consiguiendo que la clientela deje de asistir a determinados rincones de ocio de Santa Cruz o de otras ciudades del País, se les responde que doña Ley, prohíbe meterse con ellos. Pudiera parecer que, algunos, tienen enfermedades mentales que, otra Ley, debería atender. Pero, ¿Será demasiado cara su aplicación y tratamiento en centros especializados? ¿Será que también se modificó la necesidad de disponer de esos centros sanitarios? Hablo de tratar su posible agresividad y reinsertarlos a la sociedad.

Para que no me confundan, no se pide en esta columna la restitución de la Ley de vagos y maleantes, pero casi se exige que, a quien demuestre comportarse con absoluto desinterés de vivir produciendo y/o, a quienes teniendo su trabajo, contactos, influencias o poder económico, lo emplean en generar malestar a la sociedad; se les aplique la correspondiente Ley -la que esté en vigor- que reconduzca su forma de vida, contraria a la comunitaria.

Estamos en una sociedad de derecho y como tal debemos ser estrictos con el cumplimiento de la Ley; Somos muchos los que contribuimos al fortalecimiento de la sociedad en la que vivimos y hemos de dotarnos de argumentos legales para defendernos de quien desee vivir del cuento y la palabrería. ¡Una lectura rapidita de aquella Ley, ayudaría a más de uno a reconducirse por la vida.

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