El psicópata en casa
lunes 28 de septiembre de 2015, 14:32h
Hace unos días leí en un periódico regional la deleznable noticia de un anciano casi heptagenario juzgado por reiterado acoso sexual a una menor. Con el agravante si es que todavía se puede en estos casos, de que la menor es una nieta suya. Por lo visto el abuelo psicópata llevaba tiempo con insinuaciones, roces y manoseos hasta que la niña dijo basta y se descubrió el pastel. El acoso no solo era físico, también incorporaba insistentes llamadas a la nieta en tiempo de clase, whasapps y amenazas en caso de no guardar silencio.
La que escribe este artículo siente un gran asco al describir semejantes atrocidades pero es una necesidad y un deber de todo ciudadano denunciarlo sin la más mínima contemplación. Los menores son los más indefensos ante las agresiones. La mayoría de aberraciones que se hacen con ellos difícilmente salen a la luz. En muchas ocasiones niños y niñas, por miedo, por vergüenza, por represalias, guardan silencio y el psicópata pederasta o maltratador queda impune y sigue con sus tropelías.
Hay hechos que se escapan a todo raciocinio. No puedo entender como algunos degenerados hijos de su madre puedan dejar llevar su instinto-patología sexual hasta el límite de atentar contra la integridad de una menor; incluso familiar, de su propio clan, de su propia sangre. Las respuestas de facultativos y otras autoridades en dicha materia apuntan a que se trata de conductas patológicas no siempre reincidentes. El problema es que la práctica totalidad de estos monstruos reincide.
Según estudios estadísticos recientes cerca de un cinco por ciento de la población masculina adulta de este país visita páginas de pornografía infantil en internet. Psiquiatras y psicólogos coinciden en que este cinco por ciento de tarados son susceptibles de ser pederastas. De ser cierta esta teoría nos podría situar en la friolera de cerca del millón de candidatos.
El ser humano nunca deja de sorprendernos. A veces nos asombra por su bondad y su altruismo pero en otras ocasiones su crueldad y locura resultan execrables. Todavía no ha quedado claro si esos monstruos acosadores y violadores de niños llevan su ponzoña en sus genes, es debido a una infancia desquiciada o a una educación perversa. Lo que sí deberíamos tener claro es la más absoluta intolerancia hacia cualquiera de esas atrocidades que por desgracia son cada vez más habituales.
Queridos lectores, os recuerdo una vez más que vivimos en un país infame y cobarde, con instituciones obsoletas y politizadas, y casi siempre corruptas. Pero por fortuna los tribunales ordinarios de justicia todavía funcionan e intentan impartir justicia.
A pesar de que algunos eludan la ley son más los que terminan entre rejas o en centros psiquiátricos.
A veces el agresor sexual no está observando a nuestros hijos tras la esquina de un siniestro callejón. Ni tampoco es un extraño que aprovecha la ocasión para meterles una droga en el vaso que reposa sobre la barra de una disco. En muchos casos anda más cerca. Tal vez es ese monitor colega de tiempo libre en los campamentos, ese profesor obsesivo que castiga con retenerlos para tenerlos más cerca. El padre o padrastro abominable que regresa fuera de sí a altas horas de la noche o el viejoverde que espera ansioso a su nieta para rememorar canalladas de su juventud…
Jamás debe haber tregua con el psicópata, dentro o fuera de casa.