No hace muchos días escuché esta definición que he puesto como título a esta aportación literaria de mitad de semana, y que pretendía caracterizar la posible pretensión del estado en nuestro país. Es una fórmula que se contrapone a otra que pudo haber caracterizado años pasados: el nacionalcatolicismo. Tal vez sean expresiones ambas consecuencia de una psicología colectiva tendente a habitar en los extremos y a temer la verdad y la libertad.
Ni todos tenemos que ser católicos por decreto gubernativo, ni por el mismo decreto tendríamos que sentirnos obligados a ser oficialmente agnóstico. Las opciones de conciencia y de creencia son propias de la persona, no del estado y su administración. Son las personas las que constituyen la sociedad y esta es la suma de sus miembros. La consecuencia de un estado neutral y aconfesional no es la limitación a la libertad personal en cualquiera de sus direcciones ni la amputación de la libertad fundamental de los padres a promover el desarrollo integral de sus hijos y sus hijas.
Toda postura que pretenda nacionalizar la conciencia es una intromisión no acertada en la libertad de las personas. Es la tentación permanente de estatalizar la sociedad. De esa postura hay que huir como los gatos del agua fría.
Necesitamos tener una ética cívica compartida, lo que algunos llaman una ética de mínimos que favorezca la convivencia y las sanas relaciones en pluralidad. Pero no cabe anular las éticas de máximos que caca cual decide en conciencia que configure su vida personal. El marco social de comportamiento común se suele establecer en las declaraciones generales y en las constituciones de los países. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es, sin duda, un espacio ético mínimo en el que todos cabemos respetando lo que nos constituye como personas. En esta declaración universal cabemos los agnósticos, los creyentes, los ateos y los confesores de cualquier opción religiosa. O, al menos, deberíamos caber. Y el legislador no puede perder la perspectiva de que legisla para todos. El día que se le ocurra legislar desde una opción concreta será el día en que surjan los nacionalcatolicismos o los nacional agnosticismos, o los nacional ateísmos.
España será lo que quieran ser los españoles. Y la libertad es huella dactilar de la identidad personal de los mismos. Si a Vd. le han contratado como administrativo, administre responsablemente. Pero si por ser creyente de cualquier opción religiosa, o por no serlo, le impiden ser contratado o le limitan de alguna manera, hemos entrado en una empresa que anula las libertades. Eso le puede ocurrir también, por ejemplo, a los médicos a quienes se les impide ejercer la objeción de conciencia ante una ley no pensada para todos.
La formación social ha de garantizar la ética de mínimos; la educación familiar y la libertad personal, la ética de máximos. Estos máximos no deben tener que objetar una ética social pensada para todos, si se encaja dentro de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Una buena ensalada no es aquella en la que los tomates nunca pueden estar presentes porque se ha decretado que quienes vistan de rojo no pueden nunca formar parte de la misma. La belleza y el agradable paladar de una ensalada lo da, precisamente, la variedad de sus componentes. Es ceguera temer la pluralidad; es irracionalidad temer el pluralismo.