Parece que fue ayer mismo cuando estábamos metidos en la vorágine de las elecciones; con sus negociaciones, los pactos, las alegrías y también, los enfados. Parece que fue un día, después de aquel ayer, cuando se comenzó a ver el rifirrafe constante en el que nuestros representantes políticos -todos- convirtieron la vida pública y lo que es peor, las Instituciones más importantes del País. Y, casi sin darnos cuenta, ya se comienza a ver movimientos en el tablero de ajedrez de los grupos políticos. Un cambio en la cúpula por aquí, una inauguración o una presentación de proyectos para el futuro por allá, campañas autonómicas precursoras de las generales y congresos por acullá y, también, algunos fichajes cual equipos de fútbol que se van presentando por los distintos partidos. Sin olvidar, por supuesto, las rupturas “matrimoniales” que comienzan a surgir y los abandonos por un “quítame allá” esto o lo otro. ¡Pocas dudas quedan!, se acerca el momento de hacernos la gran pregunta:
¿Qué votaré en esta ocasión?
Entre todos han conseguido que el voto no lo podamos sacar de una papeleta al uso, sino desde el mismísimo centro de un laberinto tortuoso del que se antoja difícil salir, al menos, para un amplio sector de la población española. Aun teniéndose las cosas más o menos claras en esto de la tendencia política, no parece tan sencillo lo de depositar la confianza en uno o en otros.
Los distintos partidos se han encargado de que, votes lo que votes, al final la realidad resultante, se alejará del deseo de la mayoría. Por ejemplo, si se decide decantar la balanza hacia el lado de la derecha -lado opuesto a la izquierda-, pero no deseas que con tu voto se eliminen algunos derechos laborales y/o sociales conseguidos, puede que tu gozo quede en lo más profundo del pozo. El motivo sería que la derecha que tú imaginas no pueda conseguir los votos suficientes como para gobernar sin pactos. Y, detrás de las negociaciones que llevan a los pactos, habrá mucha conjugación del verbo transigir. Tanta, que seguramente se confunda la velocidad con el tocino. Si por el contrario, esperas que, con tu voto, se vuelva a una España única -con una sola bandera- sin transferencias de ningún tipo; pues también estarás en la misma tesitura, pues esa otra opción, tendrá el mismo problema de atadura que la anterior. Esto es, si eres votante de un partido de centro-derecha, puede que con el tiempo notes que no te separas mucho de lo que tú mismo hayas podido criticar sobre los extremos. Y, si eres alguien convencido de que, en el extremo, está la solución; no podrás entender que tus candidatos estén en el gobierno y tú sigas viendo la coexistencia de todo lo que no deseas para tu País. ¡Negociación!
Tal vez seas una persona de las llamadas progresistas -concepto del que habría que hablar largo y tendido para conocer mejor su alcance- en cuyo caso, y si se dan las mismas circunstancias que vivimos en la actualidad, tendrás que enfrentarte a la realidad de que tu voto será compartido con otras opciones con las que tal vez no te sientas identificado al ciento por ciento. Nadie en España ha olvidado las aseveraciones que se hicieron sobre con quien no se emparejaría -políticamente hablando- y quien, después, fue uno de los ocupantes de esa “alcoba”. Tampoco se olvida a quien aseguraba que, su domicilio, estaría en un buen barrio obrero antes que en urbanizaciones de gente rica. ¿Quién dijo qué?
Con lo expuesto se puede colegir que, la ciudadanía española, no está votando con la libertad que, entiendo, se debiera dar. ¿Cuesta tanto simplificar las opciones a la hora de preparar el terreno para que uno sepa a qué atenerse?
A mí se me ocurre que, para empezar, habría que descartar la charlatanería y verborrea propia de “vende mantas” que nos ofrecen muchos de los que se presentan como candidatos a representarnos en todos los estamentos públicos -Parlamento, Senado, Ayuntamientos, Cabildos, Gobiernos Autónomos-. Sr/a Candidato/a, ¡no me hable usted del sexo de los ángeles! Dígame qué es lo que hará, y cómo, en cada uno de los apartados que defiende. Díganos, también, hasta donde será su límite real en el caso de tener que pactar con unos o con otros partidos. Pero ¡comprométase antes! Y a costa de lo que sea. Lo que cada persona prometa llevar a cabo, debería estar fijado ¡y bien fijado!, junto al compromiso adquirido de dejarlo, antes que transigir.
Para continuar, deberíamos tener ya un compromiso real del cambio de modelo a la hora de proceder con votaciones de listas cerradas. Cada ciudadano o ciudadana de este o de cualquier otro País, debería, no solo saber lo que se está votando, sino también decidir si las personas que van a representarles gozan de confianza como para que gestionen lo público. ¿Siempre los mismos? ¿Siempre los familiares de los mismos?
Dentro de las necesidades de cambio que se deberían producir en todo el proceso que se nos viene encima, están las que nos atañe a cada participante en esto de la democracia. ¡Claro que sí! ¡Esta moto ha de ir con sidecar! Esto es: responsabilidad de todas las personas que estamos censadas. No debemos pensar ni por un momento que, al votar, nuestro compromiso cambia de manos. Quien piense así, bajo mi humilde opinión, estará en el umbral del pasotismo y eso dejará un mensaje claro: “político/a, haga Usted lo que desee”.
Ya está bien de colores, consignas, ideales, banderas, y demás temas que unos y otros partidos se empeñan en hacernos seguir y hasta comulgar. Hoy en día una discusión política en un grupo de WhatsApp, puede producir la salida de más de un miembro de ellos. ¿Se considera eso normal? ¿De verdad no se puede mantener un debate abierto sin necesidad de llevar las cosas al lado personal? Pues parece que no; nos dejamos llevar tanto por las etiquetas, que resulta muchas veces impensable mantener ese debate de forma sosegada. La personalización que hacemos de todo, no es sano, ni de lejos.
Cada una de las personas que formamos parte de esta nación, administra sus recursos como mejor considera para que, al final de año, pueda haber pagado sus deudas, contribuido con la hacienda pública y haya intentado dejar algo para su ocio personal. En definitiva, se ha preparado un presupuesto y se ha llevado a término, sin necesidad de preguntarse si se es de derechas, de izquierdas, de centro o de la mismísima “Yenka”. Entonces, ¿por qué razón tenemos que aceptar que, quien diga tener el mejor proyecto para gobernar, nos hable más de lo malo y peor de su adversario; o que nos meta miedo con el desastre que puede producirse, si votamos otra cosa que no sea su alternativa? ¡Háblennos de cómo y en qué se invertirá el dinero público! Y, como creerles, cada vez se les cree menos; háganlo con luz, taquígrafo y fedatarios públicos. Puede que lo de votar sea un laberinto, pero si no escuchamos los cantos de sirena y prestamos atención a lo que hay que atender, se puede salir de él. Leer los programas con detenimiento, ver las propuestas de gestión del erario estatal y asegurar los compromisos que se adquieren “antes de”. Tal vez, esa, sea una solución para salir bien parado de la que se avecina.