El julio de los abuelos
Por
Juan Pedro Rivero González
jueves 08 de julio de 2021, 05:00h
Una muy buena idea ha tenido el Papa Francisco de dedicar la Fiesta de San Joaquín y Santa Ana, el 26 de julio, a los abuelos y a las abuelas, en esta dinámica tan comercial en la que vamos dedicando un día al año a quienes debemos dedicarles, más bien, un pedazo de nuestra vida entera.
Las personas mayores, aquellas que recordamos o que contemplamos cargadas de arrugas y de recuerdos, que nos vinculan a la memoria de nuestras familias y a las experiencias de una tradición que nos identifica, que sirven de vínculo con la realidad, se merecen una gratitud. Porque las personas mayores deben ser especialmente tenidas en cuenta. Han cuidado la sociedad y nos la han presentado para que la atravesemos con nuestra propia libertad y genio.
Resulta tremendamente llamativo que se vayan instaurando en algunos gobiernos nacionales de esta Europa envejecida los llamados “ministerios de la soledad”, y en no pocas organizaciones sociales se venga reconociendo la soledad como una nueva forma de pobreza. Seguramente es consecuencia de la dinámica construida por la mentalidad del descarte, según la cual lo que no produce bienes estar se descarta, y punto.
Los mayores son parte del bien común, aunque, en algunas circunstancias, ni disfruten ni nos hagan disfrutar de bien estar alguno. Pero las mejores realidades de la existencia no tienen “precio”; solo tienen “valor”. Y los mayores aportan un valor añadido a la sociedad.
Bienvenida toda iniciativa social que acoja y acompañe los años finales de la vida de las personas. Que contribuyan a integrar su realidad y experiencia en el circuito de la vida en sociedad. Memoria y experiencia, egresados en la universidad de la vida y ejerciendo su docencia sin que se les retribuya.
Los mayores ya no tienen nada que perder y han vencido el miedo. Nos ofrecen una proclamación de lo que es realmente importante y que solo aprenderemos cuando se caen todos los puntales que nos mantienen activos. Sin miedo y sin aquellos deseos cuya frustración deprime. No es digno de que pasen solos estos preciso momentos en los que, incluso su debilidad es capaz de fortalecer la generosidad de todos.
Porque, precisamente esas debilidades naturales son, para quienes escuchamos de vez en cuando a San Pablo, signo de la más grande de las fortalezas. El realismo de los abuelos es envidiable. La única fantasía de la que son tentados la producen los sueños de futuro que sueñan para sus nietos.
No permitamos que dimitan de su presencia nuestras familias. No nos acostumbremos a que solo existan residencias en las que los aparcamos en espera del último viaje. No perdamos el tiempo ni la oportunidad de escuchar su postura, sus decepciones, incluso sus incoherencias. Una sociedad que descarta a los mayores, ¿qué futuro puede esperar?
Importantes deben de ser para que el mismo Dios hecho hombre hubiera querido tener abuelos.
Una muy buena idea ha tenido el Papa Francisco.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
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