La falta de disposición al diálogo y, por lo tanto, la incapacidad para llegar a acuerdos sobre asuntos de Estado, está llevando el enfrentamiento político en España a unos niveles similares a los que se produjeron en el periodo inmediatamente posterior a los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. A la falta de transparencia del Gobierno de José María Aznar en las horas siguientes a los atentados que se produjeron a primera hora del jueves 11 de marzo, en la Estación de Atocha, respondió el PSOE vulnerando el respeto a lo que tradicionalmente había sido la jornada de reflexión previa a la celebración de la elecciones del domingo 14 de marzo.
En aquella ocasión, el pacto firmado por todas las fuerzas políticas en la lucha contra el terrorismo de ETA saltó por los aires por la torpeza sostenida de Aznar imputando el atentado a los etarras. A pesar de que entrada la tarde los medios internacionales atribuían ya el atentado al terrorismo islámico, Aznar persistió en su tesis, convocando unilateralmente la gran manifestación del 12 de marzo en Madrid y los socialistas respondieron vulnerando lo previsto para las jornadas de reflexión e indignando a los populares.
El atentado y la gestión del mismo por parte de populares y socialistas rompieron todos los pronósticos que daban como ganador a Rajoy, y aupó a la Moncloa a José Luís Rodriguez Zapatero. Los socialistas no supieron administrar la victoria y los populares imputaron su derrota al uso torticero que, a su juicio, Rubalcaba y los suyos habían hecho de la jornada de reflexión; la ruptura entre los dos grandes partidos del Estado fue total y sacudió con fuerza los firmes cimientos de la democracia.
Ahora, años después, el llamado conflicto catalán vuelve a poner a prueba las bases en las que se sustenta el Estado de Derecho. En octubre de 2017, ante la la convocatoria unilateral del referéndum, la firmeza en el uso de los instrumentos contemplados en nuestro ordenamiento jurídico fue un bálsamo tranquilizador para la ciudadanía. En aquella ocasión el PP y el PSOE iban de la mano. Un problema de Estado tuvo una respuesta de Estado.
Con el problema catalán de nuevo por medio, y la gestión que del mismo está haciendo Pedro Sánchez, la confrontación entre el PP y el PSOE está llegando a unos niveles preocupantes. La confrontación abierta entre las dos grandes fuerzas políticas llamadas a ser las vertebradoras del sistema está arrastrando a otras instituciones del Estado a enfangarse en el lodazal al que les están llevando tanto socialistas como populares.
La solución al conflicto catalán pasa, sin duda, por el diálogo; por ello, la apuesta inicial de Sánchez parecía bien orientada pero las provocadoras respuestas que recibe de los líderes de Ezquerra están colocándolo en una difícil posición política.
El tiempo nos dirá si Pedro Sánchez está sacrificando su futuro político en aras de un interés de Estado o si está sacrificando a su partido y al Estado en aras de un interés personal.