Llegó el verano y de su mano, se nos brinda el momento del disfrute de nuestras deseadas vacaciones. Playita, chanclas, arena, sol a mansalva, cremas protectoras, gorras, etcétera, serán nuestras palabras más usadas. Nuestros motivos de conversación y también, por qué no, nuestra justificación de preocupación. ¡Niño no te vayas para lo hondo! ¡Hay que hacer la digestión! ¡Se me olvidó el libro en el apartamento! ¡Qué caro está todo! ¡Todo está a tope! Para gustos colores y todo lo raro, pasa sin darnos cuenta, pues nos disponemos a disfrutar y la mayoría hasta conseguirá cambiar el chip.
Desgraciadamente, con el verano, parece que se agudiza un mal que ya nos acompaña desde hace demasiado tiempo. Nuestros montes arden y no precisamente de calor. Literalmente, alguien -imagino de con algún tipo de carga demencial- decide que en tal o cual monte, debería plantar un buen incendio y poco tiempo le concede al pensamiento, si es que le queda espacio en su cerebro para ese menester tan humano. Tal vez, su podredumbre sea de tal calibre, que sólo sea capaz de visionar el mal que provocará y la satisfacción que ello le producirá.
El fuego no entiende de fronteras por mucho que quien lo provoca sea de una País u otro. De una ciudad o de un pequeño pueblo. Del norte o del sur. De América o de España. ¡Le da igual! Su objetivo no es otro que ver arder algo y cuanto más grande mejor será el espectáculo visual.
Antiguamente, se hablaba de que los fuegos eran producidos para convertir en solares lo que hasta la llegada del desastre eran tierras cultivables o de explotación arbórea. Si además la zona desolada estaba cerca de algún punto de aprovechamiento turístico, estaba claro que su destino estaba marcado por el fuego. Afortunadamente, a esa costumbre se le puso freno al poner en marcha mecanismos legales que dificultaban o prohibían el cambio de actividad del suelo tras un incendio. El problema creo que es el amparo legal, pues no ofrecía demasiada fortaleza para acompañar a quienes debían tratar de evitar que se produjera el desastre. Los cuerpos de prevención y extinción de incendios, aunque han ido incrementando sus medios, siempre emiten quejas sobre la insuficiencia de los mismos. ¿Se les hace caso? Si nos atenemos a las manifestaciones que de vez en cuando se escuchan, se leen o se ven en los medios informativos, está claro que no. O, al menos, no se les presta toda la atención que parece que necesitan.
Por ejemplo, en Canarias, se viene reclamando la presencia de una base de hidroaviones que dé cobertura suficiente para cubrir en tiempo y forma la extinción de este tipo de incidencias. Pensemos que en el territorio isleño existe una masa forestal que está muy por encima de las cien mil hectáreas -hay datos que hablan de casi quinientas mil hectáreas-. Está claro que no es de las mayores si la comparamos con el territorio español. Pero si pensamos que, esa masa verde y arbórea, supone el setenta y cinco por ciento del total del territorio insular, podríamos deducir que el fuego en Canarias es algo a analizar con detenimiento y responsabilidad. El tema debería ser una prioridad para quienes les corresponde ese cometido en su actividad política, y atender las reivindicaciones que se han anotado al principio de este párrafo. Como argumento, ya me parece suficiente el contemplar el gran porcentaje de pulmón verde que se pierde en cada incendio, en nuestras islas. Pero, si además le añadimos que los medios de que se dispone en la actualidad, han de distribuirse entre territorios separados por el gran mar, y que cada isla cuenta con un número altísimo de barrancos impracticables, la demanda de medios que los profesionales reclaman y que una gran mayoría de habitantes de estas islas, apoyamos, se torna en un grito de desesperación. El fuego, no esperará a que lleguen los medios para seguir su camino de destrucción. Muy al contrario, se fortalecerá cuando le acompañe el factor viento. Quien lo inicia, parece que sí que sabe mesturar la confluencia de los tres elementos necesarios para que su labor surta el efecto deseado: La persona que actúa como “criminal” -quien mata a un ser vivo lo es-, sabe que el oxígeno y su mano formarán el trío perfecto con la madera para desencadenar su obra cual si fuera un Nerón más. También conoce que, con viento, tendrá todo el oxígeno que desea. ¿A qué se está esperando para buscar las soluciones definitivas?
Está claro que la prevención es la mejor manera de atajar cualquier conato o deflagración. Y, la salvaguarda de nuestra reserva verde, ha de ponerse en práctica desde el primer momento en el que desde meteorología comienzan a surgir las advertencias y prealertas. Esperar a la declaración de alerta puede suponer dar ventaja al pirómano. He leído que en estos días se ha podido detener al presunto incendiario que llevó a cabo el fuego declarado en el municipio de Los Realejos. Parece ser -así lo he leído- que dicha persona estaba en el punto de mira de la policía, pero se tuvo que actuar con todas las de la Ley -intervino la Justicia- para proceder de tal manera que su detención no supusiera una nueva forma de entrada y salida del delincuente. En este caso, se autorizó y se pusieron cámaras en el propio bosque donde actuaba el pirómano y ¡te trancaron campeón! Solo falta esperar que no salga de rositas con la ayuda de artimañas legales que hagan que la judicatura interprete que solo fue un accidente al tratar de quemar un nido de caracoles gigantes del Senegal de los que tanto daño pueden proferir a la población y que él, tal si fuera un héroe salvando a la población, no encontrara mejor manera que quemar la reunión de esa peligrosa especie invasora. Pobrecito, y yo tratándolo de presunto.
La prevención debería ser de tal calibre que, en los momentos que las autoridades pertinentes lo consideraran adecuado, la subida o paso por zona boscosa debería estar controlada por radar, por la propia policía y hasta por drones si ello fuera necesario. La prevención debería ser tomada tan en serio que ya se está tardando de llenar nuestros bosques de aspersores suficientes como para atajar los focos allá donde se detecten. La prevención debería estar en la mesa de un organismo director con suficiente potencia y poder que no hiciera falta ir elevando los niveles para ir aportando mayores medidas. Un solo foco, controlado por un técnico superior responsable absoluto, con poder para actuar con la contundencia que estime oportuna sin tener que consultar a políticos, debería ser suficiente. Y, obviamente, la prevención debería ser tan potente, que no hiciera falta estar reclamando que nos enviaran uno o dos hidroaviones porque ya estarían en casa -uno en la provincia oriental y otro en la occidental-. En todo caso, se aceptaría que la tercera dotación de relevo, fuera la que se reclamara a península. ¿Es más caro? Seguro que sí. Pero también lo es el tener demasiados asesores, políticos, Consejerías bien dotadas, etcétera, y, sin embargo, poco se cuestiona su costo. Para la prevención, se debería reclamar el mismo entusiasmo, salvo que nos guste ver el incendio desde nuestra playita, cuando vemos el Teide nevado. ¡El infierno no es un espectáculo!