Devuélveme la llave de la moto
Por
Juan Pedro Rivero González
jueves 07 de octubre de 2021, 10:56h
Lo más caro es perder lo que no tiene precio. Esta idea extraída de El Principito nos ofrece una interpretación de lo que le ha podido ocurrir a muchas personas en la isla de La Palma. Existen pérdidas que no las podrán recuperar subvención o donación alguna.
En estos momentos se añorarán hasta los molestos recuerdos que impedían limpiar las estanterías de la sala con facilidad. Nadie lo hubiera adquirido porque su precio es insignificante, pero su poder evocador posee un valor incalculable. El valor de lo intangible. Su poder evocador y de sentido.
Cuando era pequeño cambiábamos aquella letra del grupo Palmera que sonaba con fuerza a principios de la década de los ochenta: “Devuélveme la llave de la moto y quédate con todo lo demás”. Nosotros, piadosillos seminaristas, la transformábamos en “Devuélveme el rosario de mi abuela, y quédate con todo lo demás”. Me ha vuelto aquella transformación musical pensando en lo que darían los damnificados de La Palma, no solo por el Rosario de la abuela, sino por tantos detalles llenos de evocaciones vitales. Trozos de historias, signos de una sacramentalidad existencial, que ya no están en el catálogo de lo recuperable.
En las barbas de nuestros vecinos podemos imaginar la experiencia de nuestros mayores que emigraron a América y dejaron cada vez que se mudaron raíces aquí y raíces al regreso allá. El desarraigo como experiencia. Podemos imaginar los evocadores recuerdos abandonados de quienes asumen el riesgo loco de poner la vida en una patera. El desarraigo como experiencia.
No he podido evitar estos días recorrer la casa en la que vivo y fijarme en esa cantidad de cosas que no recogerían en quince minutos de reloj y que están cargadas de significados. Y he sentido un dolor empático profundo. Y he hecho resonar aquellas palabras de Job contenidas en las Escrituras: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él; el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor”.
Nadie sabe el valor que tiene un pastillero viejo con una imagen vieja de la Virgen María en su advocación del Perpetuo Socorro si no ha vivido la fe en Finca España. En las tiendas de los chinos los hay mejores y más baratos. Pero este es mi pastillero.
Llámame bobo o, con cierta elegancia fraterna, llámame sentimental. Vale. Lo que tú digas; pero has la prueba de repasar las gavetas de tus muebles o de la mesa de tu despacho. Verán cuantas boberías conservas y en las que se contiene una pléyade de recuerdos sin valor comercial y que te harán presente todo el tiempo en un instante.
Otro grupo musical, Ella Baila Sola, en su canción “Cómo repartimos los amigos”, en su desarrollo la letra incluye este misterio del valor de los recuerdos: “Nada es tuyo, nada es mío / ¿Cómo repartimos los amigos? /¿Cómo repartimos los recuerdos de este amor?”. Porque no caben en cajas los recuerdos, no tienen precio los recuerdos. Especialmente cuando están tocados por el amor.
Pero hemos de desembocar en las aguas de la esperanza. Más allá de hoy vendrá un mañana. Y el horizonte despertará otras experiencias que purificarán la memoria.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
|
|