Derecho al vocerío
lunes 15 de diciembre de 2014, 22:19h
En las últimas semanas se ha avivado el debate sobre la violencia en el fútbol. La muerte de un hincha del Deportivo de La Coruña como consecuencia de una paliza en los aledaños del Estadio Vicente Calderón ha enfrentado a la sociedad española con la faceta más salvaje del pasatiempo patrio por excelencia. Los medios de comunicación han puesto la lupa sobre las medidas antiviolencia que rigen nuestro fútbol y los organismos competentes han sido instados a tomar cartas en el asunto. Por eso la Real Federación Española de Fútbol, el Consejo Superior de Deportes y la Liga de Fútbol Profesional están desarrollando un nuevo capítulo en la noble e infructuosa guerra contra la violencia en el fútbol.
Tras un episodio traumático es previsible que se intensifiquen los controles a la entrada de los estadios y se prohíba la presencia de ciertas simbologías e individuos en los campos de fútbol. Esta vez, sin embargo, las autoridades del fútbol han ampliado su batalla hasta abarcar la violencia verbal en los estadios. De esta forma, el reconocido derecho del público a expresarse a su albedrío se reduce a un vocabulario inusual en el entorno del fútbol. Los aficionados del Almería, con más guasa que convicción, le dedicaron el pasado fin de semana un cántico nuevo a Cristiano Ronaldo. La grada cantaba “¡Ese portugués, no me cae bien!” y así sustituía la parte más ofensiva del pareado. En otros campos pudimos escuchar cómo la afición llamaba `guapo’ al portero visitante cuando sacaba en largo, e incluso un grupo de aficionados cantó “No estoy de acuerdo, árbitro, no estoy de acuerdo”.
La hinchada evidenció su buen humor y dejó en ridículo las medidas contra los insultos en los campos de fútbol. Es cierto que en ocasiones el insulto se adueña de la grada hasta el punto que sólo pueden escucharse palabras ofensivas. Pero el fútbol es una pasión (auténtica o ficticia, pero pasión) con la que muchos pierden los nervios y, por si fuera poco, en este país el insulto está tan extendido que a veces hasta se insulta con cariño. ¿Cómo vamos a erradicar los insultos del fútbol si imperan en muchos otros ámbitos sociales?
Por el contrario, sí que está al alcance de la mano la expulsión definitiva de los radicales de los campos de fútbol, aquéllos que presumen de defender los colores de su equipo para ocultar los motivos ideológicos. Los ultras se hermanan según el color de su extremismo, de izquierdas o de derechas, y encuentran al otro lado del espectro político a sus enemigos, que también parasitan algún club de fútbol. Según algunos conocedores de este entorno, los grupos radicales se dedican a la reventa de entradas cedidas por los clubes o a la intermediación en los desplazamientos de los equipos. Además algunos clubes les defienden abiertamente porque sus cánticos, bufandas y banderas les convierten en el sector más impetuoso del estadio. Para acabar con la violencia en el fútbol es imperativo erradicar los vínculos entre clubes y grupos radicales, así como prohibir definitivamente su entrada al campo. El problema del fútbol son los ultras y su regreso a los campos cuando escampa el temporal.
Aunque es cierto que la violencia verbal puede derivar en violencia física, creo que en el fútbol predomina el insulto porque forma parte del vocabulario habitual de los aficionados, y en muchos casos responde más al desahogo que a la agresividad. Acabar con la violencia en el fútbol pasa por identificar a los que insultan con tanta convicción que están dispuestos a abrirse la cabeza contra la hinchada rival para respaldar sus gritos. Después solo quedará expulsarlos indefinidamente. Y, de paso, devolver al respetable su derecho al vocerío, malsonante pero inocuo, cuya única finalidad es presionar al equipo visitante para que los tres puntos se queden en casa.